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El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 5


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– Mis aventuras -continuo el jesuita con un semblante mas serio- solo son dignas de interes para explicar mi presencia aqui y el estado en que me he presentado ante usted. Pero aun tenemos que llegar a lo esencial, que no es eso.

– ?Ah, si, el mensaje del Rey! -dijo el senor De Maillet.

El padre Versau se incorporo en la silla, entorno lentamente los ojos e infundio cierto aire solemne a la conversacion. Por su parte el senor De Maillet lanzo una mirada al retrato, como si de repente descubriera la presencia fisica del soberano por encima de sus cabezas.

– A decir verdad -dijo el jesuita-, yo no soy portador de ningun mensaje.

– Usted me habia dicho…

El hombre de negro hizo un ademan con la mano. Necesitaba tiempo.

– Entiendame, me refiero a que no soy portador de ninguna misiva. Nada que el Rey haya escrito ni siquiera dicho directamente. Coincidira conmigo en que esta precaucion es muy acertada. Teniendo en cuenta todas las desventuras que he padecido, lo mas prudente era sin duda no llevar conmigo nada por el estilo.

– Estoy de acuerdo -dijo el senor De Maillet.

– Pero si no hay mensaje, seguramente el Rey habra comentado sus propositos con su guia espiritual.

– ?Con su confesor, el padre De La Chaise?El jesuita cerro los ojos, mientras el senor De Maillet le miraba boquiabierto, como un nino al que le ponen delante un cofre repleto de tesoros.

– Ese bendito -prosiguio el padre Versau-, que como usted sabe pertenece a nuestra Congregacion, ha comunicado las intenciones del Rey a un grupo muy restringido de personas de su confianza: la senora De Maintenon, que defiende con tanto celo la causa de la fe en la corte de Versalles, el senor De Pontchartrain, el padre Fleuriau, superior de nuestra Congregacion para todos los asuntos relacionados con las escalas de Levante, yo mismo, su adjunto y representante. Y ahora usted…

El senor De Maillet inclino la cabeza para dar prueba de que estaba dispuesto a acatar la voluntad de los poderosos, y de paso para disimular las lagrimas de gratitud que asomaban a sus ojos.

– El asunto se puede resumir en pocas palabras. Usted conoce la lucha que la Cristiandad libra hoy contra sus enemigos. De momento ya hemos controlado a los turcos, pero la reconquista debe continuar. Y asi se hara. Sin embargo, los mayores peligros se han gestado precisamente en el seno de aquellos que pretenden vivir en Cristo. La infame Reforma ha intentado minar desde dentro la propia obra de Dios. El Rey ha luchado contra ella en todas partes. En Francia, revocando los tratados de capitulacion firmados en el pasado con los hugonotes; y en el resto de Europa, afrontando, a riesgo de su corona, la conjura de los principes protestantes enarbolada por Guillermo de Orange, un traidor. Pero esta lucha ya no es la de antano, cuando el mundo se reducia al Mediterraneo y a su perimetro. Hoy todo el universo esta involucrado en la contienda. Debemos llevar el mensaje de Cristo a las tierras conocidas y granjearnos a los infieles; pero tambien a las tierras desconocidas, a esos nuevos mundos que han emergido en el curso de los dos ultimos siglos y que son, ante todo, nuevos escenarios de contienda para la Cristiandad: las Americas, las Indias, la China y el Extremo Oriente. Una y otra vez nos enfrentamos a los mismos desafios. Por una parte, la resistencia de los pueblos que viven al margen de la verdadera fe, ajenos al vacio y al peligro mortal que supone esa carencia para la eternidad. Y por otra, la rivalidad de esta supuesta Reforma, que solo es un intento diabolico para alejar del Evangelio verdadero a unos pobres ignorantes.

El senor De Maillet asentia de vez en cuando con la cabeza para indicar que seguia la conversacion. A decir verdad, le fascinaba la elocuencia del hombrecillo, sobre todo porque se habia desencadenado de repente, desde el momento en que el discurso empezo a derivar hacia las cuestiones politicas y religiosas.

– El Rey de Francia ha aprendido mucho durante su largo reinado -siguio diciendo el hombre de la Iglesia-. Sabe abstraer las contingencias que jalonan la Historia. Distingue claramente, su confesor esta maravillado por ello, el sentido profundo de esta contienda y la justificacion de su poder. La lucha universal entre las fuerzas de la fe verdadera y los que estan sumergidos en las tinieblas le ocupa por completo y esta firmemente decidido a capitanearla hasta el final. De estos innumerables combates, unos urgen mas que otros. Con el imperio turco, ya le he dicho que todo es cuestion de tiempo. Estamos presentes, prestamos nuestra ayuda a los pocos cristianos que aqui mantienen encendida la llama de la devocion, de modo que cuando el edificio otomano se resquebraje, penetraremos por sus propias fisuras. Pero el momento aun no ha llegado. Por el contrario, cerca de aqui hay un pais que nos llama, un gran pais que la Historia y su sorprendente geografia montanosa han mantenido lejos de nosotros, un pais que esta en las sombras aunque me atreveria a decir que por muy poco tiempo pues solo pide recibirnos. Es una tierra que la cristiandad gano en su dia, pero donde la fe, mal cultivada, ha crecido en una direccion equivocada…

– ?Abisinia! -exclamo el senor De Maillet como hipnotizado. -Si, Abisinia, esa tierra casi desconocida y casi convertida; esa tierra que ha engullido hasta la fecha a todos aquellos que han intentado internarse en ella, y que aun asi nos llama.

El jesuita se echo hacia delante, mientras tendia la mano al senor De Maillet por encima de la mesa donde se dibujaban los relieves de la comida dispuesta en platos de estano, para decirle:

– Es preciso que el Rey de Francia pueda anadir a su gloria la hazana de llevar de nuevo esa tierra a la Iglesia. Su Majestad le encomienda a usted una embajada alli.

3

Jean-Baptiste Poncet y el maestro Juremi, asociados en el oficio de boticarios, compartian una casa que hacia las veces de laboratorio en el lugar mas alejado de la colonia franca, en una callejuela apartada que resultaba idonea para hacer su trabajo con discrecion.

– ?Hola! -exclamo Jean-Baptiste, empujando la puerta de entrada de aquella residencia de solteros sumida en el mas completo desorden-. ?Estas ahi, viejo brujo?

Desde la parte alta de la casa llego un grunido. Lanzo sobre el respaldo de una silla el jubon que aun llevaba en la mano y subio a reunirse con su amigo.

En el piso de arriba habia una terraza de cierta amplitud que daba a un patio cerrado. Las demas ventanas estaban con las persianas echadas y otras habian sido tapiadas. Poncet se encontro con el protestante de pie, acodado en la balaustrada, con la mirada perdida en el vacio y un florete en la mano.

– ?Que haces aqui con ese chisme?

– Acabo de matar al consul -dijo el maestro Juremi.

– ?De veras?

Jean-Baptiste conocia demasiado a su compadre para dejarse impresionar.

– Ya lo creo. Lo he matado doce veces. ?Quieres verlo? Mira.

El hombreton se puso en guardia e hizo como que se batia con un adversario que reculaba rapidamente. Cuando llego a la pared, ataco con el arma y lanzo un gemido, como si le costara atravesar aquel cuerpo imaginario. La punta del florete se hundio en la pared, y al sacarla se desprendio una placa de yeso que dejo al descubierto las entranas rojas de dos ladrillos.-?Bravo! -dijo Jean-Baptiste, aplaudiendo-. Se lo merecia. ?Te sientes mejor ahora?

– Bastante mejor.

– Bien, pues ahora que ya te has tranquilizado, cuentame que ha ocurrido.

Jean-Baptiste cogio una silla de hierro y se sento. El maestro Juremi se quedo de pie y siguio deambulando por la habitacion mientras golpeaba el florete contra su pierna una y otra vez.

– Estoy hasta la coronilla de ese dichoso consul. En cuanto lo veo me entran ganas de matarlo.

– Eso no es nada nuevo -replico Jean-Baptiste sonriendo-. Ademas, ya te aconseje que no aceptaras el trabajo.

– ?Como no iba a aceptar! Me convoco…

– Si me convocara a mi, no iria -dijo Jean-Baptiste.

– ?Muy listo! Debo recordarte que tu no eres protestante y que eso te concede ciertos privilegios aqui. Por ejemplo que el pacha te pida consulta y te honre como medico, mientras yo no soy mas que un mediocre herborista… En fin, la cuestion es que De Maillet me llamo; yo fui, hice el trabajo y ahora todo ha terminado.

El maestro Juremi le conto a su socio que habia aprovechado la ausencia del consul para quebrantar su prohibicion y acabar de restaurar el cuadro.

– ?Ha quedado bien? -pregunto Jean-Baptiste.

– Eso creo.

– Entonces, todo arreglado.

– Se nota que no lo conoces. Sus guardias van a venir a arrestarme en cualquier momento. Seguramente habra estado demasiado ocupado hasta ahora y no se habra dado cuenta de mis retoques.

– ?Que puede hacer? No es un crimen que alguien cumpla con su trabajo.

– ?Por supuesto que no! Pero ese consul de pacotilla exige obediencia. Me acusara porque es la maxima autoridad, y en este caso juez y parte. Ademas, como es un ladron, me obligara a pagar una multa y me descontara otro tanto de mi salario.

– Si es asi, lo mejor es que pagues y que te olvides del asunto.

– ?Jamas! Prefiero matarlo y huir.

En materia pecuniaria, el maestro Juremi tenia una idea tan elevada de la justicia como cualquier hugonote que se preciara de serlo. Nunca se hubiera apropiado de un cequi que no hubiera ganado honestamen-te, pero tampoco habria tolerado que no le pagaran todo lo que se le debia.

– Calmate, Juremi. No puede obligarte a pagar una multa. Nuestro estatuto preve que tenemos derecho a elegir entre una sancion economica o una pena de carcel. Mortifica su codicia en lugar de agujerearle el pecho, eso tambien le hara dano. Declarate prisionero, quedate dos dias en el calabozo y despidete para siempre de hacer tratos con el.

El maestro Juremi ya se habia explayado a sus anchas con la idea de matar al consul, asi que supo estimar la sabiduria y la malicia que encerraba el consejo de su amigo.

Se quedaron un momento en silencio. El viento abrasador que llegaba del desierto habia dejado de soplar a media tarde, pero el polvillo que habia arrastrado seguia formando una capa finisima sobre los hierros forjados y sobre las hojas de los naranjos plantados en macetas. Jean-Baptiste entro en la casa en busca de un cantaro de agua y dos vasos de estano para refrescarse la garganta.

– Hace un rato hubo un conato de incendio en el puente de Kalish. Se ha producido tal tumulto -dijo- que incluso la mujer del consul ha quedado bloqueada en su carroza, en medio del gentio.

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Rufin Jean-christophe - El Abisinio El Abisinio
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