Scaramouche - Sabatini Rafael - Страница 50
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Andr?-Louis movi? la cabeza en un gesto afirmativo. Estaba pensando en Philippe de Vilmorin.
– S? -dijo-, es un viejo ardid. Y es tan sencillo y directo como ellos mismos. Lo que me asombra es que no hayan empleado antes ese recurso. En los primeros d?as de la Asamblea General, en Versalles, pod?a haberles resultado muy eficaz. Ahora me parece que es un poco tarde.
– ?Maldita sea, por eso mismo quieren recuperar el tiempo perdido! -estall? Danton-. Aqu? y all? se multiplican los desaf?os entre esos matones, que son espadachines profesionales, y los pobres diablos togados que s?lo saben esgrimir la pluma. Son verdaderos*** asesinatos. Pero si yo empezara a romperles las cabezas a los nobles con mi bast?n y a retorcerles el pescuezo con mis manos, la ley me condenar?a a la horca. ?Y eso en un pa?s que se esfuerza por conquistar su libertad! ?*** Dios! Ni siquiera me dejan ponerme el sombrero en el teatro. Pero ellos*** esos***.
– Tienes raz?n -dijo Le Chapelier-. La situaci?n es insoportable. Hace dos d?as, el se?or de Ambly amenaz? a Mirabeau con su bast?n en presencia de toda la Asamblea. Ayer el se?or de Faussigny se levant? para arengar a los suyos invit?ndoles a matar. «?Por qu? no mat?is a esos granujas con vuestras espadas?» Eso grit? delante de todos.
– Eso es mucho m?s sencillo que hacer leyes -dijo Andr?-Louis.
– Lagron, el diputado por Ancenis, en el distrito del Loira, le contest? algo que no o?mos. Al salir del sal?n del Man?ge, uno de esos matones diestros en la espada le insult? groseramente. Lagron se limit? a dar un codazo y seguir de largo; pero aquel tipejo grit? que le hab?a golpeado, y le desafi?. Esta ma?ana se batieron en los Champs Elys?es, y, por supuesto, Lagron muri? con el est?mago atravesado por un hombre que esgrim?a como un maestro, mientras que el pobre Lagron ni siquiera llevaba espada. Tuvieron que prestarle una.
Andr?-Louis segu?a pensando en Philippe de Vilmorin, cuyo caso ve?a ahora repetido hasta en los m?s m?nimos detalles, y sinti? que le herv?a la sangre en las venas. Apret? los pu?os y las mand?bulas. Los ojillos de Danton lo escudri?aban.
– ?Y bien? ?Qu? piensas de todo eso? «Nobleza obliga», ?eh? Si ellos se sienten obligados a honrar su nombre, nosotros tambi?n estamos obligados a*** a esos***. Debemos pagarles con la misma moneda; luchar con sus mismas armas, aniquilarlos y mandarlos al mism?simo infierno.
– S?, pero ?c?mo?
– ?C?mo? ?Maldita sea! ?No lo he dicho ya?
– Por eso necesitamos tu ayuda -agreg? Le Chapelier-. Entre tus mejores disc?pulos debe de haber hombres de sentimientos patri?ticos. La idea de Danton es que un grupo de ellos, digamos unos seis contigo a la cabeza, podr?an escarmentar a esos matones.
Andr?-Louis frunci? el ce?o.
– ?Y c?mo piensa el se?or Danton que eso podr?a hacerse?
El aludido contest? con vehemencia:
– Muy sencillo. Os dejamos apostados en el sal?n del Man?ge a la hora en que se suspende la sesi?n de la Asamblea. Os decimos qui?nes son los seis flebotomianos que nos est?n desangrando, y dejamos que les insult?is, antes de que ellos tengan tiempo de insultar a nuestros representantes. Y ma?ana por la ma?ana, esos seis***sangradores ser?n a su vez desangrados secundum artem. Esto asustar? a los otros. Y si fuera necesario, la dosis podr?a repetirse para asegurar la curaci?n. Cuantos m?s de esos*** mat?is, mejor.
Se call? y su cetrino semblante enrojeci? entusiasmado con la idea. Andr?-Louis le contemplaba, con expresi?n inescrutable.
– Y bien, ?qu? dices?
– Que es muy ingeniosa la idea -dijo Andr?-Louis, volvi?ndose a mirar por la ventana.
– ?Y eso es todo?
– No digo todo lo que pienso porque, probablemente no me vais a comprender. Al menos t?, Danton, tienes la excusa de que no me conoces; pero t?, Isaac, ?c?mo se te ocurre traer aqu? a este caballero con semejante proposici?n?
Le Chapelier parec?a confuso.
– Confieso que vacil? -se disculp?-. Pero Danton no quiso o?rme cuando le expliqu? que esto no ser?a de tu agrado.
– No quise creerte -rugi? Danton manote?ndole casi en la cara a Le Chapelier-, porque me dijiste que este hombre era un patriota. El patriotismo no conoce escr?pulos. ?Y t? le llamas patriota a este melindroso profesor de minu??
– ?Te convertir?as t? en asesino por patriotismo?
– Por supuesto. ?No he dicho ya que contento ir?a con mi porra y los aplastar?a como si fueran *** cucarachas?
– Y entonces, ?por qu? no lo haces?
– ?Por qu?? Tambi?n lo dije antes. Porque me ahorcar?an.
– ?Y qu? importa que te ahorquen si es en nombre de la patria? ?Por qu?, como un nuevo Curcio, no saltas al vac?o, si est?s tan seguro de que tu pa?s se beneficiar?a con tu muerte?
Danton contest? exasperado:
– Porque mi pa?s se beneficia mucho m?s si estoy vivo.
– Pues yo tambi?n participo de esa vanidad, se?or m?o.
– ?T?? ?Qu? peligro habr?a para ti? Eres un experto, luchar?as en un ***duelo igual que ellos.
– ?No se te ha ocurrido pensar que la Ley juzgar?a implacablemente a un profesor de esgrima que mate a su adversario, sobre todo si ha sido ese profesor quien ha provocado el duelo?
– ?Diablos! -grit? Danton con un gesto de desprecio-. Ahora resulta que tienes miedo.
– Si te gusta pensar eso, puedes hacerlo. Tengo miedo de hacer astuta y traidoramente lo que un apasionado patriota como t? tiene miedo de hacer franca y abiertamente. Tengo tambi?n otras razones. Pero con ?sta basta.
Danton se qued? boquiabierto, y acto seguido empez? a despotricar echando sapos y culebras por la boca.
– ?Maldita sea! Tienes raz?n -admiti? para sorpresa de Andr?-Louis- Tienes raz?n y yo estoy equivocado. Soy tan cobarde y tan mal patriota como t?.
Entonces invoc? a todos los pr?ceres del Pante?n como testigos de su autocr?tica. Y agreg?:
– S?lo que, ya ves, yo soy alguien importante, y si me cogen y me ahorcan… ?No! Tenemos que encontrar otra forma de hacerlo. Perdona las molestias. Adi?s.
Y tendi? su manaza a Andr?-Louis. Le Chapelier permanec?a vacilante, alica?do.
– Andr?, lamento mucho lo ocurrido…
– No hace falta que digas nada, por favor. Vuelve pronto por aqu?. Me gustar?a que te quedaras un rato m?s, pero ya casi son las nueve y mi primer disc?pulo est? al llegar.
– Yo tampoco permitir?a que se quedara -dijo Danton mientras arrastraba a Le Chapelier hasta la puerta-. Tenemos que encontrar el modo de suprimir al se?or de La Tour d'Azyr y a sus amigos.
– ?A qui?n?
La pregunta son? como un pistoletazo en los o?dos de Danton, haciendo que se detuviera en seco. Dio media vuelta, y Le Chapelier tambi?n.
– He dicho que hay que suprimir al se?or de La Tour d'Azyr.
– ?Ese caballero tiene algo que ver con la proposici?n que me acaban de hacer?
– ?Claro que tiene que ver! ?l es el jefe de los matones.
Y Le Chapelier a?adi?:
– ?l fue quien mat? a Lagron.
– No ser? amigo tuyo, ?verdad? -pregunt? Danton.
– ?Y es a La Tour d'Azyr a quien tengo que matar? -pregunt? Andr?-Louis lentamente, como sumido en sus pensamientos.
– En efecto -dijo Danton-. Y no es trabajo para un aprendiz, de eso puedes estar seguro.
– ?Ah, bueno, eso es harina de otro costal! -dijo Andr?-Louis pensando en voz alta-. Eso es una gran tentaci?n para m?.
– ?Entonces***? -exclam? el hombret?n dando un paso hacia Andr?-Louis.
– Espera un momento -dijo Andr?-Louis levantando una mano; y entonces, cabizbajo, pase? por la habitaci?n, como si estuviera ausente, extraviado en sus meditaciones. Le Chapelier y Danton se miraron, luego le miraron a ?l y esperaron a que lo pensara.
Andr?-Louis estaba admirado. ?C?mo no se le hab?a ocurrido antes aquella idea para saldar la cuenta pendiente con el se?or de La Tour d'Azyr? ?Para qu? hab?a adquirido tanta destreza en la esgrima si no la usaba para vengar a Vilmorin y para salvar a Aline de su propia ambici?n? ?Qu? f?cil ser?a insultar gravemente al se?or de La Tour d'Azyr y concluir el asunto! Eso ser?a un asesinato, casi tan artero como el que cometi? el marqu?s con Philippe de Vilmorin, pues ahora las posiciones se hab?an invertido, y era Andr?-Louis quien mejor dominaba la esgrima. Era un obst?culo moral del que Andr?-Louis pod?a desentenderse. Pero quedaba a?n el obst?culo legal que ?l le hab?a expuesto a Danton. Las leyes segu?an existiendo en Francia, las mismas leyes que le impidieron actuar legalmente contra el marqu?s, pero que en aquel caso caer?an sobre ?l con todo su peso. Y entonces, s?bitamente, como en una inspiraci?n, Andr?-Louis vio el camino. Un camino que probablemente har?a recaer la justicia sobre el se?or de La Tour d'Azyr, que har?a que fuera ?l mismo quien, con su insolencia, con su confianza en s? mismo, se arrojara sobre la espada de Andr?-Louis.
Se volvi? a los pol?ticos y le notaron muy p?lido. Sus ojos obscuros brillaban de un modo enigm?tico.
– Probablemente resulte un poco dif?cil encontrar alguien que sustituya a ese pobre Lagron -dijo-. Nuestros paisanos no tendr?n muchas ganas de morir atravesados por las espadas de los privilegiados.
– Es bastante cierto -dijo Le Chapelier, sombr?o, y entonces, como si de pronto le hubiera le?do el pensamiento a Andr?-Louis, grit?-: ?Andr?-Louis! ?Quieres ser su suplente?
– Eso mismo estaba pensando. Eso legitimar?a mi presencia en la Asamblea. Si el se?or de La Tour d'Azyr decide provocarme, su sangre caer? sobre su propia cabeza. No ser? yo quien lo impida -sonri? de un modo extra?o-. Yo no soy m?s que un p?caro que busca la manera de ser honrado. De hecho, sigo siendo Scaramouche; un hijo de la sofister?a. ?Cre?is que Ancenis me querr? como su representante?
– ?Tener a Omnes Omnibus como representante? -exclam? Le Chapelier alborozado-. Para Ancenis eso ser? el mayor orgullo. No es lo mismo que representar a Nantes o a Rennes, como antes te propuse. Pero de todas maneras ser?s la voz de Breta?a.
– ?Tendr? que ir a Ancenis?
– Eso no ser? necesario. Bastar? una carta m?a a la municipalidad para que confirmen tu designaci?n enseguida. No tienes que salir de Par?s. En un par de semanas todo quedar? arreglado. ?Te parece bien?
Andr?-Louis sigui? pensando antes de dar una respuesta definitiva. Estaba el trabajo en su academia, aunque Le Due y Galoche podr?an encargarse de las clases mientras ?l se limitaba a dirigirlos. Despu?s de todo, ya Le Due era un maestro consumado y digno de confianza. En cualquier caso, si era necesario, pod?a emplear a un tercer ayudante.
– Bien, acepto -dijo por fin.
Le Chapelier le estrech? la mano d?ndole las gracias, pero el hombret?n de la casaca escarlata, que segu?a en la puerta, los interrumpi?:
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