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El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 62


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Reemprendieron el viaje a las cinco de la manana. Esta vez navegaban a contraviento y el barco avanzaba entre unas olas inquietas que escupian una espuma amarillenta. Como llovia no se pudieron izar las velas, y los remeros tuvieron que continuar su penoso trabajo durante horas. Poncet no sabia si era mejor ver a los condenados a galeras para hacerse una idea real de aquel inmenso infortunio, soportable a pesar de todo, o contentarse con imaginar esos cuerpos mecanizados y encadenados, que dos pisos mas abajo le hacian sentir culpable de cada uno de sus descansos. Tras dos breves escalas, el tormento de los condenados a galeras tuvo su fin en Marsella, al menos por esa vez. Desde el castillo de proa Jean-Baptiste observaba como se aproximaban a los muelles del puerto viejo. Nada mas atracar, se despidio del capitan y salto a tierra.

Durante la travesia dudo de que los jesuitas le importunaran demasiado pues su presencia se reducia al discreto padre Plantain, anulado por el temor de alta mar. Pero en el puerto de Marsella se disiparon todas sus dudas: en el muelle les esperaban cinco de esos senores vestidos de negro, plantados ante tres carrozas del mismo color. Unicamente el enflaquecido y anorexico Flehaut, al que tuvieron que sacar de la cabina de popa en una camilla, habria podido justificar aquel cortejo funebre. Sin embargo, el padre Plantain, revivificado en cuanto puso el pie en tierra y congratulado por sus semejantes, tomo asiento tambien. Por su parte, Poncet, que se habia puesto su casaca de terciopelo ro]a y que se sentia dichoso y libre, se vio obligado a encerrarse como los demas en uno de aquellos vehiculos, entre las caras taciturnas de sus nuevos angeles guardianes. Tomaron la direccion del Faro, donde los jesuitas tenian una casa. Junto a una iglesia con un fronton liso, construida segun el celebre modelo del Gesu de Roma, la Compania poseia un inmenso caseron de piedra blanca cubierto por un techo plano de tejas romanas. A Jean-Baptiste le asignaron una estrecha celda orientada a la Provenza, en el segundo piso. Por un lado alcanzaba a distinguir las primeras casas de Marsella, y por el otro veia una hermosa campina labrada, con bosquecillos de pinos y castanos. Muy lejos, en el confin del horizonte, las crestas nevadas de las montanas alpinas mas proximas formaban una linea blanca y sinuosa que separaba la tierra parda y placida de un cielo de nubes plomizas atravesado por rafagas de lluvia. En esta ocasion fue Poncet quien se encerro en su habitacion, cediendo la conversacion con los padres a sus acompanantes. Los viajeros volvieron a partir dos dias mas tarde en un carruaje negro identico a los que les habian esperado en el puerto. El vehiculo estaba mal ajustado y era conducido por un cochero probablemente tan mal pagado que hacia sufrir a los pasajeros los sinsabores que no se atrevia a comunicar a sus patronos. Aquel patan parecia meterse a proposito en todos los baches a toda velocidad, y mas de una vez se vieron en el apuro de encontrarse unos en las rodillas de los otros. Molidos, apesadumbrados por no haber visto nada durante el trayecto y completamente absortos en la tarea de agarrarse donde podian, los tres emisarios llegaron en plena noche al castillo de Simiane, donde los curas habian conseguido un alojamiento para ellos.

El marques de Simiane, un hidalgo alto y cautivador que hablaba con el acento pintoresco de los provcnzales, les esperaba dos dias mas tarde. Completamente confuso por el malentendido, los recibio con una naturalidad conmovedora, vestido con traje de caza. Les presento a su esposa y a sus dos hijos, que se parecian extraordinariamente a su madre; los tres tenian una nariz larga y puntiaguada, cabellos negros y rostro ovalado. Resultaba conmovedor ver a aquella mujer envejecida y enfermiza confortada por aquellos dos vigorosos mozos que parecian querer devolverle, mediante constantes atenciones, el don de la belleza y la juventud que su madre les habia dado. La cena consistio en platos de caza servidos en vajilla de porcelana azul y amarilla de Moustiers.

– Mire -dijo con aire jubiloso el dueno de la casa-, esto es para que no los extrane.

Y acto seguido senalo el fondo de los pesados platos redondos de loza decorado con motivos turcos, donde se veia a unos moros cazar un avestruz, leer el Coran junto a una fuente y desfilar a caballo.

– Puede sentirse afortunado -dijo el padre Plantain muy serio- de tenerlos solo aqui, en el fondo del plato…

Al dia siguiente, Poncet le pidio que le permitiera ir con el de caza y salieron los cuatro, con sus hijos. El bosque estaba atravesado por una bruma tibia que se deshacia en gotas de rocio sobre las hojas doradas; los cascos de los caballos se hundian suavemente en el tupido mantillo cubierto de erizos de castanas. El viento gelido que descendia de los Alpes hacia cosquillear en la nariz un aire humedo y aromatico, con fragancia a pino y enebro.

Volvieron por la noche, avergonzados de su poca caridad por haber dejado cenar sola a la marquesa de Simianc con dos invitados tan aburridos como Flehaut y el padre Plantain. Pero se sentian satisfechos por la caza, completamente extenuados y unidos por la amistad que nace entre quienes han disfrutado juntos de grandes placeres, sin intercambiar ni tres palabras.

Los cazadores fueron a cambiarse y cenaron despues de los otros, que por otra parte ya se habian retirado para acostarse. A Poncet le daba panico solo de pensar en que al dia siguiente deberia reemprender viaje en la jaula negra con aquellos cuervos, asi que pregunto al marques de Simiane si tendria la bondad de venderle un caballo y algo con que ensillarlo, para poder hacer el camino junto a la carroza, pero al aire libre.

– Le comprendo perfectamente -dijo el marques-. Esta usted otra vez en Francia; hay que sentirla, caminar al viento. Fijese en mi, nunca he podido vivir encerrado y por eso no me ve en la corte. Querido amigo, necesita un caballo: manana temprano tendra uno. Guardese su oro. Cuando vuelva, si Dios quiere, ya me devolvera la montura, u otra, o ninguna. Usted sera siempre bienvenido.

Luego se sentaron los cuatro en grandes sillones, alrededor de la chimenea, y el marques de Simiane pidio a Jean-Baptiste que les contara algo sobre Abisinia. Poncet juzgo oportuno referir como los abisinios cazan el elefante.

El relato fue muy bien acogido, y el marques suplico a Jean-Baptiste que le contara otro, de modo que al final el relato de su viaje a Abisinia los tuvo despiertos gran parte de la noche, y si no hubiera insistido el propio Poncet en ir a acostarse habrian escuchado sus recuerdos hasta el alba.

El medico interpreto como un buen presagio el exito de sus historias. Era la primera vez que contaba algo de su viaje; le habian alentado a continuar y se sintio muy optimista al ver el interes que despertaban sus historias. «Si el Rey tuviera esta misma predisposicion -se dijo- no me costaria ganarmelo.»

Al dia siguiente por la manana, Jean-Baptiste abandonaba el castillo, montado en un alazan muy impetuoso. En el camino hacia Valence cabalgo a medio trote junto a la carroza, riendose al ver los tumbos que daba el vehiculo. El cielo tenia las mismas tonalidades azul brillante y gris que un plato de Moustiers, «salvo que aqui no hay turcos», penso Jean-Baptiste.

2

Despues de su ultimo encuentro nocturno con Jean-Baptiste, Alix se quedo preocupada. Aquella misma manana, Francoise fue a tranquilizarla. Por la tarde corrieron los rumores por toda la casa, y la joven se entero del atentado del que habia sido victima «ese pobre Mace», como decia su madre. De pronto lo comprendio todo y se puso furiosa. Pero el motivo de su enojo no era «el pobre senor Mace», a quien despreciaba profundamente. ?Cuan necesitada de compania habria debido de estar en el pasado para dignarse prestar atencion a alguien asi! Ahora que se atrevia a enjuiciarlo con mas lucidez, es decir, a la luz de la verdad desde que cometiera la terrible injusticia de compararlo con Jean-Baptiste, veia al secretario como un ser absolutamente servil y pusilanime, y lo cierto era que a pesar de todo no podia guardarle rencor por su abyecto modo de ser. No, en ese momento estaba enfadada con su padre, y mucho, porque no dudaba de que el senor Mace tenia instrucciones y que si la vigilaba era por orden del consul.

Como Alix no tenia un caracter moderado, como ella misma empezaba a darse cuenta, descargo todo su mal humor sobre su padre, con el que estaba sumamente resentida. Y para empezar le reprocho ser el causante de esta nueva separacion. La primera vez, Jean-Baptiste se habia enrolado en aquel viaje a Abisinia antes de que ella lo conociera. Evidentemente, nadie era culpable de eso. Pero esta vez su amante volvia a marcharse por culpa de su padre, que por intransigencia, por principios inamovibles, por indiferencia hacia la vida de los demas, y en concreto hacia la de su hija, ponia condiciones a su matrimonio. Tambien le censuro que hubiera estropeado sus ultimos minutos con Jean-Baptiste mandando que la siguieran. Una y otra vez rememoraba aquella humillante escena, y cada vez que recordaba la imagen volvia a sentirse humillada; ella y Francoise corriendo sobre sus escarpines demasiado estrechos, tropezando, con el corazon encogido para escapar del vil espia. Era una escena de caza. Efectivamente, su padre la habia tratado como si tucra una pieza a la que se acecha y apunta. La relacion de fuerzas era la siguiente: Jean-Baptiste y ella estaban tan indefensos como las liebres en un campo de maiz, y no tenian mas opcion que esconderse, huir y valerse de artimanas para librarse de los perros que lanzaban tras ellos.

A partir de esa escena, que le habia partido el corazon, Alix repaso toda su infancia y todo cuanto habia formado parte de su educacion: el mejor ejemplo de todo cuanto se consentia en aquella epoca a las jovencitas. De nina habia recibido los discretos cuidados de una gobernanta, que se preocupaba exclusivamente de que estuviera quieta las escasas ocasiones durante la semana que se la llevaba a su madre. Despues partio hacia el convento, y valga decir que sus pensionistas no eran precisamente tan excepcionales como para que el sitio donde habia crecido pudiera considerarse abierto al mundo. Habia estado escondida en un agujero en el campo. La unica esperanza que tenian aquellas ninas recluidas era supeditarse lo mas rapidamente posible a otra dependencia, la de un marido impuesto. Y para prepararlas a ese destino al que las obligaba la sociedad, les ensenaban a llevar vestidos de gala provistos de mirinaques de crin y aros de hierro. En la soledad de la casa de El Cairo, sin contacto alguno con nadie con quien compararse para juzgar normales aquellas usanzas, Alix se habia acostumbrado a respetarlas, pero esa costumbre se rompio, como sus tacones, en una bella noche de caza en que se le revelo su verdadera naturaleza, y con ella, por contraste, el yugo que suponia su condicion.

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