Viernes o Los limbos del Pac?fico - Tournier Michel - Страница 22
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Lo que lo complica todo es que lo que no existe se empena en hacer creer lo contrario. Hay una gran y comun aspiracion de lo inexistente hacia la existencia. Es como una fuerza centrifuga que impulsaria hacia el exterior todo lo que agita dentro de mi: imagenes, ensonaciones, proyectos, fantasmas, deseos, obsesiones. Lo que no existe, in-siste . Insiste para existir. Todo ese pequeno mundo empuja a la puerta del grande, del verdadero mundo. Y es el otro quien tiene la llave. Cuando un sueno me agitaba en mi cama, mi mujer me sacudia de los hombros para despertarme y hacer que cesara la insistencia de la pesadilla. Mientras que hoy… ?Pero por que volver incansablemente sobre este asunto?
Log-book .- Todos los que me conocieron, todos sin excepcion, me creen muerto. Mi propia conviccion de que yo existo tiene en contra suya la unanimidad. Haga lo que haga, no impedire que en el animo de la totalidad de los hombres este la imagen del cadaver de Robinson. Eso basta -no, desde luego, para matarme-, pero si para relegarme a los confines de la vida, a un lugar suspendido entre cielo e infierno, en el limbo, en una palabra… Speranza o los limbos del Pacifico…
Esta semimuerte me ayuda al menos a comprender la profunda relacion, sustancial y como fatal, que existe entre el sexo y la muerte. Al hallarme mas cerca de la muerte que ningun otro hombre, me encuentro a la vez mas cerca de las fuentes mismas de la sexualidad.
El sexo y la muerte. Su estrecha connivencia se me aparecio por primera vez gracias a los propositos de Samuel Gloaming, viejo original, herborista de su estado, con el que me gustaba ir a charlar algunas tardes en York, en su tienda llena de animales disecados y hierbas secas. Habia reflexionado toda su vida sobre los misterios de la Creacion. Me explicaba que la vida se habia pulverizado en una infinidad de individuos mas o menos diferentes unos de otros para tener igualmente un numero de infinitas posibilidades de sobrevivir a las infidelidades del medio. Si la tierra se enfria y se convierte en un banco de hielo o si, por el contrario, el sol hace de ella un desierto de piedra, la mayoria de los seres vivos perecerian, pero gracias a su variedad habra siempre un determinado numero de ellos que gracias a cualidades especiales seran aptos para adaptarse a las nuevas condiciones exteriores. De esta multiplicidad de individuos se derivaria, segun el, la necesidad de la reproduccion, es decir, el paso de un individuo a otro mas joven, e insistia en que el individuo era asi sacrificado a la especie, sacrificio consumado secretamente en el acto de la procreacion. De este modo la sexualidad era, decia, la presencia viva, amenazadora y mortal de la misma especie en el interior del individuo. Procrear es provocar la siguiente generacion que inocente, pero inexorablemente, lanza a la anterior hacia la nada. Apenas los padres dejan de ser indispensables, se hacen ya inoportunos. El nino arrumba a sus genitores con la misma naturalidad con la que acepto de ellos todo lo que necesitaba para desarrollarse. A partir de todo esto resulta verdad que el instinto que inclina a los sexos, el uno hacia el otro, es un instinto de muerte. Pero la naturaleza ha creido que tenia que ocultar su juego -un juego, sin embargo, transparente-. Aparentemente es un placer egoista el que persiguen los amantes, incluso cuando caminan por la senda de la abnegacion mas enloquecida.
Me encontraba sumergido en estas reflexiones cuando tuve la ocasion de atravesar una provincia de Irlanda del Norte que acababa de sufrir una hambruna terrible. Los supervivientes vagaban por las callejas de las aldeas como fantasmas esqueleticos y se amontonaban los muertos en piras para destruir con ellos los germenes de las epidemias, mas temibles aun que la escasez. La mayoria de los cadaveres eran del sexo masculino -hasta tal punto es cierto que las mujeres soportan mejor que los hombres la mayoria de las pruebas- y todos proclamaban la misma leccion paradojica: en aquellos cuerpos consumidos por el hambre, vaciados de su sustancia, reducidos a maniquies de cuero y tendones de terrorifica sequedad, el sexo -y solo el- florecia monstruosamente, cinicamente, mas hinchado, mas turgente, mas musculoso, mas triunfante que jamas, sin duda, lo habia sido nunca, antes, cuando aquellos miserables estaban vivos. Aquella funebre apoteosis de los organos de la generacion arrojaba una extrana luz sobre las razones de Gloaming. Imagine inmediatamente un debate dramatico entre aquella fuerza de vida -el individuo- y aquella fuerza de muerte: el sexo. De dia, el individuo tenso, elevado, lucido rechaza lo indeseable, lo reduce, lo humilla. Pero a merced de las tinieblas, de una debilidad, del calor, del atontamiento, de ese atontamiento localizado: el deseo, el enemigo abatido se reconstruye, afina su espada, simplifica al hombre, hace de el un amante al que sumerge en una agonia pasajera; luego le cierra los ojos y el amante se entrega a la pequena muerte; es un durmiente, acostado sobre la tierra, flotando en las delicias del abandono, de la renuncia a si mismo, de la abnegacion.
Acostado sobre la tierra. Estas cuatro palabras, caidas con toda naturalidad de mi pluma, son tal vez la clave. La tierra atrae irresistiblemente a los amantes enlazados cuyas bocas se han unido. Tras el abrazo, les acuna en el sueno feliz que sigue a la voluptuosidad. Pero tambien es ella la que envuelve a los muertos, bebe su sangre y come su carne, para que esos huerfanos sean devueltos al cosmos del que habian sido arrebatados el tiempo que dura una vida. El amor y la muerte, esos dos aspectos de una misma derrota del individuo, se arrojan con un impulso comun en el mismo elemento terrestre. Uno y otra son de naturaleza telurica.
Los mas sagaces de los hombres adivinan -mas que percibir con claridad- esta relacion. La situacion sin precedentes en que yo me encuentro me la muestra de forma meridiana… ?Que digo!: me obliga a vivirla con todos los poros de mi piel. Privado de mujer, estoy reducido a amores inmediatos . Despojado del rodeo fecundo que representan las vias femeninas, me encuentro sin dilacion ante esta tierra que sera tambien mi ultima morada. ?Que he hecho en la loma rosa? He cavado mi tumba con mi sexo y he muerto de esa muerte pasajera que tiene por nombre voluptuosidad. Me doy cuenta ademas de que de este modo he franqueado una nueva etapa en la metamorfosis que estoy padeciendo. Porque he necesitado anos para llegar a ello. Cuando fui arrojado a estas costas, era hijo de los moldes de la sociedad. El mecanismo que desvia la vocacion naturalmente geotropica del sexo para dirigirle al circuito uterino actuaba en mi vientre. Era la mujer o nada. Pero a poco la soledad me ha ido simplificando. El rodeo ya no tenia objeto, el mecanismo ha dejado de funcionar. Por vez primera en la loma rosa mi sexo ha vuelto a encontrar su elemento natural: la tierra. Y al tiempo que realizaba este nuevo progreso en el camino a la deshumanizacion, mi alter ego cumplia, al crear un arrozal, la obra humana mas ambiciosa de su reinado sobre Speranza.
Toda esta historia seria apasionante si yo no fuera el unico protagonista y si no escribiera con mi sangre y mis lagrimas.
Isaias, LXII.
De pie en el umbral de la Residencia, ante el atril sobre el cual se abria la Sagrada Biblia, Robinson se acordaba, en efecto, de un dia ya lejano en que el habia bautizado a aquella isla con el nombre de Desolacion . Pero aquella manana tenia un esplendor nupcial y Speranza estaba postrada a sus pies en la dulzura de los primeros rayos del levante. Un rebano de cabras descendia de la colina y los cabritos, impulsados por la pendiente y por su exceso de vitalidad, caian y botaban como pelotas. Al oeste, el pelaje dorado de un campo de trigo maduro ondulaba bajo la caricia de un viento tibio. Un ramillete de palmeras interrumpia el resplandor plateado del arrozal erizado de jovenes espigas. El cedro gigante de la gruta resono como un organo. Robinson paso algunas paginas del Libro de los libros y lo que leyo no era sino el cantico de amor de Speranza y su esposo. Le decia:
Y Speranza le respondia:
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