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Gaspar, Melchor y Baltasar - Tournier Michel - Страница 36


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– Senor-suplico-, dirijamonos sin mas tardanza hacia el sur. Asi tomaremos a la vez la direccion de Elat y la de la huida de la Sagrada Familia.

Taor accedio. Pero no partirian hasta dos dias despues. Porque acababa de concebir un hermoso y alegre proyecto que se situaba en Belen.

– Siri -dijo-, entre todas las cosas que he aprendido desde que sali de mi palacio, hay una que estaba a cien leguas de sospechar, y que me aflige particularmente: los ninos tienen hambre. En todos los pueblos y aldeas que hemos atravesado nuestros elefantes atraen a multitudes de ninos. Les observo y les veo a todos delgados, enclenques, enflaquecidos. Unos llevan sobre sus piernas esqueleticas un vientre hinchado como un odre, y se muy bien que este es otro indicio de hambre, tal vez el mas grave. Y esto es lo que he decidido. Hemos traido con nuestros elefantes golosinas en abundancia para darlas como ofrenda al Divino Confitero que imaginabamos. Ahora comprendo que estabamos en un error. El Salvador no es como nosotros suponiamos. Ademas, veo de dia en dia, a medida que se suceden nuestras tribulaciones, que desaparece nuestra impedimenta, y con ella todos los pasteleros y confiteros que la escoltaban. Vamos a organizar en el bosque de cedros que domina la ciudad una gran merienda nocturna, a la que invitaremos a todos los ninos de Belen.

Y repartio las tareas con una alegre animacion que acabo de consternar a Siri, cada vez mas convencido de que su amo desatinaba. Los pasteleros encendieron hogueras y se pusieron a trabajar. Al dia siguiente, olores de bolleria y de caramelo inundaron las callejas de Belen desde las primeras horas de la manana, de tal modo que la visita que hicieron de casa en casa los enviados de Taor para invitar a todos los ninos -varones y hembras- a la merienda del jardin de los cedros, habia sido bien preparada, y fue acogida con entusiasmo. A decir verdad, no se trataba de todos los ninos. El principe habia discutido el asunto con sus intendentes. No queria padres, y por lo tanto habia que excluir a los mas pequenos que no podian desplazarse ni comer solos. Pero bajaron todo lo posible en la escala de las edades, y finalmente se decidio quedarse en el limite de los dos anos. Los mayores ayudarian a los mas pequenos.

Los primeros grupos se presentaron en e! jardin de los cedros apenas el sol hubo desaparecido tras el horizonte. Taor vio con emocion que aquellas gentes modestas habian hecho todo lo posible para honrar a su bienhechor. Los ninos estaban todos lavados, peinados, vestidos con ropas blancas, y no era raro que llevasen en la cabeza una corona de rosas o de laurel. Taor, que habia observado a menudo a bandas de granujillas que se perseguian aullando por las callejas y las escaleras de los pueblos, esperaba una comilona ruidosa y tumultuosa. Si les convocaba, ?no era acaso para dar una alegria a aquellos pobrecitos? Pero estaban todos visiblemente impresionados por aquel bosque de cedros, las antorchas, aquella enorme mesa con una vajilla preciosa, y andaban cogidos de la mano y sosegadamente hasta los lugares que se les indicaba. Se sentaban, muy tiesos en los bancos, y posaban sus punitos cerrados en el borde de la mesa, cuidando de no apoyar los codos en el mantel, tal como les habian recomendado.

Sin hacerles esperar, les sirvieron en seguida leche fresca aromatizada con miel, pues es bien sabido que los ninos siempre tienen sed. Pero beber abre el apetito, y pusieron ante sus ojos desorbitados jalea de azufaifa, pastelillos de queso tierno, bunuelos de pina tropical, datiles rellenos de piernas de nuez, soufles de lichis, frituras de mangos, pasteles de nisperos, cremas baquicas al vino de Lida, tortas de crema almendrada, y otras cien maravillas que hermanaban la tradicion india con las recientes adquisiciones hechas por los viajeros en Idumea y en Palestina.

Taor observaba a distancia, lleno de asombro y de admiracion. Habia caido la noche. Antorchas resinosas -en escaso numero y separadas entre si- banaban la escena de una luz suave, discreta y dorada. En medio de la negrura de los cedros, entre macizos troncos y ramas enormes, la gran mesa con el mantel y los ninos vestidos de lino formaban un islote de claridad impalpable e irreal. Uno podia preguntarse si se trataba de un enjambre de chiquillos llenos de vida, que habian ido alli para atracarse, o de una teoria de almas inocentes y difuntas flotando como una fragil constelacion en el cielo nocturno. Y como si aquel festin de los elegidos tuviera que acompanarse necesariamente de la desventura de los reprobos, de pronto se oyo el eco lejano de un gran clamor doloroso que venia de la invisible aldea.

Las golosinas que se habian dispuesto profusamente sobre la mesa no eran mas que un atractivo preludio. Pronto se olvidaron cuando vieron llegar en una camilla que transportaban cuatro hombres el pastel gigante, obra maestra de la arquitectura repostera. En efecto, estaba formado por almendrado, mazapan, caramelo y fruta escarchada, una fiel reproduccion en miniatura del palacio de Mangalore, con estanques de jarabe, estatuas de membrillo y arboles de angelica. Ni siquiera habian olvidado a los cinco elefantes del viaje, modelados en pasta de almendra con colmillos de azucar cande.

Esta aparicion, que fue recibida con un murmullo de extasis, no hizo mas que contribuir a la solemnidad del festin. Taor no pudo por menos que dirigir a sus invitados una breve alocucion, hasta tal punto aquel enorme pastel le parecia cargado de significado.

– Hijos mios -empezo-, ya veis este palacio, estos jardines, estos elefantes. Es mi pais, del que he salido para estar con vosotros. No es una casualidad que todo eso se encuentre aqui reproducido en dulce. Porque mi palacio era un lugar de delicias en el que codo estaba pensado para el placer y el deleite. Ahora me doy cuenta de que he dicho era, y no es, delatando asi el presentimiento de que, no que el palacio y los jardines ya no existan en este momento en que os hablo, sino que nunca mas me sera posible volver a el. Por otra parte, si me fui fue tambien, por asi decirlo, por razones de azucar. Lo que queria era conseguir la receta del Rahat-lukum con pistacho. Pero cada vez veo con mayor claridad que bajo ese pretexto infantil habia algo que, por el contrario, era grande y misterioso. Desde que deje atras la costa de Malabar -donde un gato es un gato, y dos y dos son cuatro-, me parece estar adentrandome en un campo de cebollas, porque aqui cada cosa, cada animal, cada hombre posee un sentido aparente que oculta un segundo sentido, el cual, una vez descifrado, delata la presencia de un tercero, y asi sucesivamente. Y por lo que a mi respecta, tal como ahora me veo, me parece que el joven candido y bobalicon que se despidio de la maharani Taor Mamore se ha convertido en pocas semanas en un anciano lleno de recuerdos y de preceptos, y que creo que aun no han acabado mis metamorfosis.

»Asi, pues, este palacio de azucar…

Se interrumpio para coger una pala de oro en forma de yatagan que le tendia un criado.

– … hay que comerselo, es decir, destruirlo.

Volvio a interrumpirse, porque de la invisible aldea llegaban miles de agudos chillidos, como una especie de piar de polutos a los que se deguella.

– … hay que destruirlo, y creo que es uno de vosotros quien ha de dar el primer golpe. Tu, por ejemplo…

Tendio la pala de oro al nino que tenia mas cerca, un pastorcillo de rizos negros, tupidos como un casco. El nino levanto hacia el sus ojos oscuros, pero no se movio. Entonces un hombre del pais se acerco a Taor y le dijo: «Senor, tu hablas hindi, y estos ninos solo entienden el arameo». Luego pronuncio unas palabras en arameo. El nino cogio la pala de oro y con decision golpeo con ella la cupula de almendrado, que se derrumbo sobre el patio.

Entonces aparecio Siri, irreconocible, manchado de ceniza y de sangre, con las vestiduras desgarradas. Se acerco corriendo al principe, y cogiendole por el brazo le llevo a cierta distancia de la mesa.

– Principe Taor -dijo jadeando-, esta tierra esta maldita, siempre lo he dicho. Hace una hora que los soldados de Herodes han invadido la aldea, y matan, matan, matan sin compasion.

– ?Que matan? ?A quien? ?A todo el mundo?

– No, pero casi seria mejor que fuera asi. Parecen tener ordenes de no dar muerte mas que a los ninos varones de menos de dos anos.

– ?Menos de dos anos? ?Los mas pequenos, los que no hemos invitado?

– Exactamente. Los deguellan incluso en brazos de sus madres.

Taor inclino la cabeza, consternado. De todas las tribulaciones que habia sufrido, sin duda aquella era la peor. Pero, ?a quien se debia aquello? Orden del rey Herodes, decian. Se acordo del principe Melchor, que insistia para que los Reyes Magos cumpliesen la promesa que habian hecho de volver a Jerusalen para dar cuenca de los resultados de su mision en Belen. Promesa que no habian cumplido. Traicionando asi la confianza de Herodes. Y no habia nada, se sabia por experiencia, de lo que el tirano no fuese capaz cuando se creia traicionado. ?Todos los ninos varones de menos de dos anos? ?Cuantos serian en aquel pueblo tan prolifico como modesto? El nino Jesus, que ahora se encontraba camino de Egipto, habia escapado a la matanza. El furor ciego del viejo despota no podia alcanzarle. ?Pero serian innumerables sus victimas inocentes!

Absortos en el saqueo del palacio de azucar, los ninos no habian reparado en la llegada de Siri. Por fin se habian animado, y con la boca llena, hablaban, reian y se disputaban los mejores trozos. Taor y Siri les observaban, retrocediendo hasta las sombras.

– Que disfruten mientras agonizan sus hermanitos -dijo Taor-. Muy pronto descubriran la horrible verdad. En cuanto a mi, no se lo que me reserva el futuro, pero no puedo dudar de que esta noche de transfiguracion y de matanza marcara en mi vida el fin de una edad, la del azucar.

EL INFIERNO DE LA SAL

Cuando los viajeros atravesaron el pueblo en una livida aurora, lo envolvia un silencio que solo rompia aqui y alla algun que otro sollozo. Se murmuraba que la matanza habia sido ejecutada por ?a legion cimeria de Herodes, un cuerpo de mercenarios de roja pelambrera, procedentes de un pais de brumas y de nieves, y que hablaban entre si un idioma indescifrable, a los que el despota confiaba sus misiones mas atroces. Habian desaparecido con la misma rapidez con que cayeron sobre la aldea, pero Taor desvio la mirada para no ver perros famelicos que lamian un charco de sangre a medio coagular en el umbral de una cabana. Siri insistio en que torcieran hacia el sudeste, prefiriendo la aridez del desierto de Juda y de las estepas del mar Muerto a la presencia de las guarniciones militares de Hebron y de Beersheba por las que pasaban el camino mas recto. No cesaban de bajar, y a veces el terreno era tan empinado que los elefantes derrumbaban masas de tierra gris bajo sus enormes patas. A partir del crepusculo, rocas blancas y granulosas empezaron a jalonar el avance de los viajeros. Las examinaron: eran bloques de sal. Entraron en un bosquecillo de arbustos blancos, sin hojas, que parecian cubiertos de escarcha. Las ramas se quebraban como si fuesen de porcelana: era tambien la sal. Por fin, cuando el sol desaparecia a sus espaldas, vieron por el espacio que quedaba entre dos montanas, un fondo lejano de un azul metalico: el mar Muerto. Estaban preparando el campamento de la noche, cuando una subita rafaga de viento -como las hay a menudo a esta hora final del dia- llevo hasta ellos un intenso olor a azufre y a nafta.

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