Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис - Страница 20
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El cachorro se cuadro inmediatamente, sosteniendo el hacha. El otro se lo penso, pero finalmente bajo el pie y se cuadro ligeramente.
— ?Quien era ese ilustrado? — interrogo Rumata.
— No lo se — dijo el pequeno -. Nos dio la orden el padre Tsupik.
— ?Y lo prendisteis?
— Por supuesto, noble Don. Lo prendimos.
— Eso esta bien — dijo Rumata.
Efectivamente, no era malo, pues al menos daba tiempo para hacer algo. No hay nada que valga tanto como el tiempo, penso. Una hora puede valer toda una vida, un dia no tiene precio.
— ?Donde lo llevaron? ?A la Torre?
— ?Eh? — murmuro el pequeno, sin comprender.
— Pregunto si ahora estara en la Torre.
El rostro lleno de granos del cachorro se ilumino con una vacilante sonrisa. El otro emitio una especie de relincho. Ambos miraron al otro lado de la calle. Rumata se giro rapidamente.
Alli, colgando como un saco de trapos del montante de una puerta, se mecia el cadaver del padre Gauk. Un grupo de chiquillos desharrapados lo contemplaban desde lejos, con las bocas abiertas.
— Ahora no todos van a la Torre — dijo tranquilamente el gigante -. Las cosas se hacen mas deprisa. Se les echa el lazo al cuello y… ?arriba!
El cachorro volvio a soltar una risita. Rumata lo miro sin verlo, y cruzo despacio la calle. El triste rostro del poeta estaba negro e irreconocible. Lo unico aun identificable eran sus manos, con los largos y debiles dedos manchados de tinta.
Nadie se va ahora de esta vida, es la propia vida la que nos es robada. Y si alguno por ventura intenta poner fin a tantas amarguras, cansara inutilmente su mano, puesto que nadie sabe todavia donde tiene el corazon el pulpo, si es que el pulpo tiene corazon.
Rumata se giro y se alejo de alli. Pobre padre Gauk. Si, el pulpo tiene corazon, y sabemos donde. Pero esto es lo mas horrible, amigo mio. Sabemos donde lo tiene, pero para arrancarselo tendremos que derramar la sangre de millares de personas aterrorizadas, idiotizadas, cegadas, que no conocen la duda. Estas personas son muchas y tan ignorantes, tan distanciadas, tan irritadas por el eterno trabajo ingrato, y tan humilladas, que son incapaces de elevar el pensamiento por encima de sus pequenas monedas de cobre. Y por ahora no hay modo de ensenarlas, de unirlas, de dirigirlas, de hacer que se liberen de si mismas. Pronto, demasiado pronto, siglos antes del tiempo previsto, se ha presentado en Arkanar este cenagal Gris, y no hay quien se le oponga. Lo unico que podemos hacer es salvar a los pocos que aun tengamos tiempo: a Budaj, a Tarra, a Nanin, a una o dos docenas mas.
Pero la simple idea de que millares de personas (quiza de menos talento, pero tambien honradas y nobles) estan condenadas fatalmente, produce un frio de muerte en el pecho y una horrible sensacion de propia vileza. Algunas veces esta sensacion se hacia tan fuerte que a Rumata se le nublaba el sentido, e imaginaba ver las espaldas de las hordas Grises iluminadas por los fogonazos de los disparos, y a Don Reba crisparse de terror bestial, y a la Torre de la Alegria derrumbarse lentamente sobre si misma. Esto seria estupendo. Seria una verdadera accion. Una autentica macrointervencion. Pero, ?y despues? En el Instituto tenian razon. Despues sobrevendria lo inevitable. Un sangriento caos se aduenaria del pais. El ejercito nocturno de Vaga, con sus diez mil bandidos excomulgados por todas las iglesias, violadores, criminales, estupradores, emergeria a la superficie; las hordas de los bronceados barbaros bajarian de las montanas y pasarian a cuchillo a todos, desde los ninos de pecho hasta los ancianos; enormes multitudes de campesinos y ciudadanos, ciegos de horror, huirian a los bosques, a los montes y a los desiertos. Y mientras, tus partidarios, gentes alegres y decididas, se rajarian mutuamente la barriga luchando cruelmente por el poder y por la posesion de la unica ametralladora, tras tu inevitable muerte violenta. Una muerte absurda que podria llegar en el vaso de vino que te ofreciera tu mejor amigo, o en la flecha disparada por un ballestero oculto tras una cortina. Y ante Rumata aparecia el rostro petrificado del que vendria de la Tierra a sustituirle, que se encontraria con un pais despoblado, ensangrentado, humeante aun por los incendios, donde habria que empezarlo todo, absolutamente todo, de nuevo.
Cuando Rumata abrio la puerta de su casa y entro en el magnifico vestibulo, sus pensamientos eran tan negros como una presagiante nube tormentosa. Muga, su viejo criado, un hombre cargado de espaldas y pelo blanco que llevaba mas de cuarenta anos sirviendo de lacayo, se encogio ligeramente al verlo y, con la cabeza hundida entre los hombros, contemplo como su joven amo se quitaba furiosamente el sombrero, la capa y los guantes, arrojaba el tahali con la espada sobre el banco, y subia las escaleras hacia sus habitaciones particulares. Arriba en la sala le esperaba Uno.
— Di que me sirvan la comida — medio grito Rumata -. En mi gabinete.
El muchacho no se movio de su sitio.
— Os estan esperando — dijo con aire sombrio.
— ?Quien?
— Una doncella. O tal vez sea una Dona. Por la forma de comportarse parece mas bien una doncella. Es carinosa, lleva un vestido elegante y… y… es hermosa.
Debe ser Kira, penso Rumata, sintiendo un gran alivio. ?Oh, como lo ha presentido mi pequena! Cerro los ojos y permanecio asi unos instantes, procurando concentrar sus pensamientos.
— ?La echo? — pregunto resueltamente el muchacho.
— ?Cernicalo! ?A ti te voy a echar! ?Donde esta?
— En el gabinete — el muchacho intento sonreir.
Rumata se dirigio apresuradamente al gabinete.
— Di que sirvan comida para dos — ordeno por encima del hombro, sin detenerse -. ?Y no recibais a nadie! Ni al Rey, ni al diablo, ni al mismisimo Don Reba.
Kira estaba en el gabinete, sentada en un sillon, con las piernas recogidas, hojeando distraidamente el Tratado sobre los rumores. Quiso levantarse al entrar Rumata, pero el se le acerco corriendo, la abrazo, hundio su rostro en su abundante y perfumada cabellera y murmuro:
— ?Que oportunamente, Kira! ?Que oportunamente!
Kira no tenia nada de particular. Era una muchacha de dieciocho anos como otra cualquiera. Tenia la nariz un poco respingona. Su padre era ayudante de escribano en el juzgado, su hermano sargento de los milicianos. No se habia casado aun porque era pelirroja, y en Arkanar las pelirrojas tenian poco partido. Quiza por esa misma razon era extraordinariamente tranquila y timida, en lo cual se diferenciaba de las mujeres triviales, ostentosas y vocingleras que tanto se. cotizaban en todas las clases sociales. Tampoco se parecia a las languidas bellezas palaciegas, que tan prematuramente llegaban a comprender el destino de las mujeres. Pero sabia amar como se amaba en la Tierra, tranquila y confiadamente.
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