Выбери любимый жанр

El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 39


Изменить размер шрифта:

39

Seguia mirando fijamente la vela por la que se deslizaba lentamente una gota de sebo.

– ?Dos anos! -dijo.Se levanto, se fue andando hasta otra silla proxima a la puerta por la que habia entrado, tomo con su mano una estola blanca doblada en forma de rectangulo, se la echo sobre los hombros y se envolvio con ella.

– Cuando mi abuelo heredo la corona -prosiguio-, este pais estaba sumido en el caos. Nuestros enemigos habian devastado el reino, nuestros vasallos se emancipaban, los sacerdotes imponian su voluntad al soberano, y el pueblo se moria de hambre…

Se dio la vuelta y avanzo hacia ellos.

– Habia campesinos que se comian a sus muertos…

Poncet bajo los ojos, al tiempo que el maestro Juremi dirigia la mirada hacia las sombras.

– Asi estaba el pais. Fue necesario restaurar la autoridad real, expulsar a los enemigos, someter a los principes, mantener a raya a los sacerdotes. Basilides, mi abuelo, comenzo una tarea gloriosa. Fundo en esta ciudad, Gondar, una nueva capital al margen de la corrupcion que minaba Axum, la sede de la corte desde muchos siglos atras. Luego llego su hijo, mi padre, tambien integro, tambien glorioso, tambien decidido. Yo, que le he sucedido, he tenido la suerte de reinar mucho tiempo, recoger su legado y hacerlo fructificar. He aligerado las cargas que pesan sobre el pueblo, he abolido los tributos aduaneros que quebrantaban el pais, como lo habrian hecho los bandidos. Pero por encima de todo, he aplicado la ley. Sin duda es severa, pero es la de nuestros mayores. Todos la conocen y todos son iguales ante ella.

El alba clareaba lentamente. Una nube violeta cortaba la ventana en dos, de forma que arriba se veia la noche y abajo una bruma blanquecina.

– Hemos culminado esta ardua empresa solos, ?comprenden? Solos. Hace mucho tiempo que no esperamos ayuda de nuestros vecinos. Son mahometanos y nos odian. Pero ademas hemos tenido que protegernos de aquellos que durante mucho tiempo creimos nuestros amigos, nuestros hermanos, nuestros parientes catolicos venidos del otro lado de los mares. Hace un siglo, cuando los turcos atacaron este pais, los reyes de entonces decidieron llamar a los portugueses. Y vinieron. Cristobal de Gama, hijo del gran Vasco, incluso dio la vida por nosotros. Pero solo nos salvaron para enviarnos luego a los jesuitas. Cuando llegaron, nadie sabia aqui quienes eran esos sacerdotes. Nuestros ancestros los acogieron pensando que eran nuestros hermanos, como Cristo habia dicho. Asi que cuando dijeron que debiamos prestar obediencia al Papa y unirnos a la comunidad catolica, no planteamos ninguna objecion. ?Imaginese! Habiamos sufrido tanto por sentirnos apartados del mundo que acogimos con alegria la idea de volver a el. Lo unico que les pedimos fueron argumentos teologicos que demostrasen por que su interpretacion de los Evangelios era mejor que la nuestra. Nuestros sacerdotes se prestaron a la controversia sin subterfugios, estrictamente con la ayuda de sus grandes conocimientos; y esos jesuitas tan seguros de si mismos tuvieron que admitir que no tenian respuestas a nuestras preguntas y tuvieron que volver a Roma un poco despechados. El Papa envio a otros, mas sabios, pero sobre todo mas dispuestos a emplear todos sus medios para conseguir sus fines. Nuestro pueblo los acogio como hermanos, mientras ellos obraban propiamente como enemigos. En aquel momento, nuestro punto debil era el Rey. El pobre hombre tenia poco caracter y cayo bajo la ferula de los jesuitas, que le hicieron tomar decisiones completamente equivocadas. Finalmente se sirvieron de su autoridad para ordenar la conversion inmediata del pais. Entonces comprendimos, aunque demasiado tarde, que a ese mal venido del exterior y al que nos habiamos acostumbrado habia que agregar otro mal: el que nos deseaban nuestros peores enemigos. No voy a referirles todas las peripecias, aunque fueron innumerables, durante las cuales esos religiosos francos dieron pruebas de su influencia perniciosa, de su empeno por someter nuestras conciencias, por imponernos una fe nueva y conquistarnos por la via de la perfidia y la division. De esa epoca datan las guerras civiles mas horribles de este pais; la autoridad de los reyes, que siempre se habia preservado, incluso en los momentos mas dificiles, cayo en descredito cuando uno de ellos aspiro a abrazar la fe de esos extranjeros por debilidad de espiritu. Entonces, el pueblo busco refugio en los sacerdotes, que por otra parte fueron incapaces de defenderlo. Nuestros enemigos se aprovecharon de nuestra decadencia. Entonces se produjo el caos que, como ya les he dicho, ha precisado tres generaciones para desaparecer, y con no pocas dificultades.

Se tranquilizo, y prosiguio con mas calma:

– Esta es nuestra situacion actual, y por eso necesito tiempo.

Casi habia clareado por completo. El Rey fue hacia Poncet y le puso la mano en el hombro. Era una mano seca y ligera, que apenas pesaba.

– Cuando veo a hombres como usted, pienso que es una lastima vernos obligados a rechazar todo cuanto llega de Occidente. Antes de que los musulmanes salieran del desierto, su civilizacion era tambien la nuestra. En la corte de mis ancestros se hablaba griego. Pero aun somos demasiado fragiles para asumir el riesgo de abrirnos a quienes pretenden ser nuestros hermanos y, por lo que sabemos, insisten todavia en convertirnos sin comprender que asi nos pierden.

Retiro la mano y dio unos pasos hacia la puerta.

– Gracias a ustedes -dijo con cierta alegria- ahora hay un atisbo de esperanza en mi vida. Era consciente de la tarea que aun me quedaba por cumplir, y ahora se de cuanto tiempo dispongo para culminarla.

Cuando el Rey hubo salido, los visitantes se quedaron silenciosos y anonadados. Al darse cuenta de la luz que entraba a raudales en la sala, Demetrios los acompano rapidamente a su casa. Pidieron quedarse solos para cambiarse, y convinieron con el joven que regresara dos horas mas tarde.

En cuanto se cerro la puerta, el maestro Juremi se encaro con Jean-Baptiste.

– ?Te has vuelto loco? Habiamos acordado que tu ibas a moderar su optimismo y prepararle para una larga enfermedad. ?Como se te ha ocurrido hacerle esa confesion, y mucho menos semejante pronostico?

– Lo se -dijo Jean-Baptiste con la cabeza entre las manos-. Sin embargo, cuando he mirado a ese hombre no he podido mentirle.

– Me parece bien que no quisieras mentirle, pero tampoco tenias por que decirle toda la verdad.

– Ese hombre tiene algo que me ha impulsado a decirselo todo.

– No es el quien tiene algo -dijo el maestro Juremi- sino tu. ?Vaticinar el destino a un rey! ?Que locura! Te crees un dios, amigo mio. Lo que tu tienes es orgullo.

– Creo que no -dijo Poncet con voz apagada-, que es todo lo contrario. Cuando le hablo no es un rey. Le hablo como a un hermano.

– Un hermano al que acabas de apunalar.

Apenas habia acabado su frase cuando llamaron a la puerta con tres golpes. Abrio el protestante. Dos oficiales de la guardia venian a detenerlos.

13

Los guardias, con un semblante hostil e incapaces de explicarse en otra lengua que no fuera la suya, condujeron a los dos francos al palacio, aunque no por los vericuetos secretos que habian seguido la noche anterior sino que rodearon completamente las murallas para entrar por la puerta principal.

Atravesaron una anticamara estrecha y se encontraron en la sala en la que el ras y los sacerdotes les habian interrogado a su llegada. Alli les esperaban los mismos dignatarios, pero en esta ocasion estaban dispuestos en dos grupos, entre los cuales habia tres cuerpos tendidos en el suelo y cubiertos con una sabana. El dragoman que habia vertido al arabe la audiencia oficial con el Emperador se adelanto y tradujo las palabras que acababa de pronunciar en voz alta uno de los religiosos:

– Estos esclavos han probado los remedios que ustedes han preparado para curar al soberano, y ahora estan muertos.

Jean-Baptiste suspiro aliviado, pues se temia algo muy distinto. En cuanto a los remedios «oficiales», estos solo eran un mejunje a base de agua, harina y colorante de remolacha que habian elaborado en presencia de Demetrios.

– Digale a estos senores -dijo Jean-Baptiste sonriendo- que nuestra receta es muy sencilla y que antes de hacerles llegar nuestro preparado le proporcionamos otro igual a Demetrios, que segun creo es un sirviente del Emperador.

Al oir el nombre de Demetrios, los presentes empezaron a hablar entre ellos muy nerviosos y apenas escucharon al interprete. Los dos medicos comprendieron enseguida que habian mandado a buscar al joven griego. Llego al poco rato, sudando y con una cajita de madera en la mano donde guardaba una muestra de la misma sustancia que habian entregado a los sacerdotes.

El joven pronuncio un largo parlamento que los francos no entendieron, aunque advirtieron, eso si, que hablaba en un tono muy distendido. Para reforzar sus palabras, Demetrios abrio la caja, tomo un poco del preparado, lo comio ostensiblemente y ofrecio a la concurrencia. Los sacerdotes lo miraron con cara de asco y, tras una breve discusion, los dignatarios abandonaron la sala. Cuando se hubo cerrado la puerta, se oyeron las voces de una conversacion tumultuosa.

Demetrios dijo entre risas que el incidente se daba por concluido.

– Espero que el Rey los condene por haber envenenado a esos tres desgraciados -dijo Jean-Baptiste.

Unos soldados que habian entrado discretamente en la estancia se llevaron los cadaveres de los esclavos, arrastrandolos por los pies.

– En nuestro pais uno solo puede ser condenado por matar a hombres, y los esclavos no lo son -dijo Demetrios con seriedad.

Tras estas palabras, los dos medicos y el guia abandonaron la estancia. A sabiendas de que uno debe acostumbrarse a la desgracia ajena, siempre que una sociedad asi lo justifica, se olvidaron de las victimas de aquella ridicula maquinacion y solo pensaron en pasar un buen rato.

Por lo demas, aquel asunto les sirvio para comprender mejor como ejercia el Rey su poder en medio de todos aquellos peligros. De hecho, solo habia otorgado su confianza a hombres oriundos de paises extranjeros, como Demetrios o Hadji Ali. Y algunos de ellos habian sido secuestrados en su infancia, durante redadas y campanas militares. Asi como los turcos estaban protegidos por ninos cristianos que habian robado para convertirlos en jenizaros, el Rey de Reyes tenia a su servicio jovenes musulmanes educados como cristianos, que sentian por el autentica devocion. Eran utiles en la capital y por todo el pais. Siempre habia recurrido a musulmanes que le debian la vida, como Hadji Ali, o a armenios y otros cristianos de Oriente, subditos del Gran Turco, para llevar a cabo misiones de confianza fuera de su territorio.

39
Перейти на страницу:

Вы читаете книгу


Rufin Jean-christophe - El Abisinio El Abisinio
Мир литературы