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La Joven De Las Rosas - Kretser Michelle de - Страница 37


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– ?Y que? -replico Lisette-. Tienen que comer, ?no?

– ?Comer? Esa es buena. Se lo gastan todo en bebida y en mujeres de mala vida.

– Los mendigos tienen tanto derecho a divertirse como cualquiera.

La mujer bufo de indignacion y se volvio para susurrar algo a su companera.

Lisette miro a Joseph, puso los ojos bizcos y saco la lengua. Luego le dio un ataque de risa y se llevo una mano a la boca.

El le cogio la cesta y se asombro de lo que pesaba.

– Zanahorias -dijo ella-, huevos, vino y miel. Entre la tienda y el huerto de mi hermana nos las arreglamos. No se como lo hacen los demas. Paul dice que solo es cuestion de tiempo el que controlen los precios, pero eso no acabara con la escasez, ?no?

Un guardia echo un vistazo indiferente a sus papeles y los dejo pasar con un ademan. Caminaron por calles en las que la luz empezaba a retirarse. Los primeros trabajadores se desperdigaban, deteniendose en portales, como retrasando el momento de volver a casa. Los ninos se despedian a gritos, se pellizcaban, se guardaban en el bolsillo un guijarro, un trozo de lazo, un silbato, volvian corriendo para hacer cambios urgentes en los planes del dia siguiente.

Lisette pregunto a Joseph donde habia estado, y el le hablo del granjero que tosia sangre mientras su mujer lloraba y decia que a su hijo lo habian llamado a filas y que iban a hacer, que iban a hacer.

– Pero el caso es que solo necesitan que estes con ellos. Mi madre sabe que se esta muriendo y no le importaria llamar al abbe Michel para los ultimos ritos. Pero desaparecio en enero. Los medicos son como los sacerdotes: gente a la que llamas, no porque esperas que te salven, sino porque necesitas tener la sensacion de que han hecho todo lo posible.

Un callejon, un estrecho pasadizo que olia a alcantarilla, se abria a su izquierda entre dos casas de madera. En la esquina de la calle habia una joven escualida de unos dieciseis anos, piel blanca cremosa y pelo castano rojizo. Los recorrio con ojos inexpresivos que volvio a clavar en Joseph antes de apartarlos de nuevo.

Lisette lo miro de reojo y rio.

– Siempre esta por aqui -dijo el, despreciandose por ruborizarse.

– Ultimamente hay tantas… Paul se indigna, dice que es una enfermedad social que no tiene cabida en la Francia republicana. Pero es lo mismo que los mendigos, ?no? Tienen hambre y no conocen otra manera de conseguir comida.

Cuando se separaron, ella insistio en darle un tarro de miel, cerrandole los dedos alrededor del mismo cuando el puso reparos. Luego se quedo ante el, sosteniendo la cesta con ambas manos. Un hombre que pasaba los miro, pero siguio andando rapidamente cuando ellos lo miraron.

– Todo el mundo tiene miedo, ?verdad? -dijo Lisette-. Como ese hombre. Mi hermana tiene una amiga… alguien la denuncio por decir que no le extranaba que desertara ese general, y que esperaba que su hijo tuviera suficiente cabeza para hacer lo mismo. Vinieron a buscarla. Tuve que pedir a Paul que interviniera.

– Ha sido una mala primavera.

– Paul dice que la Revolucion necesita hombres como tu. Me ha explicado tus proyectos de limpiar las calles. Eso estaria bien… toda esta porqueria es repugnante.

Ella tenia una manera de mirar, seria y suplicante, que hizo que Joseph cambiara el peso del cuerpo de un pie al otro.

– Pero tu tambien tienes miedo, ?verdad? -dijo-. Por eso bebes.

– ?Es lo que Ricard…? -Se interrumpio. El cielo seguia lleno de luz azul, pero la noche habia invadido las calles. Las ventanas se volvian amarillas, una a una.

Lisette se cambio la cesta de brazo y le tendio una mano.

– Deberias casarte, Joseph.

6

Mayo, y los castanos estan repletos de flores. El hombre que aguarda ante la verja a que anochezca levanta la mirada hacia las ramas y recuerda un jardin. De todas las cosas que ha perdido, le parece que esa es la mas dificil de soportar. Piensa que cuando la vida quiere castigar a un hombre, le exige que escoja; no es que el tenga un claro recuerdo de haberlo hecho. Pero alli esta el, ese pueblo, esas flores. Recorre con los dedos el tronco de un arbol, de la casa llegan ladridos furiosos.

La carta de Anne identifica a su portador como «un amigo». Claire y Sophie lo reciben en el despacho de su padre, donde el se presenta a si mismo como Pierre a secas y declina el ofrecimiento de algo de comer, aunque acepta con presteza una copa de vino. Mientras Claire sigue dandole las gracias, el se acerca a la ventana, la cierra y corre las cortinas purpuras, y se sorprende a si mismo reparando en el cordon de seda deshilachado y en el terciopelo gastado. Una de las maneras en que ha cambiado es esta recien descubierta atencion al detalle; una lastima, piensa, que haya hecho falta una revolucion para hacerle fijarse en las cosas. Cuando ellas terminan de leer la carta y lo miran, el no vacila en decir la mentira habitual.

– El final de un soldado. Una muerte valiente.

El las no apartan la mirada de su cara. El mira a una y otra, y vuelve a mentir.

– No recupero el conocimiento. Puedo asegurarles que no sufrio.

– ?Y mi marido? ?Estaba con Sebastien cuando…? -Habla con un tono desapasionado, dolorosamente sereno. Pero esta palida y le tiemblan las manos. ?Quien hubiera imaginado, piensa el, que la mujer de Monferrant seria tan hermosa? ?O que le importaria tanto su marido?

Asiente.

– Regrese a Inglaterra poco despues. Deje a su marido con vida y con la moral alta.

– Entiendo. -Ella da vueltas a la carta en sus manos, que siguen temblando-. ?Y eso fue…?

– En diciembre.

– ?Donde esta ahora el regimiento?

El se encoge de hombros.

– No les esta permitido decirlo. -Sophie vuelve a llenarle la copa y sirve una para Claire. El repara en las manos de Sophie, lo distintas que son de los palidos y tersos dedos de su hermana. Ella es la que lleva la casa, piensa, siempre hay alguien como ella en todas las familias.

– Me preguntaba si mi marido… -dice Claire- con el levantamiento monarquico de la Vendee… Corren tantos rumores de oficiales emigrantes que vuelven clandestinamente a Francia para alentar la insurreccion.

– No deberia creer todo lo que oye -dice el secamente, y bebe un sorbo de vino. Luego repara en el recipiente de plata lleno de pequenas rosas que hay en el borde del escritorio-: Roses de Meaux. -Mira a ambas mujeres-. ?Las primeras de la temporada?

Sophie asiente.

– Son tempranas -dice el-. Claro que estan mucho mas al sur. -Alarga un dedo para tocar un petalo-. Como pequenas borlas.

– ?Quiere una?

El arranca un capullo medio abierto, que se coloca con cuidado en el ojal. Coge su copa y brinda por Sophie.

– Gracias.

– ?Y Anne? -pregunta ella-. No dice nada de si ella y los ninos estan bien. Hace meses que no tenemos noticias.

El hace un gesto de negacion.

– Me paso la nota un conocido mutuo.

– Hemos oido historias sobre emigrantes. Familias enteras mendigando por las calles.

– Oh, si -dice el-, y la comida horrible y el tiempo indescriptible. Y las poco agraciadas chicas inglesas, ansiosas de que las corrompan.

Claire baja los ojos hacia su copa. Pero Sophie le sostiene la mirada y el sonrie, porque tiene una teoria que ha comprobado a lo largo de los anos, y es que la pasion corre con mas fiereza en las mujeres poco agraciadas que en las hermosas.

– ?Por que ha venido aqui? -pregunta ella.

El deja la copa vacia y ella no hace ademan de volverla a llenar.

– ?Sabe? -dice-, pese a todas las privaciones, al menos el honor lo tenemos intacto.

– Si le parece que el honor es compatible con la traicion.

– ?Traicion? -El arquea una ceja-. ?Y asesinar a su rey… como llama a eso?

– ?Por que ha venido aqui? -repite ella.

– Necesitamos dinero -dice el-. Joyas, oro, lo que tengan.

Esta mirando a Claire. Ella se lleva una mano con anillos a la garganta, en la que ultimamente siempre cuelga una gruesa cadenilla de oro.

– No tenemos dinero -dice Sophie-, y ahora creo que deberia marcharse.

El no le hace caso y habla a su hermana.

– Su marido arriesga la vida cada dia por nuestra causa.

– Su causa -replica Sophie-, no la nuestra. Nosotros creemos en la Revolucion.

– Siempre me divierte oir a la gente utilizar ese termino como si significara algo nuevo, un cambio -dice el-. Si supiera usted de astronomia, sabria que describe el curso fijo que traza una estrella por el cielo. -Levanta una mano y cuenta con los dedos-: El ejercito frances ha sido derrotado en Holanda, Belgica, Renania. Dumoriez se ha pasado a los austriacos. La Vendee esta en manos monarquicas. Hay revueltas en Lyon. Guerra con las principales potencias europeas. -Vuelve a sonreir-. Cuando habla tan confiadamente de revoluciones, no olvide que las ruedas, por su misma naturaleza, siguen rodando.

Claire esta llorosa. Sophie le coge la mano.

– Hay reveses, por supuesto -dice-. La gente comete errores cuando trata de poner en practica lo inimaginable. Pero al menos lo estan intentando.

El se limita a coger con parsimonia la licorera y a servirse mas vino. Lo bebe a sorbos, recostandose en su silla y adelantando las caderas, notando que ellas se dan cuenta de que el vino no es lo unico que podria tomar.

– Esperamos… a nuestro padre en cualquier momento.

– Oh, si -dice el-. Lo se todo de su padre, mademoiselle de Saint-Pierre. -Luego, porque ya ha logrado asustarla, medio se ablanda-: No tiene por que alarmarse. No voy a llevarme nada que no quieran darme.

Fuera, en la oscuridad, se oye un grito; Claire se levanta de un brinco.

– Solo es la lechuza -dice Sophie.

Pero su hermana se ha quitado los anillos. Una piedra blanca, otra azul, piedras azules y blancas juntas. Luego se detiene y tiende la mano hacia el.

– Tome. Hagalo usted. -Y tras un breve tiron, el anillo de oro se desliza por su nudillo y acaba en la palma de el-. Aqui tiene. Llevese todo.

El se guarda en el bolsillo los anillos, el brazalete. Le mira el cuello.

– No -dice ella-. Esto no.

El asiente y se levanta.

– Gracias, senora marquesa. Su marido se sentiria orgulloso de usted.

Claire se cubre la cara con sus dedos sin anillos.

– No molesten a su criado, por favor -dice el-. Conozco el camino. -Cruza la sala hasta la ventana, descorre la cortina, abre el pestillo.

– ?De veras que Hubert esta bien? -Sophie se acerca a el-. Si ha mentido solo para conseguir las joyas…

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