La Casa De Citas - Robbe-grillet Alain - Страница 8
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Manneret, que no se ha movido de su mesa de trabajo durante toda la escena y se ha contentado con volver la cabeza para observar el divan (asi pues habia efectivamente un divan en la estancia); con el hombro derecho echado hacia atras y la mano izquierda apoyada en el brazo derecho del sillon, dirige de nuevo la vista a su pagina manuscrita y la pluma a la frase interrumpida; detras de la palabra «viaje» escribe el adjetivo «secreto» y se detiene otra vez. Kim, de pie frente a el, al otro lado del escritorio de caoba lleno de hojas manuscritas dispuestas en todos los sentidos, sobre las que se inclina su pecho, con la mano de largas unas, esmaltadas de rojo vivo, apoyada sobre la yema de tres dedos en un diminuto espacio de piel verde, vieja y descolorida, visible aun en medio de los papeles, la linea de la cadera -acusada por la postura asimetrica- destacandose a contraluz sobre el fondo de persiana veneciana cuyas hojas estan casi cerradas, Kim se incorpora, en la otra mano lleva el grueso sobre de papel pardo que acaba de entregarle el hombre (o, tal vez, de indicarselo simplemente sobre la mesa con una rapida senal de la barbilla…). Y sin decir palabra, sin ningun saludo, ningun gesto de despedida, se retira tan sigilosamente como habia entrado, cierra la puerta sin hacer ruido, cruza el descansillo, baja la estrecha escalera oscura, incomoda, que la lleva directamente a la calle hormigueante y abrasadora con olor a huevos podridos y frutas fermentadas, en medio de la muchedumbre de transeuntes varones o hembras, uniformemente vestidos con pijamas de tela negra, brillante y rigida como el hule.
La criada sigue acompanada por el perrazo, que tira de la correa lo justo para que esta permanezca tensa y rectilinea, entre el collar de cuero y la mano de unas esmaltadas que sostiene el otro extremo con el brazo extendido. En la otra mano lleva el sobre pardo, grueso e hinchado como si lo hubieran rellenado de arena. Y un poco mas lejos esta de nuevo el mismo barrendero municipal vestido con mono, tocado con un sombrero de paja ligera en forma de cono muy aplanado. Pero esta vez no dirige ninguna mirada de soslayo al pasar la chica. Esta adosado a uno de los gruesos pilares cuadrados de la galeria cubierta, al que estan pegados multitud de diminutos anuncios; sujetando el palo de la escoba bajo un brazo, mientras el haz de paja curvado por el uso le cubre parcialmente uno de los pies descalzos, sostiene con ambas manos ante los ojos el fragmento de tebeo, manchado de barro, que ha recogido del arroyo. Tras examinar suficientemente el cuadro multicolor que adorna la portada, vuelve la hoja; esta cara, mucha mas sucia que la otra, esta ademas impresa unicamente en blanco y negro. La mayor parte de su superficie aun legible esta ocupada por tres dibujos estilizados, uno debajo de otro, que representan a la misma joven de pomulos altos y ojos apenas oblicuos, situada mas o menos en el mismo marco de siempre (una habitacion vacia y pobre, amueblada con una simple cama de hierro), vistiendo el mismo traje (un vestido muy cenido negro de corte tradicional) pero cada vez mas estropeado.
El primero de los dibujos la presenta medio tendida en el borde de la cama con las sabanas arrugadas y revueltas (busto apoyado en un codo, traje entreabierto hasta la cadera sobre la carne desnuda, rostro inclinado hacia atras con sonrisa extatica, mano que retiene aun la jeringuilla vacia, etc.); pero un segundo decorado se superpone al primero en toda la parte superior del cuadro, que ocupa lo que parece constituir el campo visual de la chica: en el se multiplican los elementos de un lujo ingenuo y recargado, como paredes adornadas de estucos, columnas esculpidas, espejos con marcos barrocos, candelabros de bronce con motivos fantasticos, telas de pliegues pesados, techos pintados al gusto del siglo XVIII, etc. En el segundo dibujo se ha esfumado toda esta riqueza de pacotilla; no queda mas que la estrecha cama de hierro a la que la chica se halla ahora encadenada por los cuatro miembros, tendida boca arriba en una postura retorcida y dislocada, que debe de indicar los vanos esfuerzos realizados para liberarse de sus ataduras; en sus movimientos convulsivos su traje se ha descompuesto mas aun, la abertura lateral esta ahora abierta de arriba abajo, descubriendo un pecho pequeno y redondo (asi puede comprobarse ahora que la cremallera se prolonga hasta el cuello en vez de volver a bajar por la cara interior del brazo, como se habia supuesto al principio sin demasiados visos de verosimilitud). El tercer dibujo es, sin la menor duda, simbolico: la muchacha ya no aparece encadenada, pero su cuerpo inanimado, totalmente desnudo, esta echado de lado, mitad en la cama, en la que descansan los brazos y el busto, mitad en el suelo, en el que se arrastran sus largas piernas con las rodillas dobladas; el traje negro yace cerca de un charco de sangre; una gigantesca aguja de inyecciones, del tamano de una espada, atraviesa el cadaver de parte a parte, entrando por el pecho para salir por detras, debajo de la cintura.
Cada imagen va acompanada de una breve leyenda cuyos grandes caracteres chinos significan respectivamente y por orden: «La droga es un companero que te engana», «La droga es un tirano que te esclaviza», «La droga es un veneno que te matara». Por desgracia el barrendero no sabe leer. En cuanto al hombrecillo regordete y calvo, de cara congestionada, que cuenta la historia, no entiende el chino; al pie del ultimo dibujo, ha podido descifrar unicamente algunas letras y cifras occidentales, muy pequenas: «S.L.E. Tel.: 1-234-567.» Narrador poco escrupuloso, que aparenta ignorar el significado de las tres iniciales (Sociedad para la lucha contra los estupefacientes) y que insiste por el contrario en el atractivo que pueden presentar las ilustraciones para un especialista, le asegura a su interlocutor -quien, por otra parte, no se lo cree- que se trata de una propaganda para alguna casa clandestina de los barrios bajos, en la que se ofrecen a los aficionados placeres prohibidos y monstruosos, que no son solo los de la morfina y el opio. Pero el camarero de chaquetilla blanca, que ha enderezado la bandeja para presentarla horizontalmente, dice por fin entonces: «Aqui tiene, caballero.» El hombre gordo vuelve la cara y observa un instante su propia mano, que habia quedado en el aire, la sortija de jade demasiado estrecha que le comprime el dedo medio, la bandeja de plata, la copa llena de un liquido amarillo palido en el que suben lentamente pequenas burbujas hacia la superficie; tras entender al fin donde esta y que hace alli, dice: «?Oh! Gracias.» Coge la copa de cristal, la vacia de un trago, la vuelve a dejar torpemente, sin fijarse, muy al borde de la bandeja que sigue tendida hacia el. La copa se vuelca y cae sobre las losas de marmol, donde se rompe en mil pedazos. Este fragmento ya ha sido referido, por lo que se puede pasar por el rapidamente.
No lejos de alli, Lauren esta precisamente abrochandose el zapato, cuyas tiras se le han soltado mientras bailaba. Fingiendo no advertir la mirada que Sir Ralph ha fijado en ella, la joven se ha sentado al borde del sofa, sobre el que se extiende su larga falda ahuecada. Permanece inclinada hacia adelante, hasta tocar el suelo, para alcanzar con ambas manos el pie que asoma bajo la tela blanca. El fino zapato, cuyo empeine se reduce a un estrecho triangulo de piel dorada que apenas oculta la punta de los dedos, se mantiene fijo mediante dos largas tiras que se entrecruzan en la garganta del pie y alrededor del tobillo, por encima del cual una pequena hebilla las sujeta una a otra. Con la atencion que presta a esta operacion delicada, su cabellera rubia caida hacia adelante se desplaza y descubre mas la nuca que se inclina y la carne fragil con su vello mas palido que el resto de la nuca que se inclina y la carne fragil que se inclina mas y la carne…
Parece como si todo se detuviera. Lauren se abrocha las tiras doradas del zapato. Johnson la mira, colocado unos metros detras de ella, junto al vano de una ventana con las cortinas corridas. El hombre gordo y colorado ha perdido el hilo de su relato al romperse en el suelo la copa de champan, y ahora levanta sus ojos inyectados en sangre -en los que se lee algo asi como panico o desesperacion- hacia el americano de estatura alta que inclina hacia el su semblante mudo, sin intentar ya ocultar siquiera que lleva rato pensando en algo muy distinto. Edouard Manneret, en su mesa de trabajo, borra cuidadosamente la palabra «secreto», de forma que no quede ningun rastro de la misma en la hoja de papel, tras lo cual escribe en su lugar la palabra «lejano». Lady Ava, sola en su sofa de colores indefinidos, ha cobrado de pronto un semblante cansado, ajado, harto de luchar por mantener una apariencia que no engana ya a nadie, sabiendo sobradamente de antemano cuanto va a ocurrir: la ruptura brutal de la boda de Lauren, el suicidio de su prometido cerca del bosquecillo de ravenalas, el descubrimiento por la policia del pequeno laboratorio de heroina, la relacion venal y apasionada entre Sir Ralph y Lauren, la exigencia de esta de seguir siendo una simple pupila de la Villa Azul y de no tener trato con el sino en una de las habitaciones del segundo piso, reservadas a este tipo de comercio, donde se le entrego por primera vez, la actitud de el que, al principio, solo vio una especie de placer suplementario en esta situacion y paga a un precio cada vez mayor unos servicios cada vez mas exorbitantes, y ella, que se presta a todo con exaltacion, pero sin dejar de reclamar despues la cantidad debida, conforme a sus acuerdos y con arreglo a los baremos vigentes en la casa, empenada en confirmar asi en cada ocasion su condicion de prostituta, aunque al mismo tiempo rechaza -segun los mismos acuerdos- todas las demas proposiciones transmitidas, para cubrir las apariencias, por Lady Ava, en cuyo album sigue figurando, no obstante, como una de las chicas que estan a disposicion de cualquier cliente rico, cosa que Sir Ralph, lejos de molestarse, aprecia tambien, como entendido que es, como algo humillante para su querida, algo excesivo y cruel. Pero he aqui que le pide que renuncie a esto, que abandone esta situacion que no es mas que un pretexto, que lo deje todo para marcharse con el. Ha de regresar a Macao por sus negocios y no puede pasar un dia sin verla, aunque solo sea en las salas de recepcion de la Villa Azul, al azar de los bailes, o en el escenario del teatrito donde sigue interpretando el papel de protagonista en esa obra de Jonestone titulada: «El asesinato de Edouard Manneret» y actuando en algunos otros dramas, sketchs o cuadros vivos.
Quiere llevarsela, pues, a Macao, instalarla en su casa, en su propio domicilio. Pero ella se niega, naturalmente, como sin duda el temia: «?Que motivos tengo para marcharme?», pregunta frunciendo un poco sus parpados pintados de color de humo sobre sus ojos verdes. Se encuentra bien aqui. Que se marche el si quiere. No faltan viejos multimillonarios en Kowloon y Victoria para sustituirlo. En cualquier caso, no le apetece lo mas minimo eso de ir a enterrarse en aquella pequena ciudad de provincias donde la gente se muere de aburrimiento jugando a la ruleta rusa y donde se habla portugues. Esta echada boca arriba sobre las pieles y el raso negro de la cama de columnas y mira por encima de ella el dosel adornado con un espejo en el que se refleja su cuerpo, conservando desde el comienzo de la escena la postura exacta de la Maya, que es un cuadro famoso de Manneret y la diosa de la ilusion. Sir Ralph, que ha terminado su discurso, va y viene de un lado a otro por la gran habitacion, pasando alternativamente a derecha e izquierda de la cama cuadrada, sin dirigir ni una sola mirada al objeto de sus exigencias, tendido, sin embargo, en ella con todo el esplendor del rosa y el rubio. De vez en cuando pronuncia aun algunas palabras, pero inutiles: argumentos que ya ha utilizado muchas veces, recriminaciones que no vienen a cuento en su situacion reciproca, promesas que sabe muy bien que no podra cumplir. Ella ya no escucha. Cubre con un extremo de seda negra una de sus caderas, la parte superior de sus muslos y la mitad del vientre, como si tuviera frio, aunque el calor que reina esta noche en el cuarto es agobiante. Sir Ralph, que se ha dejado puestos el smoking y la corbata, parece al borde del agotamiento.
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