Выбери любимый жанр

El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 7


Изменить размер шрифта:

7

– Su Excelencia redacto un despacho a ese respecto el ano pasado -dijo el senor Mace.

– Justamente. Mi pariente, el ministro, me consulto en su dia acerca del modo de penetrar en aquel pais, tal vez porque en Versalles ya debian de estar considerando el asunto. ?Se acuerda usted de mis conclusiones?

– Perfectamente. Hay dos vias: una maritima, por Djedda y la costa, y la otra terrestre, por el reino musulman de Senaar y las montanas.

– Su memoria es excelente, Mace. Recordara tambien lo que anadia a proposito de ambas vias. Por mar, el acceso al pais esta controlado por un barbaro musulman aliado de los turcos cuya unica funcion es cerciorarse de que ningun cristiano blanco, y catolico en particular, se interne en su territorio. Nadie ha conseguido franquear tal obstaculo desde hace cincuenta anos. Como ya debe saber, los ultimos sacerdotes que lo intentaron fueron ahorcados y sus coronillas enviadas en un paquete al emperador de Etiopia, que habia ordenado su muerte.

El senor Mace hizo una mueca de aversion y saco un panuelito de encaje con el que se tapo un momento la nariz.

– Por tierra -continuo el consul- hacemos la misma lamentable constatacion. Los pocos viajeros europeos que se han internado en el pais para conocer al Negus han sido retenidos como prisioneros en su corte hasta su muerte, aunque lo mas frecuente es que la multitud los lapide en cuanto se descubre que son catolicos.-Todo eso es obra de los jesuitas -dijo el senor Mace con tristeza.

– ?Callese! -replico el consul palideciendo.

Se acerco a la puerta y la entreabrio para ver si alguien se habia apostado detras.

– Usted sabe sin embargo que el hombre que ha visto aqui es uno de ellos. Y sin duda es alguien proximo al confesor del Rey.

– Pero vamos a ver -dijo el senor Mace en voz baja-, ?acaso no saben como acabo todo?

– Eso ocurrio hace cincuenta anos.

– Si, pero aunque asi sea… -continuo en un murmullo el secretario-. Cuanta habilidad y cuanta torpeza. Decir que han convertido al Negus y que casi subyugado el pais para luego ser perseguidos, desterrados y comprobar que todos los catolicos tienen prohibido entrar en Abisinia… No me diga, Excelencia, que ese cura es tan insensato que quiere volver.

– No, Mace, calmese. La cuestion es que no quiere ir personalmente. Su plan es aun mas extraordinario de lo que imagina.

El labio inferior del consul temblaba ligeramente. Temia marearse otra vez, asi que tuvo la cautela de apoyar una mano en la mesa de roble.

– A mi, ahora quieren mandarme a mi.

– ?A usted, Excelencia! -exclamo el senor Mace, levantandose de un salto-. ?Pero eso es completamente imposible!

Permanecieron un momento asi, de pie, cara a cara, inmoviles y palidos. En medio de tanto silencio se deslizo cierto desasosiego. Era imposible, desde luego, sin duda alguna. Ahora bien, la pregunta era: ?por que? La unica y verdadera razon era inconfesable, porque nadie proclama que tiene miedo. Pero ?como justificar entonces esa negativa tan evidente? El senor Mace comprendio que el consul iba a encomendarle su primera mision importante. Y entonces se percato de que se le presentaba de forma inesperada una oportunidad para ser digno de los favores que creia haber perdido a consecuencia de su imprudente conducta con la senorita De Maillet.

– Su salud… -dijo el secretario, gesticulando con la mano como si quisiera aprehender una idea en el aire o atrapar una mariposa.

– Si, si… -dijo rapidamente el consul-, mi salud no lo soportaria. El clima. Ademas hay que atravesar desiertos…

Luego se le ensombrecio el semblante.

– No me creeran. En Versalles no saben distinguir entre El Cairo y las arenas de Sudan…-No llegaran a esos extremos -dijo el senor Mace, que seguia inmerso en sus cavilaciones.

– ?Los turcos! -dijo el consul-. Los turcos nunca me daran la autorizacion. Aqui esta prohibido el proselitismo cristiano, y los turcos tienen interes en que Abisinia continue rodeada de musulmanes. Su mayor temor es que una alianza catolica los encuentre desprevenidos.

– Si -dijo el senor Mace-, en caso de enviarse esta embajada, tiene que ser secreta. Y su portador un desconocido.

– Por supuesto -dijo el senor De Maillet sin miedo a contradecirse-, asi no sera tan cara. Con los turcos todo se compra, pero habria que pagar una buena suma para que el pacha autorizara el desplazamiento de un consul, que para ellos tiene el rango de bey.

– En cada etapa, los presentes serian mas onerosos.

Los dos hombres sufrian un nerviosismo febril. El senor De Maillet condujo a su adjunto hacia un rincon de la estancia donde habia un escritorio de persiana que se obstinaba en permanecer medio abierto porque el calor habia dilatado los listones. El senor Mace tomo papel y pluma y escribio al dictado una breve nota, donde el consul mencionaba todos los argumentos que le impedian personarse en Abisinia. Luego lo releyeron con un tono resuelto. El senor De Maillet lleno hasta el borde dos vasitos de jerez (nombre que se daba en la casa al vino de Burdeos cuando se habia remostado) y brindaron.

– No obstante -dijo el consul mientras dejaba el vaso con el semblante apesadumbrado como si el liquido lo hubiera atravesado de amargura-, desobedecer al Rey…

– ?Usted no desobedece, Excelencia! El soberano quiere una embajada, y usted unicamente le explica que no puede dirigirla.

– En tal caso, debemos encontrar a otro.

De pronto, al pensar que el consul podia designarlo a el, el senor Mace se puso a temblar. No tenia ningunas ganas de partir hacia la muerte, y menos aun con el brillante y apacible porvenir que tenia por delante.

– Tenemos que buscar a alguien que realmente tenga posibilidades de llevarla a termino -se apresuro a decir-. Yo creo que el Rey no desea solo que su embajada se ponga en camino sino que tambien quiere que regrese. Un diplomatico seria demasiado llamativo; ni siquiera pasaria la frontera de Egipto.

– ?Justamente! -corroboro el consul-. Eso es lo que le decimos al ministro en nuestro despacho.Todavia estaban reflexionando en silencio cuando la campana de la capilla dio las dos de la tarde. El calor que pesaba sobre la ciudad habia traspasado ya la cortina de verdor que rodeaba las casas, y el consul experimento una sensacion de disgusto al contemplar las manchas de sudor que impregnaban la chaqueta de algodon del senor Mace a la altura de las axilas. «Realmente, podria cambiarse de ropa de vez en cuando», se dijo.

Luego volvio a darle vueltas al asunto, pero sin duda ese instante de distraccion lo llevo por nuevos derroteros.

– ?Lo que en realidad necesitamos es un hombre util! -exclamo.

Se quedo tan sorprendido de su propia idea que guardo silencio.

El senor Mace tambien se sorprendio gratamente ante aquella evidencia tan afortunada.

– Si -continuo el secretario-, Su Excelencia tiene razon. Deberiamos encontrar a un hombre que ofreciera al Negus lo que necesita.

– ?Un comerciante!

Al senor Mace se le ilumino el rostro de repente.

– El senor consul recordara -dijo con gran entusiasmo- que el mes pasado nos comentaron la llegada a El Cairo de una caravana procedente de Etiopia. Sin embargo, nadie la ha visto todavia. Probablemente se haya dispersado mas al sur. Su jefe es un comerciante musulman que ha viajado a Abisinia en varias ocasiones.

– ?Usted lo conoce?

– Lo vi una vez en El Cairo. Es un hombre de aspecto muy humilde, casi parece un mendigo. Pero se dice que en su ultimo viaje ha traido cinco mil escudos en polvo de oro, algalia y ambar gris para cambiarlos por mercancias que el Negus le habia pedido.

El senor De Maillet iba y venia, absolutamente entusiasmado.

– ?Estara aqui?

– Lo ignoro. A decir verdad es poco probable, aunque quien sabe… Lleva todos sus asuntos con extrema discrecion. Ni siquiera estoy seguro de que acepte hablar con nosotros, y menos aun de que nos proporcione algun detalle sobre Abisinia.

– Cada cosa a su tiempo -dijo el consul con tono perentorio-. Usted encuentrelo. Ya lo convenceremos despues.

La decision estaba tomada, asi que sin pensarselo mas empujo al senor Mace hacia la puerta.

– Emprenda inmediatamente la busqueda de ese hombre.

El secretario se sintio un poco desarmado ante tanta premura.-Tome mi caballo, un guardia, dinero, lo que necesite, y si esta aqui, traigamelo. Pero digame, ?como se llama?

– Los arabes le llaman Hadji Ali.

– En fin, le deseo buena suerte para encontrar a Hadji Ali, querido amigo.

El senor Mace se precipito en direccion al patio del consulado, lleno de orgullo por el apelativo aunque desesperado por la mision que debia cumplir. Diez minutos mas tarde, ya estaba en la ciudad.

El jesuita, completamente repuesto, escucho con serenidad al senor De Maillet mientras este le exponia con la mayor naturalidad del mundo y de forma supuestamente improvisada el breve escrito que habia redactado con el senor Mace.

Tras meditar unos instantes, el padre Versau se avino a las razones del consul y decidio, para gran alivio de este, que no debia ser el quien acudiera en embajada a Abisima.

– A decir verdad -concluyo el bondadoso jesuita-, nadie pensaba realmente que fuera usted personalmente.

Esta observacion disgusto al consul. ?Acaso sospechaban que en realidad era un cobarde? Se disponia a protestar cuando penso que el autentico coraje se demostraba aceptando las afrentas sin pestanear. Asi que se contuvo valerosamente.

– ?Que mas nos propone? -pregunto tranquilamente el jesuita.

– Teniendo en cuenta -comenzo a decir el senor De Maillet- la diferencia de poder entre nuestro Rey Muy Cristiano y ese monarca, que despues de todo no deja de ser un indigena coronado, seria conveniente para Su Majestad Luis XIV fingir que no solicita nada. Uno nunca esta seguro con esa gente. Piense en la ofensa que supondria para Su Majestad si su embajada fuera apresada, como ocurrio el siglo pasado con la de los portugueses. Pedro de Covilham, el hombre que la encabezaba, estuvo retenido en aquellas tierras mas de cuarenta anos, y lo cierto es que murio alli. De manera que si bien la categoria de la persona que nos envien es de la mayor importancia, la de nuestro mensajero no lo es tanto.

– Su razonamiento es muy acertado -dijo el jesuita-. Habiamos pensado que si nosotros enviabamos una autentica embajada, alentariamos al soberano abisinio a mandar otra desde su pais. Pero si usted dispone de otros medios para llegar al mismo fin…Conversaban en un balcon minusculo que realzaba la amplia estancia destinada al padre Versau en el primer piso. Desde alli se divisaba la calle principal, que era tambien el centro neuralgico de la colonia franca. Asi pues, todos cuantos pasaban frente al consulado se descubrian respetuosamente al ver al senor De Maillet.

7
Перейти на страницу:

Вы читаете книгу


Rufin Jean-christophe - El Abisinio El Abisinio
Мир литературы