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El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 58


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– ?Y tu mujer?

– No se que ha sido de ella -dijo el protestante con la mirada baja.

– ?La querias?

– Es mi mujer.

– Solo fueron nueve dias -dijo Poncct.

– Pero un juramento ante Dios es para toda la eternidad…

– ?Y si esta muerta?

– Entonces soy libre.

– Nunca has estado tentado de…

– Por supuesto que he estado tentado -dijo el maestro Juremi sacudiendo la cabeza-. Desde luego que he sucumbido a menudo ante la llamada de la carne. Pero tener una mujer es diferente. Los protestantes no tenemos las ventajas de la confesion catolica. Y en este sentido, nunca he claudicado.

– ?Como se llamaba tu pueblo, en el Gard?

– Soubeyran.

No hablaron mas. Por la noche, Poncet preparo una nota paraAlix, donde le confiaba que tal vez el maestro Juremi no estuviera libre, aunque si fuera a Francia podria ocuparse de esa cuestion y comprobarlo. Tambien le aconsejaba que no dijera nada a Francoise.

El cuarto dia, el padre Plantain se hizo anunciar en la residencia del consul tras concluir con su investigacion.

– Excelencia -dijo el jesuita con un tono mas militar que nunca-, esta manana he recibido noticias urgentes de Constantinopla.

El senor De Maillet lo miro con atencion.

– Creo que usted conoce al padre Versau -prosiguio el cura.

– Paso por aqui el ano pasado.

– Despues de haber sobrevivido a vanas desgracias, un naufragio, etcetera.

– Me acuerdo muy bien.

– Entonces se acordara tambien de que fue el quien recibio instrucciones para transmitirle la voluntad del Rey con respecto a la mision de Abisinia.

– Ciertamente.

– En fin, le he informado del regreso de tal embajada.

– Hace un momento ha empleado usted la palabra adecuada: mas vale hablar de mision.

– Como prefiera, pero eso no cambia nada la situacion. Mi carta salio en un correo urgente poco despues de que el pacha mandara registrar la residencia del emisario del Negus. Desde luego tambien le he informado de ese incidente, y tambien le he contado que ese turco ha prohibido al embajador viajar a Versalles.

– ?Y bien? -dijo el senor De Maillet, que ya empezaba a palidecer.

– El padre Versau acaba de responderme y esta indignado. Aunque de entrada me esforce por plantearle la cuestion del modo mas anodino, esta que echa las muelas. Dice que el pacha no tenia ningun derecho a intervenir, y menos aun a oponerse al viaje a Francia de Su Excelencia Murad y del senor Poncet. La voluntad del Rey auspicio la mision enviada a Abisinia, y esta misma voluntad obliga a llevar la respuesta del Negus a Luis XIV.

El consul trituraba nerviosamente un rizo que le pendia en la nuca.

– Asi pues -dijo el jesuita con un tono sentencioso-, el padre Versau me exige todos los pormenores de este asunto para redactar un informe de protesta dirigido al senor De Fernol, que es, creo…-Si, si, el embajador de Francia en la corte del Gran Turco.

El senor De Ferriol era el superior directo del senor De Maillet y tenia autoridad en todos los consulados de las escalas de Levante.

– Pero ?que objeto tiene tal informe? -pregunto el consul.

– Como usted sabe, el padre Versau tiene una gran influencia sobre el embajador, y no le resultara dificil convencerlo de que aparte al Sultan de este asunto. Cuando uno de esos pachas se toma la autoridad por su mano y se sobrepasa en el ejercicio de sus derechos, el Gran Senor designa a unkiaya, que se persona en el lugar de los hechos, hace una investigacion y dictamina las sanciones. Esos gobiernos turcos no tienen por que comportarse como satrapas. Si abusan de su poder, reciben su castigo.

El senor De Maillet, que se las veia venir, adivino enseguida que esas palabras podian causarle muchos problemas en muy poco tiempo.

– No, no -exclamo-, no es necesario que el padre Versau se moleste…

– ?Como? ?Pretende consentir que esos turcos hagan oidos sordos a los compromisos que los vinculan a nosotros desde hace mas de un siglo! De seguir por ese camino, dentro de nada las capitulaciones quedaran invalidadas y los cristianos de ese pais seran victimas de una sangrienta persecucion.

– Tiene usted razon, padre, pero se trata de un asunto local y es aqui donde debemos encontrar una solucion. No hace falta que Constantinopla se inmiscuya en todo esto.

– Desgraciadamente ya esta hecho -dijo el padre Plantain con arrogancia-, y me atreveria a decir que es mejor asi porque me parece que ese pacha solo comprende el idioma de la autoridad.

– Es que usted le conoce poco.

– Afortunadamente para mi…

– Desde luego es un turco, y ademas un soldado. Sin duda es un poco violento y pierde los estribos. Pero tambien sabe entrar en razon.

– Tanto mejor, asi oira las razones del Sultan.

– Oiga -dijo el senor De Maillet levantandose-, permitame intentar un arreglo. No le escriba todavia al padre Versau. Yo mismo presentare una protesta al pacha.

– Entonces iremos juntos.

– ?Juntos?

– Si, puesto que yo represento al querellante. Esta mision ha sido confiada a nuestra orden y ese turco nos impide cumplirla.-Pero ya sabe que es muy musulman. No mostrara la misma benevolencia si voy solo que si voy en su compania.

– Entonces habra que tratar con el Sultan, que no esta en contra de nosotros. Ademas, la carta esta terminada. Solo me resta agregar ciertos detalles que usted me proporcionara. Saldra manana mismo.

El senor De Maillet sudaba a mares. No veia ninguna salida y, como el hombre que se ve en el trance de escoger entre dos males a cual peor, se decanto por el que le parecia mas llevadero.

– Bueno -dijo-, pues vayamos al palacio del pacha.

– En ese caso tenemos que ir inmediatamente porque el correo con destino a Constantinopla no puede esperar.

El consul acato esta nueva exigencia y mando hacerse anunciar en la ciudadela. El guardia volvio al cabo de una media hora diciendo que serian recibidos en audiencia cuando llegaran. El senor De Maillet, el padre Plantain y el senor Mace -a titulo de interprete- emprendieron camino en la carroza del consul. El jesuita estaba muy impaciente, aunque procuraba disimular. Por su parte, el consul miraba a traves de la ventanilla, mordiendose el puno de encaje.

En cuanto entro la delegacion, Mehmed-Bey se percato de que el asunto era serio. No se demoro en demasiadas zalemas y rogo al consul que le expusiera los motivos de su visita.

– Pues bien -dijo el senor De Maillet, visiblemente molesto y con una voz que intentaba ser conciliadora y firme a la vez, aunque sono mas bien vacilante y falsa-, he venido para presentar una protesta ante Vuestra Excelencia.

Mehmet-Bey no se inmuto. Miro al jesuita y luego al consul, presintiendo algun enojoso reves de una alianza de la que ya se habia arrepentido. El senor Mace tradujo y el consul continuo:

– Por los tratados que han firmado nuestras potencias, la proteccion de los cristianos es una cuestion que incumbe al Rey de Francia.

El pacha abria y entornaba los parpados lentamente, como una pantera.

– Por lo tanto, usted no puede violar el domicilio de ninguno de ellos, a menos que haya hablado antes con el consul de Francia, y tampoco puede limitar los movimientos de nadie que desee ejercer el derecho a personarse ante su protector el Rey de Francia.

Una vez dicho esto, el senor De Maillet cerro los ojos como si de esa forma pudiera zafarse de la onda expansiva del polvorin que acababa de hacer estallar.-?De que me esta hablando? -dijo por fin el pacha, malhumorado.

– De ese armenio que llego de Abisima con un medico franco de la colonia.

– ?Y que tienen que ver esos con este hombre? -pregunto el pacha, senalando al padre Plantain.

Por el rostro del consul corrian grandes gotas de sudor y hasta tenia la impresion de que iba a desmayarse. Alli, de pie, en medio de aquella enorme sala, las paredes daban vueltas a su alrededor peligrosamente.

– Nada -dijo-. El padre Plantain partira en breve hacia Constantinopla e informara de esta audiencia a nuestro embajador, en caso de que no de los resultados que esperamos.

Mehmet-Bey apoyo las manos en los cojines que le rodeaban, como si quisiera arrellanarse mejor en su asiento.

– No entiendo nada de los asuntos de los francos -dijo-. ?Que quiere saber que usted no sepa ya? Solo me apropie de esas cartas porque usted me lo pidio, para luego entregarselas. En cuanto a ese armenio, es libre. Lleveselo a donde quiera, es un cristiano y no me importa su suerte. Pero por mi parte le hago una advertencia: si usted tiene algo que decir en Constantinopla, es posible que tambien yo ponga mi granito de arena. Me parece que sus religiosos son muy numerosos y muy activos en una ciudad donde hay que servir a tan pocos catolicos. Sabemos que utilizan su tiempo en urdir confabulaciones, y es posible que el Sultan tenga mucho interes en conocer mas detalles al respecto. ?Soy suficientemente explicito?

– Su Excelencia nos ha convencido por completo -dijo el senor De Maillet, que doblo la cabeza con tanta cortesia como pudo, para no tener que inclinarse hacia delante.

Los tres hombres se retiraron.

De regreso, el embarazoso silencio que reinaba en la carroza contrastaba con el bullicio de las calles. El consul habia hecho aquella diligencia con la peregrina esperanza de que, guiado por su mutua complicidad, el pacha siguiera la comedia hasta el final y dejara el asunto en sus manos. El juego ciertamente era arriesgado y habia perdido. El padre Plantain, por su parte, acababa de obtener la prueba que corroboraba las conclusiones de su investigacion: el diplomatico era el unico responsable de aquel tejemaneje. El cura hacia un gran esfuerzo para aparentar que estaba furioso, pero en realidad, no cabia en si de alegria porque el senor De Maillet ya no podia negarle nada. El cura habia pagado su victoria con una reprimenda del pacha, pero eso le importaba poco. Cuando llegaron al consulado, el senor De Maillet cerro las puertas de su despacho detras de ellos, se sento, se quito la peluca sin pedir excusas al cura y dijo:

– Admito que le debo una explicacion. En efecto, no es el pacha quien se opone al viaje del senor Murad, sino el propio ministro, el senor De Pontchartrain. Aqui guardo la prueba indiscutible.

Golpeo con un dedo su escritorio.

– ?Razones politicas, acaso? -pregunto el jesuita.

– ?Por supuesto que no! -exclamo el consul con el tono de voz propio del preceptor que corrige siempre la misma falta a su alumno-. No se trata de politica, sino de sentido comun, padre; incluso me atreveria a decir de modales. ?Se ha detenido usted a observar a ese Murad? Se comporta como el faquin mas indeseable, atenta contra el pudor de las damas, se emborracha en la mesa, se limpia las manos con las colgaduras. Sinceramente, padre, ?se imagina por un momento a alguien asi en Versalles? ?Se lo imagina ante el Rey?

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