La Casa De Citas - Robbe-grillet Alain - Страница 20
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Despues del gran salon, cruzo otras salas desiertas. Se diria que hasta los mismos criados han desaparecido; y subo la escalera de honor hasta la habitacion donde se encuentra la senora de la casa. Esta acostada en su cama de columnas, acompanada tan solo por una de sus criadas eurasiaticas, de pie junto a ella, que sale sigilosamente al entrar yo. Le pregunto a Eva como la ha encontrado el doctor, cuanto tiempo ha dormido, si se siente mejor esta noche… Me contesta con una sonrisa lejana de sus labios grises. Luego desvia la mirada. Permanecemos asi mucho tiempo, sin decir nada mas, ella mirando el techo y yo de pie a la cabecera de su cama, sin poder apartar los ojos de su cara enflaquecida, las arrugas que la surcan, su pelo encanecido. Al cabo de un rato -un largo rato sin duda- rompe a hablar, diciendo que nacio en Bellevilie, cerca de la iglesia, que no se llama ni Ava ni Eva, sino Jacqueline, que no ha estado casada con ningun lord ingles, que nunca ha ido a China; el burdel de lujo, en Hong Kong, es solo una historia que le han contado. Ademas se pregunta ahora si no fue mas bien en Shanghai, un gigantesco palacio barroco con salas de juego, prostitutas de todo tipo, restaurantes finos, teatros con espectaculos eroticos y fumaderos de opio. Se llamaba «Le Grand Monde»… o algo por el estilo… Tiene un semblante tan vacio, una mirada tan ausente, que me pregunto si no ha perdido el sentido, si no esta ya delirando. Ha vuelto la cabeza hacia donde estoy yo, y de pronto parece verme por primera vez; fija en mi unos ojos reprobadores; su rostro es ahora severo, se diria que me descubre con horror, o con incredulidad, o asombro, o como un objeto de escandalo. Pero sus pupilas empiezan a girar insensiblemente, para ir a fijarse otra vez en el techo. Tambien le han contado que alla la carne era tan escasa y los ninos tan numerosos que se comian a las ninas pequenas que no encontraban pronto un protector o un marido. Pero Lady Ava no cree que este detalle sea veridico.
– Todo eso son historias inventadas por los viajeros -dice-. ?Quien sabe? -agrega tras una larga pausa, sin quitar los ojos de aquella superficie blanca, por encima de ella, cuyas manchas ha empezado a examinar otra vez. Despues me pregunta si ya es de noche. Le contesto que hace mucho rato que es de noche. Iba a anadir que anochece temprano en estas latitudes, pero me abstengo de hacerla. Al alzar la cara, advierto a mi vez las manchas rojizas de contornos complicados y precisos: islas, rios, continentes, peces exoticos. Fue el loco que vive arriba el que, un dia, en un ataque, derramo no se sabe que en su suelo. Me parece hoy que la zona afectada se ha agrandado aun. Ahi viene Kim, cuyos pasos no se oyen nunca, acercandose ahora a la cama y llevando con precaucion una copa de champan llena hasta el borde de alguna medicina de color dorado, que de lejos se parece al jerez.
Y durante este tiempo, Johnson sigue corriendo tras el dinero que no logra encontrar, de un extremo a otro de Victoria: Wales Road, Des-Voeux Road, Queens Road, Queen Street, Lucky Street, calle de los Plateros, calle de los Sastres, calle Edouard Manneret… Asi, en plena noche, tropieza a veces con puertas cerradas, verjas con candados, cadenas echadas. Y aunque estuvieran abiertos los bancos, ?cual de ellos aceptaria las letras que ofrece? Y sin embargo, antes de que amanezca, ha de encontrar algo o alguien que lo saque de apuros; Laureen no le ha dado otro plazo, y, de todos modos, no seria prudente quedarse ni un dia mas en la concesion inglesa, esperando que la policia fuera a detenerlo de verdad. En el desembarcadero del ferry, al llegar de Kowloon, hay una sola jinrikisha esperando, lo cual es mucho, teniendo en cuenta la hora. Johnson no quiere hacerse preguntas sobre esta suerte inesperada ni sobre la amabilidad del conductor, que parece dispuesto a llevarlo donde quiera durante el resto de la noche, y que lo espera pacientemente donde el se para, al menos cuando consigue entrar en algun sitio, como es ahora el caso en casa de este intermediario chino en la que ha visto luz; ni siquiera tiene que llamar mucho rato, con los punos, en la madera del postigo que cierra el despacho contiguo a la calle: se oyen pasos precipitados, en una escalera, y una mujer vieja vestida de negro, a la europea, le abre la puerta de par en par. Le dice, no obstante, que el mismo habria podido abrirla, ya que estaba descorrido el cerrojo en prevision de su venida. Lo coge de las solapas del smoking para hacerla subir mas rapido al primer piso (por una escalera recta, estrecha y empinada), abrumandolo con lamentos en tono penetrante, en una mezcla de ingles elemental y un dialecto del norte del que entiende muy poca cosa, salvo que se refiere a la salud de su esposo, de modo que acaba por entender que lo confunde con el medico, en cuya busca ha mandado a un nino del vecindario. Sin sacarla de su engano, esperando aun que el enfermo pueda hacer algo por el, Johnson le sigue hasta una habitacion del primer piso, de dimensiones bastante amplias, ocupadas por algunas piezas de un mobiliario de tipo frances de los anos veinticinco, colocado regularmente a lo largo de las paredes y que parece haber sido ideado para una buhardilla minuscula, de modo que quedan espacios considerables entre los muebles. El hombre esta echado boca arriba, con los brazos y las piernas extendidos, de traves sobre la sabana humeda y arrugada de una cama de madera barnizada, cuya superficie ocupa por completo, aunque tambien el es de estatura menuda. A causa del calor, contra el que nada puede un diminuto ventilador electrico puesto sobre una silla de rejilla, solo lleva una especie de calzoncillos de algodon blanco que le bajan hasta las rodillas. Su cuerpo flaco y su cara arrugada tienen el mismo color verdeamarillento que el papel pintado de las paredes.
Johnson pregunta a la mujer que enfermedad tiene su marido. Como ella lo mira asombrada, se acuerda de repente de que es el medico y precisa al instante:
– Quiero decir que le duele.
Pero la vieja lo ignora igualmente. Debe empezar a preguntarse por que no lleva ni maletin ni estetoscopio, si esta acostumbrada a la medicina occidental. O quiza hasta ahora solo ha conocido las practicas chinas, y si esta vez ha mandado llamar a un medico ingles ha sido como ultimo recurso; en este caso no puede extranarse de nada, ni siquiera de verlo en traje de etiqueta. Johnson se dice tambien que el verdadero medico no tardara en interrumpir la comedia y que, antes de que llegue, ha de darse prisa en entablar alguna negociacion con el intermediario, si es que esta aun en condiciones de hablar de prestamos y garantias. Desde que el americano ha entrado en el cuarto, el hombre no ha hecho ni un movimiento, ni tan solo ha parpadeado, aunque tiene los ojos tan abiertos como pueden estarlo los de un chino; sus costillas descarnadas tampoco parecen moverse al ritmo de la menor respiracion; y cuando le pregunta que tipo de dolor siente, da la impresion de no haber oido siquiera. Quiza este ya muerto.
– Mire -empieza a decir Johnson-, necesitaria dinero, mucho dinero…
Pero la vieja vuelve a prorrumpir en gritos, escandalizada esta vez, ante un facultativo que no duda en exigir sus honorarios antes de empezar la visita, como si temiera que no se los pagasen despues. Johnson trata de explicarle su situacion, pero ella no le hace caso, corre hacia un armario pequeno y vuelve con un fajo de billetes de diez dolares que trata de hacerle coger. El americano acaba tomando algunos en sus manos y los deja sobre la mesilla de noche, sin atreverse ya a insistir en su demanda, sin duda inutil. Por otra parte es absurdo pensar que este modesto prestamista, aun gozando de buena salud y con la mejor voluntad, dispusiera de la cantidad enorme que precisa. Abandonando de subito la partida, baja precipitadamente la escalera, perseguido por las imprecaciones de la vieja.
La escena siguiente se desarrolla en el muelle nocturno de un puerto pesquero, sin duda Aberdeen, aunque el trayecto para llegar hasta el resulta muy largo en jinrikisha. El decorado solo se ve de modo parcial, debido al alumbrado escaso de unos pocos faroles, cada uno de los cuales solo difunde su luz sobre los objetos situados en su proximidad inmediata, de modo que no se distingue un todo, sino tan solo fragmentos aislados: un bolardo de hierro colado del que sale una gruesa amarra tensa, otros cabos enroscados sobre si mismos y formando una especie de collar flojo sobre los adoquines humedos, la mitad de una adolescente andrajosa que duerme directamente en el suelo apoyada en un gran cesto vacio de mimbre trenzado, dos gruesas argollas empotradas a un metro aproximado de distancia y a la misma altura en una pared vertical de sillares, con una cadena que las une formando una curva suave y que cuelga libremente a cada lado, cajas de madera apiladas y grandes peces metalicos de cuerpo fusiforme bien ordenados en la de encima, agua que ondea con reflejos plateados entre sampanes y botes entrecruzados en todos los sentidos, el camino de tablones que forma codos de uno a otro, subiendo y bajando, y que lleva desde la orilla hasta un junco amarrado algo mas lejos. Una fila de coolies, cada uno con un grueso saco de yute de formas abultadas sobre los hombros, avanza a lo largo de esas pasarelas inestables, que se hunden bajo los pies descalzos y oscilan de modo inquietante, sin hacer caer al agua negra o dentro de las embarcaciones a ninguno de los cargadores, que se suceden a intervalos de cuatro o cinco pasos. Como no pueden cruzarse en la estrecha pasarela, regresan todos juntos de vacio, seis hombres bajitos en fila india que hacen bailar cada vez mas la madera flexible; y vuelven por una nueva carga a una zona oscura donde estara aparcado algun camion, un carro de mano o una carreta tirada por bufalos. Un hombre de mas edad, de larga barba rala, vestido con una guerrera de algodon azul y tocado con un gorro, vigila su paso y apunta el numero de sacos transportados en un cuaderno mucho mas largo que ancho. Es a el a quien se dirige Johnson preguntandole en cantones si el junco que va a zarpar es el del senor Chang. El hombre no contesta; continua observando con la mirada el movimiento de los estibadores en calzoncillos que pro siguen su maniobra. Tomando su silencio por asentimiento, Johnson pregunta la hora de salida y el destino exacto de la embarcacion. No obteniendo tampoco respuesta, anade que el es el americano a quien han de subir a bordo y conducir a Macao.
– Pasaporte -dice el vigilante sin apartar la vista de la pasarela improvisada; y solo le echa un vistazo rapido cuando Johnson, algo desconcertado por esta formalidad policial aplicada a una travesia clandestina, le tiende, a pesar de todo, el documento-. Salida esta manana a las seis y cuarto -dice en portugues el sobrecargo, devolviendole el pasaporte.
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