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La Joven De Las Rosas - Kretser Michelle de - Страница 38


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El se vuelve y le acaricia la mejilla con un dedo.

– Algun dia volvere por ti.

A la manana siguiente ella encuentra una pequena rosa fuera de la ventana, donde ha caido inadvertidamente y ha sido pisoteada en la grava.

7

La ausencia de lluvias aquella primavera habia llevado a la introduccion del maximum en el precio del grano. Esto, a su vez, agravo la escasez, provoco revueltas, alento la oratoria, lleno archivos de triplicados de licencias, avisos de requisiciones, escrituras, cartas de denuncia.

?Como conciliar el progreso con la libertad? ?Como mejorar el mundo sin saber controlarlo? Ese era el interrogante de la epoca.

Joseph no le dedico ni un minuto, abriendose paso por la ciudad silbando bajo un cielo despejado que ese ano habia empezado a dar por hecho.

En el solar que habia a un lado de la plaza del mercado central estaban excavando los cimientos de las letrinas publicas. El progreso podia medirse en ladrillos y argamasa, penso, eso era algo grande.

– Repugnante -dijo una mujer, contemplando las obras.

– Indecente -coincidio su companera-. Pero ?que se puede esperar hoy dia?

– Escandaloso. Lo proximo que haran sera invitarnos a asistir a la meada inaugural.

– Vergonzoso. El alcalde y los concejales seguramente han hecho un curso de entrenamiento.

Animadas, empezaron a intercambiar alegres insultos con los obreros, que aprovecharon la oportunidad para dejar la pica y enzarzarse en una batalla verbal.

– Buenas tardes -dijo una voz a su lado.

– ?Ciudadana Saint-Pierre! ?Que te trae por aqui?

– Espero a Berthe -explico Mathilde-. Pero debe de estar atascada en alguna cola.

El miro los humedos rizos que luchaban por escapar del gorro de algodon.

– ?Me harias el honor de tomarte una limonada conmigo mientras esperas?

Encontraron una mesa a la sombra de un toldo y ella le dijo que habia venido a Castelnau para comprar un regalo a Sophie, cuyo cumpleanos era dentro de tres dias.

– Le gustan las flores, asi que considere comprarle Agua de Heliotropos, pero es escandalosamente cara. Y las peladillas son impensables este ano, han triplicado su precio. ?No te parece triste que a mi edad me vea abrumada por preocupaciones financieras? Deberia ser una epoca de despreocupado alborozo.

– Tienen muy buena reposteria aqui. ?Puedo ofrecerte algun pastelillo?

Ella escogio, frunciendo el entrecejo. El levanto el vaso y brindo por ella.

– ?Has solucionado el problema a tu satisfaccion?

Ella saco del bolsillo un pequeno paquete y desenvolvio el papel de seda: un par de peines, cada uno con una rosa labrada.

– Tenian un precio razonable en un puesto del mercado. Cuento con que se rompan enseguida, pero la alternativa era bordar un trozo de algodon y llamarlo panuelo… y nadie se merece eso.

– Estoy seguro de que tu consideracion sera apreciada.

Ella bebio limonada contemplando la polvorienta plaza.

– Me preocupa Sophie. Ya no es tan joven. Y si un hombre no puede conseguir una mujer hermosa y rica, requiere al menos juventud.

Colocaron un plato de pasteles ante ellos. La conversacion se interrumpio durante un rato. Mathilde se recosto por fin.

– Ha sido estupendo. Gracias. -Se quito con la lengua una miga de pastel de la comisura del labio y anadio, un tanto innecesariamente-: Mi apetito esta renido con mi aspecto.

– En cuanto a tu hermana… -empezo el. Pero se interrumpio y se toqueteo los anteojos.

– Esta desprendiendose de Stephen. Al menos ya no se propone no mirarlo. Y se que tiene buena opinion de ti. Pero no la tiene de si misma. Necesita que la alienten.

– Yo no soy rico -dijo el- y naci en Lacapelle. Si Fletcher no le parecio bastante bueno…

– Que idea tan peculiar. Sophie no es asi. Hasta Claire ya no esta segura de que pensar sobre los extranjeros. Aunque los norteamericanos son un caso aparte, ?verdad? No tan extranos como exoticos. Como las alfombras persas. Y ayuda el hecho de que tiene dinero y buena apariencia.

Una bandada de esperanzados gorriones se habia posado cerca de sus pies. Joseph lanzo las migas en su direccion y observo como se las disputaban. Estaba repasando una conversacion en que habia creido que Fletcher le decia que…

– Probablemente he sido un necio -dijo por fin.

– No me sorprenderia. Sin embargo, pareces competente asi como bondadoso, cosa que no abunda. Todo el mundo esta hablando de lo bien que has resuelto el tema de la basura. El olor es bastante soportable ahora, a pesar del calor.

– La carreta pasa dos veces a la semana -dijo el. Sirvio el resto de la limonada en el vaso de ella sin dejar de sonreir.

– Y el doctor Ducroix dice que has transformado el hospital. Lo dice bastante a menudo, como si aun no hubiera decidido si estar complacido o no.

– El ayuntamiento ha alquilado un local aparte para los veteranos, y con los fondos confiscados por el tribunal revolucionario hemos abierto un orfanato. Sigue habiendo problemas basicos, como la falta de personal. -Ofrecio esa informacion de forma mecanica, con la mente en otra parte. ?Que tenia pensado hacer esa tarde? ?Cuando podria poner en marcha ese programa de dar aliento? Se vio a si mismo cabalgando hasta Montsignac con los bolsillos abultados de peladillas.

– Haces honor a la Revolucion -dijo Mathilde-. Y tienes un gusto excelente en pastelillos.

Pero el no escuchaba.

– En cuanto a tu hermana, ?de verdad crees…?

Ella asintio.

– Dentro de un par de meses. Cuando termine la temporada de las rosas. Una cosa…

– ?Si?

– Tendras mas posibilidades si te quitas esos anteojos.

8

Admitiendo aborrecer la grande y tenebrosa oficina del alcalde, Ricard los hizo pasar a un pequeno salon contiguo. Era un espacio mas intimo, explico, daba pie al intercambio de ideas, y tambien mas igualitario; siempre habia desaprobado la costumbre de Luzac de arrellanarse detras de su escritorio mientras los demas tenian que encaramarse por su oficina. Alli habia una mesa ovalada no demasiado grande, en torno a la cual podian sentarse como iguales y entablar una discusion sincera.

El recien inaugurado Comite Central expreso la admiracion que se esperaba de el por el techo, con sus escenas pintadas de fetes cbampetres en paneles dorados, y las altas ventanas orientadas hacia el sur que se abrian a un balcon y una frondosa plaza. Ricard se movia a saltitos alrededor, llamando la atencion sobre los azules y rojos de la alfombra, senalando los armarios de esquinas lacadas, recorriendo con mano reverente una exquisita estatuilla de bronce de Hercules.

– La revolucion en mobiliario casero -murmuro Mercier cerrando bien las persianas cuando el alcalde les dio la espalda.

Cuando por fin se acomodaron alrededor de la mesa, Joseph se pregunto si los demas eran tan conscientes como el de la ausencia de Luzac: el quinto hombre, cuya exclusion del comite daba una idea de hasta que punto se habian separado sus caminos desde el pasado otono. A pesar de las precauciones de Mercier, les llegaba el debil canto de las cigarras. En la mente de Joseph aparecio la cara de lechuza de Luzac, palida y persistente, las garras ferozmente aferradas a las vigas. Aceptando solo un vaso de agua, vio la sonrisa de complicidad del impresor.

Ricard abrio la reunion con una declaracion formal del objetivo del Comite Central. Este era fundamentalmente un organismo consultivo, dijo, cuyos «expertos», cuidadosamente seleccionados, harian recomendaciones al ayuntamiento acerca de la mejor manera de poner en marcha y salvaguardar la politica revolucionaria. Chalabre representaba la seguridad, Mercier la imprenta y la opinion publica, Joseph el vaguisimo dominio del bienestar publico.

– ?Que significa eso exactamente? -pregunto Mercier. Medio inclinando la cabeza hacia Joseph, sentado al otro lado de la mesa, anadio-: Sin faltar al respeto, por supuesto.

– El ciudadano Morel -respondio Ricard friamente- nos asesorara sobre cuestiones de sanidad e higiene y los asuntos practicos relacionados, todos ellos vitales para el bienestar publico. Hubiera dicho que todos estabamos al corriente de su obra en el hospital, asi como de sus logros en la recogida de la basura y la construccion de letrinas.

– Ah, si -dijo Mercier-, basura y excrementos. ?Contemplad a un revolucionario trabajando!

– ?Podemos pasar al siguiente punto? -Chalabre habia sacado una cajita de pastillas de limon y escogio una. Se disponia a guardarselas en el bolsillo cuando se cruzo con la mirada del alcalde, por lo que la puso en el centro de la mesa.

Ese verano corria el rumor de que la Revolucion se estaba desmoronando a marchas forzadas. En las reuniones de la Convencion, los representantes elegidos por el pueblo se insultaban a gritos: «?Pajarraco vil! ?Sapo chiflado!». Una banda de parisienses armados, ejerciendo su derecho parisiense de arreglar el pais, puso fin a la interminable contienda irrumpiendo en la Convencion y saliendo con los representantes cuyas opiniones en temas como la abolicion de la propiedad privada no coincidian con las suyas.

En Castelnau, las autoridades municipales habian recibido notificacion de la inminente visita del ciudadano Brunel, enviado desde Paris para cerciorarse de que la Revolucion progresaba por toda Francia.

– Naturalmente, no tengo la menor intencion de dar al companero Brunel motivos para intervenir en nuestros asuntos -dijo Ricard-. La misma existencia de este comite deberia bastar para convencerlo de que en Castelnau somos capaces de prever los problemas y solucionarlos.

?Cuantas veces habian oido a Ricard denunciar el orgullo de las provincias? «Soy frances -le gustaba decir-, eso es todo lo que cuenta.» Sin embargo, el resentimiento hacia Paris tambien se retorcia dentro de el. Solo que, en su caso, adoptaba la forma de determinacion para superar el entusiasmo revolucionario de la capital y con adelanto cuando fuera posible. Era como desear a una mujer que no te hacia caso pero que de vez en cuando te utilizaba para sus fines, penso Joseph; ella decidia el rumbo de tu vida, independientemente de que decidieras perseverar o alejarte.

– Admito que estaba equivocado. -Mercier, inclinando la silla hacia atras, sonrio al alcalde y recorrio la mesa con la mirada-. Dije al ciudadano Ricard que su consejo nunca aprobaria este comite.

– No erro por mucho -replico Ricard-. Nuestro amigo Luzac no perdio tiempo en expresar sus reparos. Empezo diciendo que ni usted ni Morel son miembros elegidos del consejo.

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