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La Casa De Citas - Robbe-grillet Alain - Страница 16


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– ?El senor Chang? -pregunta ella en ingles. Impasible, el chino le responde:

– Si, soy yo.

Ella dice:

– Vengo por lo de la venta.

– Yo no vendo nada -dice el senor Chang.

La criada se queda desconcertada. ?No habran servido, pues, para nada, todas las molestias que se ha tomado?

– Pero… ?por que? -dice.

– Porque no tengo nada que vender.

– ?No tiene nada que vender hoy? -vuelve a preguntar la criada.

– Ni hoy ni nunca -dice el senor Chango

La criada explica:

– Es de parte de la senora Eva.

– Lo siento mucho -dice el senor Chang-. No tengo nada que venderle a la senora Eva.

?Que ocurre? La eurasiatica esta perpleja. Debe de ser otro Chang. El hombrecillo translucido, frente a ella, no ha tenido ni una palabra amable, ni la menor sonrisa, desde el comienzo del dialogo. Ningun ademan, ningun cambio en la posicion del cuerpo, ningun movimiento fisonomico ha alterado su inmovilidad: permanece junto a la puerta, con los ojos sin vida fijos en esa visitante inoportuna (cuya estatura lo obliga a levantar la cabeza), a la que ostensiblemente impide avanzar mas. Pero ella insiste:

– ?Conoce a la senora Eva?

– No tengo este honor.

– Entonces se trata de una equivocacion… Disculpeme… Buscaba a un tal senor Chango

– Pues soy yo -dice el senor Chang.

– Pero usted no vende nada.

– No -dice el senor Chang-, aqui hacemos peritaciones.

– ?Y sabe si hay mas personas en esta casa que se llamen Chang?

– Sin duda alguna -dice el senor Chang.

Y le da a Kim con la puerta en las narices. Kim, en el descansillo de nuevo oscuro, esta un rato preguntandose que hara ahora. Consulta una vez mas la hoja de papel que lleva aun en la mano; como se sabe el texto de memoria, no necesita luz para leerlo; la direccion no da lugar a dudas. Al volverse, descubre al pie de las escaleras, a una distancia mucho mayor de lo que esperaba, el rectangulo de claridad donde se recorta un fragmento de acera, ocupado por numerosos hombrecillos apinados en el umbral de la casa; parecen hablar con animacion entre ellos, gesticulando con las manos y haciendo grandes contorsiones con los brazos, a la vez que levantan la cara hacia lo alto de las escaleras en direccion a donde esta la criada, como si hubieran entablado una gran discusion sobre ella. Algunos incluso parecen querer subir. Aunque con toda seguridad no resulta visible en el fondo de aquel tunel oscuro, Kim, vagamente inquieta, se apresura a llamar a la tercera puerta, la de la izquierda, desde la que ya no ve la calle. La puerta se abre inmediatamente, con tanta rapidez como si estuviera alguien detras, pronto a intervenir. Es el mismo chino, con gafas de montura de acero, que flota en su traje estrecho. Mira a la criada con la misma expresion neutra, cuya hostilidad imaginaria solo podria localizarse, si acaso, en la fina montura de las gafas. Kim se azara y echa ojeadas a su alrededor, para asegurarse de que, con su precipitacion, no ha llamado a la misma puerta de antes: no solo no es la misma, sino que se halla frente a la anterior, y el tramo de escaleras que sube arranca entre ambas, separandolas, sin que haya posibilidad de confusion. Con voz cada vez mas insegura, empieza a decir la muchacha:

– Dispense…

– Seguimos sin vender nada -dice el senor Chang, cortandola con tono seco.

Y le cierra la puerta en las narices, exactamente igual que la primera vez.

Como no le queda mas remedio que marcharse, Kim se dispone a bajar. Da un paso de lado y descubre de nuevo, al pie de la escalera profunda, a los hombrecillos que se agitan, cada vez mas numerosos, y amenazan con lanzarse al ataque. Se retira rapidamente de su vista hipotetica, para empezar a subir el tramo siguiente, identico al primero, pero situado en direccion perpendicular. En el descansillo del segundo piso solo hay dos puertas, la primera de las cuales esta inutilizada por tres delgados listones de madera clavados uno sobre otro a traves del marco para formar una cruz de seis brazos: dos horizontales y cuatro oblicuos (que materializan las diagonales del rectangulo). La segunda puerta esta abierta de par en par: de ella procede la claridad difusa que facilitaba la subida de los ultimos peldanos. En una sala bastante larga, en la que la luz entra por un ventanal con mosquitera de tela metalica, que da a una galeria llena de ropa tendida, un centenar de espectadores -la mayor parte hombres- estan sentados en bancos puestos en filas paralelas; todos miran con atencion profunda a un orador que hace un discurso, subido a una pequena tarima en un extremo de la estancia. Pero es un discurso mudo, constituido unicamente por gestos complicados y rapidos en los que las dos manos tienen su parte, y que sin duda va dirigido a sordos de nacimiento.

Pero he aqui que suenan unos pasos subiendo por la parte inferior de la escalera, unos pasos vivos y pesados a un tiempo, procedentes de varios individuos que corren a ritmos distintos. Se acercan tan rapidos que la decision no puede aguardar una reflexion detenida. Como la escalera no pasa de este segundo piso, Kim entra con aire desenvuelto en la sala de conferencias, donde, con la firmeza y la naturalidad de quien viene con el proposito de asistir a la sesion, se sienta en el extremo desocupado de un banco. Sin embargo, algunas caras se vuelven hacia ella y quiza se extranan de su presencia; sus vecinos se hacen senas con los dedos, analogas a las del conferenciante. Kim se da cuenta entonces de un detalle importante: los que estan a su alrededor no son sobre todo sino unicamente hombres. Se pregunta cual puede ser el tema de la conferencia que los reune alli; existen tantos problemas que no conciernen a las mujeres, o que al menos no se podrian debatir delante de ellas (cosa que haria aun mas embarazosa su situacion). En todo caso, la cuestion de si se trata de un discurso en ingles o en chino no deberia plantearse. (?De veras?) Asoman por la puerta dos recien llegados (?parecen tan sofocados por la rapidez con que han subido?) que echan una ojeada circular en busca de sitios libres, poco abundantes y dificiles de determinar debido a la ausencia de asientos individuales. Cuando localizan dos, situados uno al lado del otro, se apresuran a ocupados. ?Eran sus pasos los que sonaban por los peldanos de madera? ?Eran tambien gestos de sordomudos los que intercambiaban los hombrecillos en la acera, dentro del rectangulo de luz?

Ahora es un policia ingles, con camisa de manga corta, short y calcetines blancos, el que se enmarca en el vano de la puerta. Con las piernas separadas y la mano derecha apoyada en la funda del revolver, da la impresion de estar apostado alli montando guardia. ?Sera esta una reunion politica? ?Algun mitin de propaganda comunista habra inquietado, mas que otros, a la jefatura de policia de Queens Road? Es muy poco probable. ?O acaso algun malhechor se habra disimulado entre el publico con objeto de escapar de sus perseguidores? Nada ha cambiado, sin embargo, en el comportamiento del orador en la tarima, ni en el de los espectadores en sus bancos. Kim, bruscamente, sin razon precisa, esta persuadida de que esta intervencion insolita de la policia tiene que ver con la muerte del viejo; juzga por lo tanto prudente que este guardian tardio del orden no descubra su propia presencia en la casa. Primero toma la sabia precaucion de romper en fragmentos menudos, que al mismo tiempo va esparciendo por el suelo, con disimulo, el trozo de papel con la direccion comprometedora. Despues, aprovechando que el guardia se ha vuelto hacia el otro lado, de espaldas a la sala, se levanta con la maxima discrecion y se dirige al fondo de la larga estancia, donde se abre una puerta de dos hojas, provistas cada una de una ventanita redonda con cristal. Aunque esta salida, tanto por sus ventanas redondas como por su sistema de bisagras con resorte de doble efecto para puertas de vaiven, parece la via de acceso normal a toda sala de reuniones o espectaculos, tiene fijado un cartelito en el que se destaca en rojo sobre fondo blanco un ideograma popular impreso que significa que esta prohibido el paso. Kim abre despacito una de las dos hojas, que cede sin esfuerzo, y se desliza por el espacio abierto. Antes de que la hoja, con muelle automatico, se haya cerrado del todo, le da tiempo a ver por el intersticio decreciente todas las caras amarillas vueltas simultaneamente hacia ella. Los dos bordes se juntan enseguida.

Al final de un pasillo complicado, oscuro, que cambia varias veces de direccion en angulo recto, la joven, cuyos pasos se apresuran progresivamente, desemboca en una escalera que empieza a bajar con precipitacion; la estrechez y la altura inusitada de los peldanos aceleran mas su carrera: baja los escalones de dos en dos, de tres en tres, se salta tambien algunos que escapan totalmente a su control; tiene la sensacion penosa de volar. Esta escalera no es rectilinea, tal como habia creido al principio, sino en espiral muy empinada. Al pasar, descifra una tarjeta de visita clavada con cuatro chinchetas en una puerta: «Chang. Intermediario», en ingles, naturalmente. Sigue bajando.

Esta ahora en un despachito atestado de legajos. Se le ha perdido algo. Busca febrilmente en las carpetas de carton de color, sin fiarse de las inscripciones falsas que han sido caligrafiadas encima; o las inscripciones corresponden efectivamente al contenido teorico de la carpeta, pero se trata de hallar un documento traspapelado, insertado por descuido, o mas bien con intencion de disimulado, en un legajo relativo a asuntos que no tienen ninguna relacion con lo que esta buscando. Despues se encuentra en un patio en el que se han abandonado diversos objetos arrumbados: placas de marmol serrado, camas de hierro, animales disecados, viejas cajas, estatuas mutiladas, colecciones incompletas de tebeos chinos pornograficos… (este episodio, ya pasado, no debe estar aqui). Se ve ahora a la joven eurasiatica acorralada en un rincon de una habitacion suntuosa, junto a una comoda lacada de curvas realzadas con ornamentos de bronce, sin posibilidad de huida ante un hombre de perilla gris, recortada con esmero, cuya alta estatura se yergue por encima de ella. Pero he aqui que entra en escena el gran perro negro; atado a una anilla del vestibulo de la casa, en la planta baja, habra sentido de pronto que su duena estaba en peligro y ha tirado con tanta violencia de la correa que una tira de cuero ha cedido al primer golpe, a la altura del collar; tras abrir sin dificultad la vidriera que da a la caja de la escalera, el animal, que no ha tenido la menor duda sobre el camino que habia de seguir, ha llegado en pocos saltos al quinto piso.

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