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La Joven De Las Rosas - Kretser Michelle de - Страница 39


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– ?Y? -dijo Mercier.

Fue Chalabre quien respondio.

– Piensen en los sucesos acaecidos recientemente en Paris. Nuestros concejales temen el fervor con que se exigen en Castelnau ciertas opciones entre ciudadanos a los que no les preocupan, por asi decir, las delicadezas sociales. Yo mismo quede conmovido ante la elocuencia con que nuestro alcalde describio el comite como una influencia mediadora entre el club y el consejo… Despues de todo, nosotros sabemos que cuchara utilizar en los banquetes.

Ricard espero a que cesaran las risitas burlonas.

– Sin embargo, he recibido una protesta formal. -Dio golpecitos a una carta que tenia ante si-. Firmada por Luzac y otros tres concejales. «Libertad, igualdad y soberania del pueblo», el preambulo habitual… -Recorrio la hoja con la mirada.

– ?«Un ardiente deseo de servir a la Revolucion»? -aventuro Mercier.

– Exacto, exacto… Aqui esta la parte crucial: «Tememos que la existencia del Comite Central fomente las divisiones politicas que sacuden el corazon de la unidad republicana. Lamentamos profundamente que el consejo, en un momento de fervor equivocado aunque sincero, haya votado a favor de su creacion».

– Dejeme ver esa carta -dijo Chalabre.

Ricard se la tendio.

– Veo que Chauvet es uno de los firmantes. Se abstuvo de votar en la reunion del consejo, si no recuerdo mal. Pero desde entonces le han persuadido para que cambie de parecer. Bueno, estoy casi seguro de que tengo en mis archivos una carta acusando a uno de sus granjeros de guardarse una parte de su cosecha. -El abogado se llevo a la boca uno de los pequenos caramelos amarillos y miro alrededor-. Eso servira, ?no les parece?

Mercier se encogio de hombros.

– Es Luzac quien esta detras de esto… ?Por que molestarnos con alguien mas?

– Nuestro amigo sigue disfrutando de cierto prestigio en Castelnau -dijo Ricard-. La gente lo recuerda como -hizo una mueca- un heroe, el hombre que desafio a Caussade. Chauvet es aristocrata, no hace tanto que sus administradores colgaban a los campesinos que no pagaban con puntualidad sus rentas.

– Asi y todo. -Mercier miro a Chalabre-. ?En que etapa esta la investigacion de la famosa matanza?

El abogado fruncio el entrecejo.

– Eso es un asunto totalmente distinto.

– Les dije que no lo dejaran en manos de ese viejo necio. Se asustaron innecesariamente en otono. Escuchenme ahora: todo el mundo sabe que Luzac estuvo implicado. Presenten pruebas concluyentes y tendran una razon judicial, si creen que la necesitan, para arrestarlo.

Ricard miro a Joseph.

– Si Luzac es culpable… -Se le resbalaron los anteojos de la nariz-. Solo usted parecia tener alguna duda al respecto.

– No queriamos sacar conclusiones precipitadas. E hicimos bien en no arriesgarnos a desbaratar las elecciones por el destino de un punado de curas.

– Habia un muchacho -dijo Joseph-, y ese constructor de barcos, entre otros.

– Precisamente -interrumpio Mercier-. Ciudadanos inocentes, gente modesta. ?Que mas necesitan? Hagan que el arresto coincida con la visita de Brunel.

Joseph penso en Luzac, esa patetica criatura.

– Saint-Pierre esta realizando una investigacion. Si aun no ha encontrado pruebas…

Mercier rio.

– ?No se la hemos encomendado precisamente para eso? -dijo, asintiendo hacia Chalabre.

– Guardese las agudezas para sus editoriales -replico el abogado-. A los necios que compran su periodico probablemente les diviertan.

Cuando los otros dos se hubieron marchado, Joseph se quedo atras. La atmosfera de la habitacion estaba cargada. Ricard abrio las persianas y acerco dos sillas al balcon, donde las estrellas habian perforado el cielo azul oscuro.

– No entiendo por que estoy en este comite -dijo Joseph.

– No deberias dejar que Mercier te aguijoneara.

– No es eso. Pero este asunto de Luzac… -Las palabras le brotaban atolondradas como polillas-. Vosotros tres no me necesitais -dijo.

– Yo si. Necesito un hombre en quien confiar plenamente.

Joseph volvio la cabeza. Ricard miraba la marana de hojas oscuras.

– Necesito a alguien que no vaya a traicionarme.

– Mercier -se sintio obligado a decir Joseph-. Chalabre. -Todo el tiempo encantado de haber sido elegido.

– Hombres ambiciosos. No vacilarian en sacrificarme a mi… o el uno al otro, o a alguien mas… si les conviniera.

Las cigarras, que se habian sumido en uno de sus inexplicables silencios, cantaron una vez mas.

– Entiendo por que te horroriza condenar a Luzac. -Ricard saco su pipa-. Admiro tu lealtad. Pero no podemos permitir que siga oponiendose a nosotros a cada momento. Y no soy aprensivo. No es compatible con mi cargo.

– Ni con el mio. De todos modos creo que en este caso lo soy.

– Oh, sin duda. Pero solo porque te inquietan las repercusiones que pueda tener en los demas, no porque temas por ti. El interes propio no entra en tus calculos. Por eso confio en ti.

Joseph penso que «inquietar» no era la palabra adecuada. Pero Ricard ya habia cambiado de tema.

– Ese norteamericano… Fletcher. Chalabre me dice que ha dejado su alojamiento en la ciudad para instalarse en Montignac. ?Sabes que hay detras de eso?

Una semana atras la noticia hubiera paralizado a Joseph. Ahora sonrio.

– Esta enamorado de la hija mayor de Saint-Pierre.

– ?No sigue casada con Monferrant?

– El esta en el exilio, ?recuerdas? Luchando en alguna parte contra nuestros ejercitos.

– Su marido podra ser un traidor, pero sigue siendo su marido -replico el alcalde-. La miseria moral siempre es inexcusable. Y tipica de esa clase.

Joseph estuvo a punto de decir algo sobre Sophie, queriendo saborear su nombre. Queriendo tambien sincerarse, explicar por que la Revolucion ya no le parecia tan importante, por que necesitaba tiempo para cosas corrientes, la sonrisa de una mujer, la vida atrayendolo como un huerto acogedor.

– Ese norteamericano tiene familia en Burdeos -siguio Ricard-. La mitad de los diputados que arrestaron en Paris eran de alli. El comite deberia vigilar de cerca a alguien vinculado a ese lugar.

– Fletcher es un artista -dijo Joseph, consciente de su magnanimidad-. No representa ninguna amenaza para nadie. Para la Revolucion, quiero decir.

– Su asociacion con Saint-Pierre es inquietante. De hecho, toda esa familia… La otra joven ha empezado a frecuentar a las llamadas Mujeres Republicanas.

– Se llama Sophie.

– No tengo paciencia con sus peticiones de igualdad. Como si no hubiera en juego… ideales, una Revolucion. ?Sabes?, han escrito al ayuntamiento pidiendo fondos para abrir un hospital de partos para madres solteras. ?Por que no autorizamos la prostitucion, ya puestos?

– No todas las madres solteras son prostitutas.

– Una distincion literal, no moral. De todos modos, ?de donde sacan tiempo esas mujeres? ?Quien se ocupa de sus maridos?

Joseph sonrio hacia la oscuridad.

– No todas tienen maridos. -Y no pudo resistir anadir-: Ella cultiva rosas, ?sabes?

Un humo con olor a clavo se disipaba por encima del balcon.

– Prometeme que me apoyaras hasta las proximas elecciones. -La voz de Ricard se suavizo aun mas-. Para entonces estara arreglado, de un modo u otro.

9

Naturalmente, hay rosas. Es imposible huir de ellas en esa casa, en esa estacion. Los cortinajes de la cama estan descorridos y Stephen reconoce el jarron que hay en una de las mesas de la habitacion, pero en la penumbra no distingue el color de las flores, solo que no son blancas.

– ?En que estas pensando? -La pregunta del amante.

– En rosas -responde el con sinceridad.

Ella le pellizca.

– Es tan malo como hablar con Sophie.

El le acaricia la mejilla. Apoyandose en un codo, desliza la palma por su humeda piel. En la mesilla de noche de ella siempre hay un ejemplar de Pablo y Virginia, encuadernado en tafilete azul oscuro; atisba las letras doradas del lomo. Fue el primer regalo que hizo a Claire. Se refieren a el como su libro. Cuando hablan de vivir juntos evocan una casa de bambu en un bosquecillo de bananos, rebanos de cabras y bandadas de periquitos. Tendran un perrito llamado Fidele -«Lo opuesto a Brutus», coinciden- y plantaran un cocotero por cada hijo. Esta evocacion de la inocencia es necesaria para los dos. Pero ultimamente el suena con que esta atrapado en la vegetacion, y le gustaria llegar al otro lado de las montanas, pero unos zarcillos verde palido se enroscan alrededor de su cuerpo y el camino que tiene ante si esta lleno de follaje.

– En Burdeos estariamos a salvo -dice el.

– Ya no tengo miedo, ahora que estas aqui siempre. Si ese hombre regresa, Sophie y yo ya no estaremos solas.

– No son los de su bando los que me preocupan. En Burdeos es distinto… han cerrado los clubes jacobinos y arrestado a sus lideres.

– Entonces vete -dice ella, apartandose ligeramente-, vete si tienes miedo.

El quiere sujetarla por las munecas y obligarla a defender la logica enloquecedora que le permite ser infiel a su marido al mismo tiempo que le exige permanecer en Montsignac hasta que llegue el momento en que el regrese para reclamarla. Es como si el adulterio la atara a Monferrant con mas firmeza que los votos que ha dejado a un lado con aparente despreocupacion. Una idea perversa del honor que le impide dar por terminado el matrimonio mientras no tiene escrupulos en aprovecharse cada dia -por las noches- de la ausencia de su marido. El calculo del deseo, inescrutable, operando segun sus propias reglas.

El quiere preguntarle que ocurrira cuando regrese Monferrant. Si regresa. Cuanto tiempo esta dispuesta a esperar al marido que nunca menciona.

Y la nina. El bebe que se chupetea los pies, rie al sol y abre y cierra las manos hacia el al otro lado de la habitacion. Mi hija, piensa con fiereza. Claire no puede esperar que yo… Se lo dire a Monferrant, si es necesario.

Pero ?seguro que no lo sera? ?Seguro que ella le quiere a el tanto como el la quiere a ella?

Al mismo tiempo, aun mientras se enrosca el pelo de ella en los dedos y cambia de postura para sentirla contra su cuerpo, piensa en como era todo antes de conocerla y ve una serie de arcos abriendose al infinito, piensa en globos y en el aire asombroso.

Casi no ha pintado desde que se instalo en Montsignac.

Acalla el panico con la resolucion de que en adelante madrugara y trabajara hasta tarde. Hablare con Sophie, acelerare los preparativos para transformar el cobertizo en un estudio. Le han encargado dos retratos para otono, cuadros convencionales, pero necesita disciplina; conseguira mas encargos, solo es cuestion de mostrarse agradable con la gente. Ire a Paris pronto, pasare dos semanas alli, mirando cuadros. Escribire a Charles, y cuando este de permiso iremos juntos al sur, a las montanas. O recorreremos la costa, como planeamos en Navidad.

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