Выбери любимый жанр

El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 37


Изменить размер шрифта:

37

– ?Que diria usted -pregunto a Francoise- si persuadiera a mi madre para que la tomara a su servicio? Asi, podria venir a trabajar anuestra casa y nos veriamos alli. Poco a poco haria notar mi amistad hacia usted y sin duda me concederian el calor de su compania. Podriamos salir a pasear, o venir aqui incluso, pero ya no estariamos obligadas a permanecer en esta terraza para vernos.

Francoise acepto encantada. El paso siguiente seria encontrar los medios para convencer a la senora De Maillet. No obstante, el mero hecho de concebir un plan ya era un motivo de alegria, incluso antes de que se materializara.

Para empezar, Alix le conto a su madre que sentia lastima por una francesa que andaba como una oveja extraviada por la ciudad. Le dijo que la pobre mujer vivia en una buhardilla cercana al «invernadero» y que la ayudaba a regar las plantas y a acarrear los cubos. Asi que para empezar la joven pidio unas piastras a su madre para pagarle estos servicios. Mas adelante, al hilo de otras conversaciones, le expuso la desgracia de aquella infeliz, que no era de mala condicion, a quien Dios habia dejado de su mano y sin recursos, en una ciudad tan hostil. Las dos se lamentaron de la miseria de este mundo y la senora De Maillet dio gracias a la Providencia por haberlas librado siempre de semejantes penurias. Como la madre y la hija tenian poco que decirse, Francoise se convirtio en el tema de conversacion predilecto entre ambas. Aprovechando el dia que la senora De Maillet pidio a Alix noticias sobre su protegida, su hija, que habia decidido ir a por todas, dijo con indiferencia:

– ?Oh, esta mas tranquila porque ya ha tomado una decision!

– ?Que decision?

– No me acuerdo si se lo he dicho. Un comerciante turco bastante rico le ha propuesto casarse. El matrimonio la sacaria de muchos apuros. Francoise ha echado sus cuentas, porque es viejo y tiene un aspecto repugnante. Pero al fin y al cabo solo seria su cuarta esposa, de modo que compartiria con las otras tres los sinsabores de tener que soportar su presencia.

– ?Que horror! -exclamo la senora De Maillet-. ?Y su decision tambien implicaria abjurar de la fe cristiana?

– Por eso precisamente duda tanto. Es muy piadosa y le daria mucha pena tener que renegar.

– Bueno, ?y que ha decidido?

– El turco la ha convencido de que la religion musulmana no exige grandes obligaciones. Basta con manifestar que Dios es Ala y Mahoma su profeta. Eso es todo. Ademas, para ellos Cristo es una especie de santo precursor, asi que puede seguir rezando por El. En definitiva, el moro ha convencido a esa infeliz de que en cuestiones de fe perderia muy poco, y que todo serian ganancias, porque no tendria la preocupacion de buscarse el sustento.

– Hija mia -dijo la senora De Maillet, mirandola angustiada-, esa mujer va a perderse. No se puede creer absolutamente nada de lo que dicen esos infieles. Han conquistado los santos lugares, han destruido un sinfin de iglesias y han matado a muchisimos cristianos. Es nuestro deber impedir a toda costa que se haga turca. Segun dicen, esos hombres son muy rudos con sus esposas, asi que seria una muerta en vida, y ademas se precipitaria en el infierno para la toda la eternidad.

Para evitar semejante naufragio, las dos mujeres se afanaron en buscar una solucion.

Al final de la conversacion, Alix sugirio la posibilidad de tomar a Francoise a su servicio, y su madre considero la proposicion.

– Si -dijo-, voy a pensar en ello. Desde que nuestra lavandera regreso a Francia, he pedido a tu padre que la sustituya, pero el siempre argumenta que no hay nadie en la colonia franca que pueda desempenar el oficio. Pero yo creo que solo se muestra reticente para ahorrar. Tu padre es tan moderado en el gasto de los caudales publicos…

– Pues yo creo que esta cuestion va mas alla del ahorro -dijo con viveza Alix, que estaba entusiasmada con la idea-. Las dos esclavas nubias que hacen la colada ya han destenido varios vestidos, y no es la primera vez que queman la ropa blanca por lavarla con demasiada sosa.

– ?Y no hablemos del planchado, que es un autentico desastre! Pero desgraciadamente tu padre no presta atencion a estos menesteres. La unica vez que le oi quejarse fue hace unos meses, cuando vio que sus preciosas medias de seda verde manzana se habian vuelto de un color rojo ladrillo una semana despues, porque habian estado en remojo con una de mis mantas.

– ?Se da cuenta? -insistio Alix-. Estoy segura de que podriamos hacerle comprender el provecho, el ahorro que supondria contratar a una lavandera. Mi padre alegara que no tiene tiempo de buscar una, y entonces nosotras se la conseguiremos.

Alix represento su papel con tanto esmero que su madre acepto presentar la propuesta a su marido. La devota mujer, que posiblemente no habria movido ni un dedo por salvar una vida humana -por entender que la vida se halla en manos de Dios-, ponia todo su empeno en salvar un alma en el momento en que iba a alejarse de la fe verdadera.

– ?Como planteara el asunto a mi padre? -pregunto Alix.-Lo conozco bien. No vale la pena disimular con el. Le dire exactamente la verdad, tal como acabas de exponermela.

Alix habia conseguido mantenerse seria hasta entonces, pero cuando le conto esta ultima replica a su amiga, ambas estuvieron riendo un buen rato.

El senor De Maillet dio su brazo a torcer y consintio que su mujer tomara a su servicio una lavandera a prueba durante quince dias. Francoise fue al consulado, se la presentaron brevemente al consul, que no se rebajaba a las cuestiones domesticas, y enseguida supo conquistar el corazon de la senora De Maillet. La nueva lavandera trabajo duro desde su llegada. A los quince dias, el consul, que apenas se daba cuenta de nada, tuvo que rendirse ante la evidencia de que la casa se habia transformado. Sus ropas estaban tan primorosas como el primer dia. Con la ayuda de los productos extraidos de las plantas de Poncet, Francoise incluso consiguio que las medias recuperaran su color original. A partir de entonces las damas volvieron a lucir encajes blancos y no amarillentos como antes. Y como colofon final, Frangoisc llevo a cabo una autentica proeza: que el senor Mace le fuera llevando todos sus trajes, a cual mas sucio. Una manana, mientras su secretario le traia unos papeles, el consul se dio cuenta de que alli faltaba algo. Recorrio toda la estancia con su mirada, pero no pudo hallar nada anormal. Luego, de pronto, levanto la nariz hacia el senor Mace, que estaba de pie frente a el, y el consul comprendio, con la extraneza y lentitud con que uno trata de encontrar las cosas extraviadas, que su secretario ya no olia mal. Francoise fue contratada.

Como era de esperar, las dos amigas siguieron viendose en el consulado. Todas las mananas, Alix iba sola a ocuparse de las plantas y se quedaba en la terraza menos tiempo que antes. Luego volvia y deambulaba por la casa. En el consulado, el espacio destinado al senor De Maillet y sus empleados se limitaba al ala de boato, es decir, la sala en que se encontraba el retrato del Rey, unos gabinetes de trabajo contiguos y, en el primer piso, las habitaciones a menudo vacias que se reservaban a los invitados de honor. Y dado que la senora De Maillet apenas salia de sus aposentos, el resto de la mansion, los vestibulos, los corredores, la habitacion de Alix, los saloncitos, las cocinas, las antecocinas y los lavaderos eran lugares propicios para los encuentros de las dos amigas. Estos marcos tan distintos dieron a su complicidad el encanto de la novedad, la sal de una necesaria discrecion y la savia de mil conversaciones que iban nutriendo la amistad de aquellas dos mujeres, siempre alertas por miedo a ser sorprendidas en una casa tan espaciosa.

12

Apenas un dia despues de que el Emperador les consultara sobre su estado de salud, Jean-Baptiste y el maestro Juremi dedicaron toda la manana a preparar dos tratamientos, uno para el Rey y otro destinado a los sacerdotes.

Demetrios los condujo por la tarde hasta una gran iglesia situada en las afueras de la ciudad, donde se celebraba una fiesta votiva que congregaba a miles de fieles ano tras ano. Lucia un sol esplendido para un acto que nada tenia que ver con suplicios. Solo se veia a una multitud de mujeres y ninos ataviados de blanco que llevaban sombrillas negras mientras se balanceaban alegremente sobre sus borricos. Los ancianos caminaban apoyandose en largos cayados de pastor. Una gran cantidad de sacerdotes y monjes con tunicas de vistosos colores avanzaban sosteniendo cruces de procesion. Los dignatarios mas distinguidos se protegian del sol con unos amplios parasoles rojinegros, adornados con cascabeles de plata, que sostenian jovenes esclavos. Todos iban a reunirse en un bosque de cedros. Las ramas retorcidas de estos arboles llegaban a ras de suelo, y los ninos se columpiaban en ellas. La iglesia apenas se distinguia. Era octogonal y el techo abombado de cana descansaba sobre los troncos desmochados de unos grandes cedros plantados en un circulo a ocho pies de los muros. Entre los troncos y la iglesia se erigia esta columnata natural convertida en una galeria circular, con el suelo recubierto por discos de madera. Demetrios consiguio abrirse paso entre la multitud, y los viajeros descalzos penetraron en el primer recinto de la iglesia, donde,pudieron contemplar iconos de varias epocas. Salvo algunos que poseian una clara influencia bizantina, casi todos tenian la huella del arte abisimo. Los ojos parecian tener vida propia, independiente de los rostros, y emanaban una fuerza que sobresalia por encima de cualquier otro rasgo. Los santos tenian una tez clara, senal de divinidad y vestigio misterioso de lo sagrado, como puede simbolizar el uso de una lengua muerta para el rezo. Pero sus rasgos eran la viva imagen de los autoctonos del pais, de tal manera que aquellos iconos hieraticos y estereotipados representaban a mujeres y ninos corrientes que parecian loar la dignidad de Cristo y de la madre de Cristo.

De regreso, Demetrios les enseno el palacio. Les mostro el patio situado frente a la puerta principal que habian franqueado para acudir a la audiencia del Rey. El joven hizo luego una senal a los guardias y asi pudieron acercarse a una jaula asegurada con grandes trancas de hierro donde dormian los cuatro leones del Negus, un macho y tres hembras, una de ellas aun muy joven. Por un momento Poncet temio que Demetrios les refiriera algun tormento en el que participaran aquellos animales, pero solo les dijo que las fieras pertenecian al Emperador, que cada manana los alimentaba personalmente con cuartos de carne que un esclavo les lanzaba en su presencia, y que nada debia alterar su reposo. De modo que se quedaron mas tranquilos.

37
Перейти на страницу:

Вы читаете книгу


Rufin Jean-christophe - El Abisinio El Abisinio
Мир литературы