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La Casa De Citas - Robbe-grillet Alain - Страница 17


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Como de costumbre, Manneret habia dejado abierta la puerta de su piso. Sin darle tiempo a volverse, el perro se le ha echado encima por la espalda y le ha roto la nuca con un golpe seco de sus mandibulas. Edouard Manneret, muerto en el acto, yace despues en el suelo de su habitacion (?o su cuarto de trabajo?), tendido cuan largo es, etc., mientras la criada, que no ha hecho un solo movimiento, lo contempla con el mismo semblante angustiado que ofrecia al comienzo de la escena, antes de llegar el perro. Lo de que su semblante parece angustiado es no obstante pura imaginacion, ya que ninguno de sus rasgos revela nunca el menor sentimiento. Tampoco cuando se halla ante una mesa de pino, de pie, rigida, etc., con un chino de edad incierta sentado frente a ella; es, naturalmente, el intermediario, con el que por fin ha logrado dar y que, por otra parte, es el vivo retrato del falso senor Chang, el de las peritaciones, exceptuando la perpetua sonrisa extremo-oriental -que no es una sonrisa- de la que esta dotado este ultimo. La criada saca de la carterita de cuentas-doradas el dinero que le ha confiado Lady Ava. El senor Chang cuenta los billetes con dedos prestos y dice: «Es correcto.» Tras lo cual, le senala, con un movimiento apenas esbozado de la mano, una puertecita lateral cuya existencia no habia advertido aun. Esta puerta da a un vestibulo muy exiguo, cuyo techo de inclinacion muy acusada deberia corresponder a un tejado abuhardillado, lo cual es absolutamente imposible, dada la situacion de la estancia y la estructura general de la casa; este vestibulo da acceso a un segundo despacho, bastante parecido al otro pero desprovisto de todo mueble asi como del menor documento. Aqui es donde se encuentra la joven japonesa (llamada Kito) bajo la vigilancia del perro. Sin tener que volver atras, los tres salen directamente al descansillo por la puerta de enfrente de aquella por la que recuerda haber entrado la criada al principio, puerta pintada del mismo pardo y provista del mismo pomo de madera, gastado y sucio. El pequeno vestibulo pasaba asi bajo la escalera que sube al segundo. Basta con bajar un piso para hallarse en la galeria cubierta de Queens Road, desierta a estas horas. Subsisten en lo que precede algunas inverosimilitudes; sin embargo, todo se ha desarrollado puntualmente de este modo. Lo que sigue ya ha sido referido.

Prosigo y resumo. Kito -todo el mundo lo ha entendido- esta destinada a las habitaciones del segundo piso de la Villa Azul. Despues sera cedida por Lady Ava a un americano, un tal Ralph Johnson, que cultiva adormidera blanca en los linderos de los Nuevos Territorios. La historia de la pequena japonesa no tiene mas relacion con el relato de esta velada, por lo que es inutil contar con mas detalles sus diferentes peripecias. Lo importante es que Johnson ese dia… Se oye ruido arriba, se oye mucho ruido. Cada vez suena mas fuerte, la cadencia se precipita. El viejo rey loco lleva un baston con contera de hierro, con el que ritma el compas de sus pasos en el suelo del pasillo, un largo pasillo que atraviesa todo el piso de punta a punta. ?He dicho que ese viejo rey se llama Boris? No se acuesta nunca porque ya no logra dormir. Algunas veces se tumba tan solo en un balancin y se mece durante horas, golpeando el suelo con la contera del baston, en cada vaiven, para mantener el movimiento pendular. Estaba diciendo que, esa noche, Johnson, que casualmente habia sido testigo inmediato del final tragico de Georges Marchant, hallado muerto en su coche en Kowloon, no lejos del embarcadero adonde llegaba el americano unos instantes mas tarde para tomar el transbordador de Victoria, Johnson, pues, nada mas llegar a la Villa Azul, habia contado el suicidio del negociante, cuya conducta atribuia, como todo el mundo, a un exceso de honradez comercial, en un caso en el que sus socios habian mostrado muchos menos escrupulos. Desdichadamente parece que su relato -tan brillante como fertil en emociones- impresiono vivamente a una joven rubia llamada Laureen, amiga de la senora de la casa, de la que incluso se la consideraba pupila, que precisamente acababa de prometerse con aquel desdichado joven. A partir de ese dia, Laureen cambio completamente de vida y casi de caracter: de juiciosa, aplicada, discreta, que era antes, se arrojo, con una especie de pasion desesperada, a la busqueda de lo peor, a los excesos mas degradantes. Asi se hizo pensionista de una casa de lujo cuya directora no es otra que Lady Ava. Y es esta ultima quien, mostrandole a Sir Ralph en el album las chicas disponibles, comenta con esta anecdota sombria el retrato en que su ultima adquisicion aparece con el tradicional corse negro y las medias de malla, sin nada mas debajo ni encima.

Sir Ralph examina con atencion la imagen que le presentan. Juzga interesante la oferta, aunque el precio le parece elevado. Tras una informacion intima complementaria, seguida de un largo momento de reflexion, declara que se queda con ella a prueba. Lady Ava le contesta que, por su parte, estaba segura de esta aceptacion, y que no se arrepentira. La presentacion debera efectuarse durante la fiesta de esta misma noche, cuyo desarrollo ha sido objeto de varias relaciones detalladas. Es el mismo Ralph Johnson cuyas idas y venidas demasiado frecuentes entre Hong Kong y Canton habian acabado llamando la atencion a las autoridades politicas de la concesion inglesa. Por eso casi siempre era seguido por agentes de paisano, espias de tercera clase descontentos de su sueldo, que anotaban sin conviccion algunos de sus desplazamientos con el unico objeto de llenar fichas, hechas mas para dar testimonio de su propia actividad diaria que para informar de modo exhaustivo de las del sospechoso sometido a su vigilancia. La mayor parte de estos empleados contratados por los servicios secretos britanicos trabajaban clandestinamente para organizaciones particulares, a las que no servian con mas celo o inteligencia, pero cuyas lamentables investigaciones ocupaban, con todo, gran parte de su tiempo. Ademas, los menos obtusos habian sido comprados secretamente por los multiples emisarios enviados desde Formosa o la China roja, en cuyo numero habia que incluir sin duda al propio Johnson; de modo que en la descripcion de su velada -llevada acabo por dichos observadores- no constaba ninguna visita a la Villa Azul: simplemente habia regresado al hotel Victoria para cenar y no habia vuelto a salir. Fue el portero de noche el que suministro la informacion, mediante una cuantiosa propina.

Johnson ocupa en este hotel -antano lujoso pero pasado de moda desde hace tiempo- una suite que comprende vestibulo, salon, dormitorio, terraza y cuarto de bano. Regreso a las siete y cuarto, comprobo que se habia efectuado, con la torpeza de costumbre, el registro semanal de sus papeles en los cajones del escritorio y del archivo, y fue a ducharse. Despues leyo la correspondencia. Las cartas llegadas de Macao por la tarde no contenian nada destacable. De todos modos, Johnson sabia muy bien que ningun asunto de importancia podia tratarse por correo, ya que los agentes de informacion abrian su correspondencia antes de que se la entregaran. Acaba de vestirse (con un traje ligero de popelin blanco), mientras va poniendo notas en las pruebas de un anuncio publicitario que ha de devolver una vez corregido. El fastidio de tener que ponerse una camisa de seda y el smoking demasiado pesado, con ese calor, le hace renunciar a la fiesta en casa de Lady Bergmann; vuelve a leer la invitacion, en la que figura impresa la indicacion «coctel, baile», y las palabras «representacion teatral a las once» anadidas a mano (solo para una parte de los invitados); la rompe por la mitad y la echa luego al cesto de los papeles. Telefoneara manana para disculpar su ausencia con una jaqueca. Mientras cena carne insipida y verduras hervidas en el gran comedor casi vacio, hojea el Hong-Kong Evening. En el ve casualmente el entrefilete con la noticia del fallecimiento de Edouard Manneret.

El articulo es muy breve, del tipo: «Nos comunican a ultima hora el fallecimiento de…, etc.» No dice nada sobre la naturaleza exacta de este presunto accidente; y, por supuesto, no hay ninguna alusion a Kito. No obstante, hay que hablar de nuevo de las relaciones de Johnson con la japonesita. El americano la ha utilizado muy poco para sus placeres personales, ya que -como queda dicho- sus sentidos hallaban plena satisfaccion en otra: la muchacha servia solo de complemento, de personaje secundario, en algunas composiciones en las que Laureen conservaba siempre el papel principal -si no el mas suave-. Era la epoca en que Kito estaba de pensionista en la villa; y si Johnson la saco mas tarde, fue con una intencion muy distinta, para someterla a los experimentos de magia en los que cifraba su fortuna futura, que veia ya enorme. (Sus ganancias actuales, procedentes de negocios bien asentados en Macao y Canton, eran de dimensiones mas modestas.) Conviene precisar aqui que los cultivos de plantas toxicas, que habia desarrollado desde hacia poco en la zona de la frontera, comprendian otras muchas especies ademas de la adormidera, el canamo y la eritroxila: practicamente Johnson vendia en todos los barrios chinos del mundo, desde el oceano Indico hasta San Francisco, todo tipo de remedios, venenos, elixires de juventud, filtros de amor, afrodisiacos, cuyos efectos -descritos con terminos seductores en prospectos ilustrados o en los anuncios de las revistas para clientela particular- no eran atribuibles solo a la fantasia del vendedor. Su ultima idea, que acabaria con la fama de los celeberrimos «balsamos del Tigre», era un preparado que procedia en parte de la ciencia de las plantas, en parte de la magia, y cuya receta habia encontrado en una edicion reciente de un libro religioso de la epoca Cheu. Pero Johnson no era ni brujo, ni farmaceutico, ni botanico. Tenia unicamente dotes indiscutibles para el comercio, que ejercia a menudo a costa de sus socios: por ejemplo, se habia juntado, con el nombre de una de las muchas sociedades que fundaba continuamente, con un joven holandes de buena familia, llamado Marchant, que habia acabado suicidandose por motivos oscuros, pero indudablemente relacionadas con sus empresas comunes, que nunca habian causado a Johnson el menor problema. El hombre que necesitaba esta vez, para acabar de elaborar y experimentar el brebaje, a un tiempo medico, quimico y vagamente hechicero, era el famoso Edouard Manneret, que ademas poseia -segun se rumoreaba- una fortuna inmensa y probablemente no ponia ninguna intencion lucrativa en el ejercicio de sus facultades. En cambio, estaba aquejado de vampirismo y necrofilia, de modo que la muerte de Kito, sobre la que el nuevo producto demostraba su eficacia por el dominio absoluto que daba al beneficiario, hubo de incluirse muy pronto en las perdidas y ganancias de la sociedad.

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