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Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис - Страница 19


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Y esta inminencia se nota por todas partes. En el hecho de que los milicianos, que hasta hace poco se apretujaban cobardemente en sus cuarteles, se pasean ahora con sus hachas por en medio de la calle, por donde antes tan solo podian transitar los nobles Dones, y en que han desaparecido de la ciudad todos aquellos que antes cantaban, declamaban, bailaban y representaban titeres por las calles, y en que los ciudadanos ya no cantan coplas politicas y se han vuelto muy serios y saben perfectamente lo que hay que hacer para el bien del Estado, y en que de repente y sin explicaciones se ha cerrado el puerto, y en que han sido asaltadas e incendiadas «por el indignado pueblo» todas las tiendas que vendian cosas exoticas, las unicas en el reino donde se podian comprar o alquilar libros y manuscritos en todas las lenguas vivas del Imperio y en las arcaicas, ahora ya muertas, de los aborigenes de los territorios de mas alla del estrecho, y en que la reluciente torre del observatorio astrologico, que embellecia la ciudad, se destaca ahora sobre el cielo azul como un diente solitario, negro y podrido, a causa de un «incendio fortuito», y en que el consumo de bebidas alcoholicas se ha cuadruplicado en los ultimos anos (?en Arkanar, que desde tiempos inmemoriales ha sido celebre por sus borracheras!), y en que los campesinos, acostumbrados a los malos tratos y a las bofetadas, se han refugiado en lo mas profundo de sus aldeas Bienabiertas, Frondas del Paraiso y Villasbesos, y no se atreven a salir de sus chabolas ni a cultivar la tierra, y finalmente en que el viejo buitre Vaga Koleso se ha trasladado a la ciudad, donde olfatea una mejor presa. Mientras tanto, en las entranas de palacio, en uno de los suntuosos salones en que el gotoso Rey lleva veinte anos sin vez la luz del sol por miedo a todo el mundo y, carcajeando como un idiota, firma decretos y mas decretos condenando a espantosas muertes a los hombres mas honrados y desinteresados del reino, madura un tumor monstruoso que puede reventar de un momento a otro. Rumata resbalo al pisar una corteza de melon y levanto la cabeza. Estaba en la calle del Agradecimiento Infinito, en el reino de los grandes comerciantes, cambistas y maestros joyeros. A ambos lados se veian buenas casas antiguas con tiendas y almacenes. Las aceras eran anchas, y la parte central de la calle estaba pavimentada con adoquines de granito. Por aquella calle solian pasar tan solo los nobles y las personas mas acomodadas, pero ahora una multitud de exaltados plebeyos acudia al encuentro de Rumata. Lo dejaron pasar mirandolo servilmente, algunos lo saludaron por si acaso. En las ventanas de los pisos altos se divisaban redondas caras en las que la curiosidad se iba apaciguando lentamente. Mas adelante se oian voces imperiosas gritando:

— ?Vamos, vamos!… ?Circulad!… ?Mas aprisa! — y entre la multitud se intercambiaban comentarios:

— Esos son los peores, a los que hay que temer mas que a nada en el mundo. Parecen modestos, educados, respetables. Los miras y… parecen un comerciante como otro cualquiera. Pero dentro llevan el peor veneno.

— ?Hay que ver lo que hicieron con el, diablos! Estoy acostumbrado a esas cosas pero creeme, se me revolvio el estomago al verlo.

— Y ellos como si nada. ?Vaya chicos! Da gusto verlos. Uno puede contar con ellos.

— ?Y no seria mejor no tener que llegar a eso? A pesar de todo es una persona, un ser vivo. Si es culpable… que se le castigue, que se le de una leccion, pero… ?para que hacer eso?

— ?Calla, imbecil! ?Estas loco? ?Sabes lo que estas diciendo? ?No te das cuenta de la gente que tenemos alrededor?

— ?Patron, hey, patron! Aqui hay un buen pano y, si aprieta las clavijas, se lo daran barato. Pero tiene que ser rapido, o se lo llevaran los dependientes de Pakin.

— Tu, hijo mio, no debes tener ninguna duda. Esto es lo principal. Cuando la autoridad da un paso, sabe lo que se hace.

Han debido apalear a alguien, penso Rumata. Quiso volverse y dar un rodeo para no pasar por el lugar de donde venia el gentio y se oian las voces de que circulasen y se dispersasen. Pero finalmente no lo hizo. Se limito a pasarse una mano por los cabellos para que el mechon que le caia sobre la frente no ocultara la piedra de su diadema de oro. En realidad no era tal piedra, sino el objetivo de un transmisor de television, al igual que la diadema en si no era otra cosa que la caja de un transmisor de radio. Asi, los investigadores del Instituto de Historia Experimental podian ver y oir desde la Tierra todo lo que veian y oian los doscientos cincuenta exploradores destacados en los nueve continentes de aquel planeta, y por esto dichos exploradores tenian la obligacion de ver y oir.

Rumata adelanto la barbilla, sujeto su espada de modo que estorbara lo mas posible a la gente que pasaba, y echo a andar recto por en medio de la calle. Los que venian a su encuentro se apresuraban a dejarle paso. Cuatro hombretones, llevando a cuestas un palanquin plateado, pasaron junto a el. A traves de las cortinillas podia verse una cara pequenita, hermosa y fria, con las pestanas muy pintadas. Rumata se quito el sombrero y esbozo una reverencia. Era dona Okana, la actual favorita de nuestro aguila Don Reba, que al ver al apuesto noble Don le dedico una languida y significativa sonrisa. Se podian nombrar mas de dos docenas de nobles Dones que, tras merecer parecidas sonrisas, habian corrido a dar a sus esposas y amantes la buena nueva: «?Que se preparen todos, ahora ya puedo comprarlos y venderlos! ?Se van a acordar de mi!». Aquellas sonrisas eran poco frecuentes, y a veces extraordinariamente caras. Rumata se detuvo y siguio con la vista al palanquin. Hay que decidirse, penso. Pero se le erizaron los cabellos al pensar en lo que aquello le iba a costar. Y, no obstante, era necesario. Hay que hacerlo, y punto final, penso. No hay otra salida. Ire a verla esta misma tarde.

Distraido con aquellos pensamientos, llego a la armeria que visitaba de tarde en tarde para probar los punales y escuchar poesias, y volvio a detenerse. Ahora todo estaba claro. Esta vez te ha tocado a ti, mi buen padre Gauk…

La muchedumbre se iba disolviendo. La puerta de la armeria habia sido arrancada de los goznes, y los escaparates estaban destrozados. En el umbral, y con un pie apoyado en el quicio, se hallaba un enorme miliciano. Otro, canijo, estaba de cuclillas, pegado a la pared. El viento arrastraba a lo largo de la calle arrugadas hojas de papel llenas de una apretada escritura.

El gigantesco miliciano se metio un dedo en la boca, lo chupo amorosamente, volvio a sacarlo, y lo contemplo con atencion. Habia sangre en el. Entonces se dio cuenta de que Rumata lo estaba mirando y dijo apaciblemente:

— El muy infame me mordio. Igual que un huron…

Su companero solto una rapida y aguda carcajada. Era un hombre de apariencia debil, palido, indeciso y con la cara llena de granos. Se apreciaba inmediatamente que era un novato, una pequena vibora, un cachorro.

— ?Que ha pasado aqui? — pregunto Rumata.

— Nada de importancia: vinimos a coger a uno de esos sabihondos camuflados — dijo nerviosamente el cachorro.

El gigante volvio a chuparse el dedo, sin cambiar de postura.

— ?Fir… mes! — ordeno Rumata en voz baja.

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