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Destinos Truncados - Стругацкие Аркадий и Борис - Страница 19


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Me molestan mucho esos derrapes en el trabajo, me enferman. Y en ese momento decidi que no dejaria que la tristeza me acogotara. A fin de cuentas, tenia muchas otras cosas que hacer, no habia razon para quedarme alli sentado maldiciendo. Me esperaban en la calle Bannaia.

Doblando con prisa las paginas, meti el borrador del guion en una funda plastica especial para el y comence a vestirme. «El molinero debe vivir en movimiento...», balbucee, mientras me ponia los zapatos con cierto trabajo. «?El agua nos sirve de ejemplo!», cante a toda voz, metiendo en la carpeta Los Koriaguin,una magnifica pieza dramatica. Estaba espantando el miedo. «?En ultima instancia, devolvere el adelanto!», dije en voz alta, mientras me ponia aparka.Pero no se trataba del adelanto. En los ultimos tiempos habia tenido semejantes derrapes con mucha frecuencia. Honestamente, eran ataques de repulsion hacia el trabajo que me daba de comer.

De pie en el rellano de la escalera, me puse a pensar, quiza para despejar la mente, que durante los ultimos tres dias no me habia ocurrido nada absurdo ni tonto; al parecer, el que maneja los hilos de mi destino esta totalmente exhausto y no es capaz ni siquiera de un milagrito estupido... Mientras, los ascensores no subian, ni el grande, ni el pequeno, y yo golpeaba las puertas de ambos y despues escuchaba con atencion. De abajo llegaba el sonido retumbante de unas voces indescifrables. Entonces solte un taco y comence a bajar por las escaleras.

En el rellano del decimo piso vi que la puerta del apartamento del poeta Kostia Kudinov estaba abierta de par en par, y alli asomaba una espalda enorme, enfundada en una bata blanca.

«Vaya, otra vez», pense al instante. Y no me habia equivocado. A Kostia Kudinov lo sacaban sobre una camilla, y el ascensor grande estaba abierto, esperando. Kostia estaba tan palido que parecia verdoso, sus ojos turbios se movian en desorden y bizqueaban, la boca manchada parecia un colgajo.

Al principio me parecio que Kostia estaba inconsciente, y no puedo decir que aquel espectaculo me acongojara, aunque me entristecia un poco. El y yo apenas nos conociamos, eramos vecinos del mismo edificio y miembros de la misma organizacion de escritores, que contaba con varios miles de afiliados. De alguna manera, unos diez anos atras, durante alguna campana, el se habia pronunciado publicamente en mi contra, con osadia y de manera bastante caustica. Es verdad que despues se habia retractado, diciendo que me habia confundido con otro Sorokin, con el Sorokin de la seccion de literatura infantil, por lo que desde ese momento, cuando nos tropezabamos, nos saludabamos, intercambiabamos rumores y nos quejabamos de que no habia forma de reunimos para tomar unas copas. Pero, por lo demas no era nadie para mi, y ademas, al verlo, estuve a punto de llegar a la conclusion de que el simplemente habia bebido mas de lo habitual. En una palabra, si la indiferente naturaleza hubiera tenido la ultima palabra, al poeta Kostia Kudinov se lo deberian haber llevado en ese momento en el ascensor, las puertas se habrian cerrado, ocultandolo ante mis ojos, le habria preguntado al medico que le habia ocurrido y por la noche le habria contado aquel suceso a alguien en el club.

Pero el que maneja los hilos de mi destino aun se sentia rebosante de fuerzas.

—?Felix! —pronuncio Kostia, en un tono de tal desesperacion que los camilleros se detuvieron al instante, esperando a ver que mas iba a decir—. Dios te ha enviado a mi. Felix...

En ese momento sus ojos quedaron en blanco y callo. Pero apenas los camilleros echaron a andar sin esperar la continuacion, volvio a hablar. Lo hacia a tirones, enredandose, susurrando con un ronquido y exigiendo todo el tiempo que yo tomara nota; y por supuesto, obediente, abri la carpeta, tome el boligrafo y comence a escribir en uno de los margenes: «Estacion de metro Sokolniki, carretera Bogorodskoie, num. 239, Instituto, Ivan Davidovich Martinson, matusalina». O sea, yo debia correr ahora al extremo mas lejano de Moscu, buscar en la carretera Bogorodskoie un instituto desconocido, en ese instituto encontrar un tal Martinson, a quien debia pedirle, para Kostia, eso denominado matusalina. («Aunque sea dos o tres gotas... Se que no me corresponde, pero de todos modos, pidele que me lo de... De otra manera, morire...») A continuacion, las puertas del ascensor se cerraron y quede solo en el rellano.

Sere totalmente honesto. Yo no sentia la menor lastima, y mucho menos deseaba llevar a cabo esas complejas evoluciones en el espacio y con mi tiempo. ?A santo de que? ?Quien creia que era para mi? ?Un poeta casi desconocido, medio alcoholico! Ademas, se habia manifestado contra mi; si, por error, pero contra mi, y no a mi favor. Por supuesto, ya no iria a ninguna parte, ni siquiera a la calle Bannaia, todo aquello me habia irritado y molestado bastante. Pero en ese momento, otro hombre que vestia una bata blanca salio del piso de Kostia y se detuvo junto a mi, ante la puerta del ascensor. A juzgar por el fonendoscopio y las gafas con montura de asta, se trataba del medico, que llevaba en los labios un emboquillado sin encender. Y le pregunte que le ocurria a Kostia. Me respondio que sospechaban que Kostia sufria de botulismo, una gravisima intoxicacion producida por las conservas. Me asuste. Una vez en Kamchatka me habia intoxicado con conservas; estuve a punto de dinarla.

Las puertas del ascensor se abrieron, el medico y yo entramos y le pregunte, siguiendo las notas hechas en la carpeta, si la matusalina ayudaria a Kostia. El medico me miro sin comprender y lei, silabeando: «Ma-tu-sa-li-na». Pero el medico no sabia nada sobre la matusalina, y llegue a la conclusion de que se trataba de una medicina nueva, novisima incluso.

Nos separamos junto a la ambulancia. Al pobre Kostia se lo llevaron a Biriuliovo, al hospital nuevo, y yo me encamine hacia el metro.

Seguia igual que antes, sin el menor deseo de ir a ninguna parte. Para mis adentros reconocia, como una revelacion, que Kostia nunca me habia resultado simpatico: una persona totalmente ajena, idiota y sin talento. Era verdad que su botulismo generaba cierta compasion, pero eso iba unido a cierta irritacion, y con cada minuto la irritacion se hacia mas fuerte que la compasion. Por que demonios yo, un hombre de cierta edad, no muy saludable, debia atravesar toda la ciudad en busca de un instituto desconocido, en busca de un tal Martinson, de una cosa llamada matusalina, sobre la cual ni siquiera el medico sabia nada... Caminar, preguntar, buscar y despues rogar, si hasta el propio Kostia habia dicho que no le correspondia... y finalmente resultaria que no existia semejante instituto, y si existia, alli no trabajaba nadie llamado Martinson... que todo era un delirio de Kostia, visiones febriles, estaba intoxicado y gravemente...

Metiendome en la nieve que los conserjes no habian recogido aun, patinando a veces en charcos de hielo invisibles, llegue a la estacion del metro mientras me inventaba nuevas justificaciones, aunque ya sabia firmemente que mientras mas justificaciones me inventara, mas seguro era que mi trayectoria me llevara a traves de todo Moscu, mas alla de Sokolniki, en busca de Ivan Davidovich Martinson, para regresar despues, con tres gotas de la valiosa matusalina, al hospital de Biriuliovo para salvar al poeta Kostia Kudinov, persona que me resultaba totalmente innecesaria y antipatica.

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