La Casa De Citas - Robbe-grillet Alain - Страница 14
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El programa de la funcion comprendia principalmente una breve comedia en dos actos, con tres personajes, de estilo tradicional: una mujer se halla atrapada entre dos hombres, prometida de uno, enamorada de otro, etc. El papel de la mujer esta interpretado por Loraine y es el unico interes que tiene la obra. A la mitad del primer acto, aprovechando un momento en que el escenario esta casi a oscuras y por tanto no proyecta ningun resplandor hacia la sala, cuyas luces estan tambien apagadas, me levanto furtivamente y me dirijo hacia la pequena salida, que voy buscando a tientas. Pero, con la oscuridad, me habre equivocado de puerta, pues no reconozco en absoluto el lugar al que desemboca el pasillo en que me he metido. Es una mezcla de patio y jardin al aire libre, alumbrada por grandes faroles de petroleo, bastante sucia y que debe de servir de trastero del teatro, pues hay abandonados alli elementos de decoraciones en el mayor desorden. En unos plataneros casi muertos se apoya medio torcido un gran panel de chapa de madera cuya cara pintada representa un muro de piedra, grandes sillares que sobresalen irregularmente, con argollas de hierro, fijadas a diferentes alturas, en las que estan enganchadas viejas cadenas oxidadas, todo ello pintado en trompe-l'oeil de una manera bastante tosca. Un poco mas lejos, frente al tejado de un cobertizo, distingo tambien en la luz incierta una tienda de modas, vista desde la calle: en el escaparate con inscripciones inglesas, un maniqui de traje cenido lleva atado de una correa muy tirante a un gran perro negro. Sin las luces de la bateria y puesto asi de traves, el conjunto ya no da ninguna impresion de profundidad. Descubro asimismo algunos elementos de mobiliario que seguramente pertenecen a la escena del fumadero de opio, asi como diversos practicables: ventanas, puertas, fragmentos de escalera, etc.
Aparte de estos restos de espectaculos, el patio esta lleno de objetos desechados: una jinrikisha fuera de uso, viejas escobas de paja de arroz, tablados desmontados, varias estatuas de escayola, numerosas cajas sin cerrar en las que se mezclan desordenadamente fragmentos de vajilla o copas rotas; hay en particular toda una caja llena de copas de champan desportilladas, cascadas, sin pie, o incluso reducidas a fragmentos diminutos, irreconocibles. Buscando una salida entre todo este desorden, llego a zonas que carecen de todo tipo de alumbrado. Tropiezo con cosas amontonadas que luego, por el tacto, adivino que son pilas de periodicos muy gruesos, en papel liso, del formato de los tebeos chinos. Avanzando la mano a tientas, noto entonces un contacto frio y humedo, que me hace retirar el brazo bruscamente. Pero, en una direccion proxima, y siempre con la esperanza de hallar un paso entre las pilas de periodicos que se multiplican, topo con otros objetos identicos -cuerpos alargados, muy frios, algo viscosos-, cuya naturaleza acabo entendiendo, gracias al olor mas intenso que despide este lugar: una enorme cantidad de grandes pescados, seguramente considerados no aptos para el consumo.
En ese instante oigo una voz detras de mi y me vuelvo con mas vivacidad de la que exige la situacion. Hay alguien mas en este patio: un hombre de pie, inmovil, al que habia tomado por una estatua; senala una direccion con el brazo, al tiempo que dice en un ingles inseguro: «Es por alli.» Le doy las gracias y sigo su consejo. Pero lo que me indicaba no era en absoluto una salida como habia creido; es un retrete, alumbrado tambien por un farol de petroleo, bastante sucio ademas, cuyas paredes encaladas estan cubiertas de graffiti. Hay sobre todo inscripciones chinas, la mayor parte pornograficas, que muestran mas imaginacion de la habitual en este tipo de lugares. Descifro asimismo una frase en ingles: «Pasan cosas raras en esta casa», y algo mas abajo, con la misma letra aplicada aunque torpe: «La vieja lady es una hija de puta.» Salgo despues de pasar en aquel recinto el tiempo suficiente para no defraudar a mi guia, en caso de que siga vigilandome. Pero me entra entonces una duda respecto a lo que me senalaba antes con la mano extendida, pues al instante me hallo ante una salida que no sospechaba, un paso por entre tupidos macizos de hibiscus floridos, y bruscamente estoy en el parque de la villa. No tardo en advertir que me encuentro en la zona de los grupos escultoricos de los que ya he hablado varias veces, pero veo esta noche una escena que aun no conocia y que no debia de estar alli antes, porque me habria llamado la atencion por su situacion en la esquina de dos avenidas y la deslumbrante blancura del marmol nuevo; sera una nueva adquisicion de Lady Ava. Ademas, por sus inmediaciones, la tierra me parece pisoteada en unos sitios, recien removida en otros, como si una brigada de obreros hubiera estado trabajando poco antes para instalada. El pedestal ha sido enterrado para que los dos personajes esten al nivel de la gente que pasa, de la que, por otra parte, tienen las dimensiones. El titulo es: «El veneno»; esta palabra resulta perfectamente legible a pesar de la oscuridad (a la que se habituan mis ojos), pues ha sido grabada con grandes letras mayusculas en la superficie horizontal del marmol blanco y cada letra esta realzada por un trazo de pintura negra. Un hombre con perilla y anteojos, de pie, vestido con una especie de levita, que tiene un frasquito en una mano y una copa en la otra (?es un medico?), se inclina sobre una muchacha totalmente desnuda, con la boca abierta, el cabello desgrenado, que se retuerce en el suelo a dos pasos de el.
Un poco mas lejos en la misma avenida de bambues, sorprendo la escena ya descrita en la que Lauren, tras decir con enfasis: «?Nunca! ?Nunca! ?Nunca!», dispara contra Sir Ralph, que se halla a unos tres metros de ella; la joven ha soltado su arma enseguida y ha permanecido con los dedos abiertos, el brazo medio tendido hacia adelante, asombrada por su propio gesto, sin atreverse a mirar siquiera al herido que tan solo se ha doblado sobre las piernas, con la espalda algo encorvada, una mano crispada en el pecho y la otra apartada lateralmente hacia atras, como buscando un apoyo, antes de desplomarse definitivamente. Pero esta escena tiene ya poco sentido ahora. Y sigo andando hasta la casa. El vestibulo esta vacio, igual que el gran salon. Todo el mundo estara en el teatrito, donde la funcion no habra terminado aun; bajo la escalera de moqueta roja que lleva a la sala.
Pero la sala tambien ha quedado vacia, aunque Lady Ava sigue en el escenario, actuando sola ante las butacas con los asientos subidos. ?Se trata solamente del ensayo de una funcion proxima, que acaba de perfilar tras la salida del publico, acabada la representacion de esta noche? (Si es que, al menos, no me equivoco, pensando que habia una representacion esta noche.) Por si acaso, me siento en el centro de una fila de butacas. Lady Ava acaba de accionar el mecanismo para cerrar el panel que disimula el armario secreto. Se vuelve hacia las candilejas y prosigue, con su misma voz cansada y entrecortada por pausas, sin animo, apenas audible: «Ya esta. Todo esta en orden… Una vez mas habre dejado arregladas las cosas a mi alrededor…» Despues, tras una pausa muy acentuada: «Ahora hay que esperar.» En este momento se queda inmovil, muy erguida, justo en el borde del escenario, en su centro exacto. Y el pesado telon de terciopelo empieza a cerrarse: sus dos partes -una a cada lado- bajan despacio, oblicuamente, desde el telar. Instintivamente me pongo a aplaudir. La actriz se inclina, una vez, mientras el telon sube de nuevo y yo aplaudo a rabiar. Pero mi energia solitaria no alcanza mucho volumen, antes al contrario, este ruido fragil y obstinado hace mas sensible el vacio total del teatro. Por eso el telon, al bajar por segunda vez, se cierra definitivamente, mientras se encienden las aranas en la sala. Me dirijo hacia la salida, extranado, pese a todo, de esta ausencia de espectadores.
Pasada la doble puerta de muelle, tradicionalmente provista de dos ventanas redondas, encuentro a Lady Ava que viene de los bastidores sin haber cambiado nada en su vestuario ni en su maquillaje. Me sonrie con tristeza. «Ha sido muy amable quedandose hasta el final -me dice-. Esta obra es absurda. Y yo soy una vieja actriz que ya no interesa a nadie… Se han ido todos, unos tras otros.» Le he dado el brazo y se ha apoyado en mi para subir la escalera. Estaba pesada y torpe, como si de pronto sufriera reuma en todo el cuerpo. He creido que no llegaria al final de la escalera. Se ha parado a descansar a la mitad y me ha dicho: «Se quedara a tomar una copa de champan.» No me he atrevido a negarme por temor a dar la impresion de abandonarla yo tambien.
Nos hemos instalado en el saloncito de los espejos, donde todos los bibelots chinos estan expuestos en vitrinas. No podiamos llamar a ningun criado a esas horas, evidentemente, por lo que he tenido que ir a buscar yo mismo una botella en el frigorifico del bar, que es la estancia de al lado. Pero solo he encontrado algunas copas desportilladas, que probablemente estaban arrinconadas para tirarlas despues. Lady Ava no estaba mas enterada que yo de donde se guardaban las otras. Como aquellas estaban limpias, he cogido las dos mas enteras y he vuelto al saloncito. He descorchado la botella y hemos bebido en silencio. En el velador, al lado de nuestras copas, estaba el album de fotos. Lo he cogido para hojearlo, mas por hacer algo que por verdadera curiosidad, puesto que lo he visto cien veces. Y se ha abierto casualmente por el retrato de una chica muy rubia y muy guapa a la que no conocia. Vista de cuerpo entero, de pie y de frente, lleva solo un corse de encaje negro y unas medias de malla; va descalza; una estrecha cinta de terciopelo le rodea el cuello. Tiene los brazos levantados, las dos manos cuelgan con molicie, las munecas se cruzan una sobre otra un poco mas arriba de la frente. Su cuerpo esta ligeramente ladeado, apoyandose mas en la pierna derecha, la izquierda aparece un poco doblada y con la rodilla hacia adelante sobre la otra rodilla. «Se llama Loraine», dice Lady Ava al cabo de bastante rato.
Despues me habla de sus dificultades profesionales; y, a proposito de los riesgos de denuncias a la policia o de venganzas mas expeditivas, me cuenta otra vez la muerte de Edouard Manneret. Tenia la costumbre de dejar la puerta de su piso abierta a las horas en que esperaba posibles visitas, no abierta del todo, pero con el pestillo fuera del cerradero, de modo que bastaba con empujar la hoja para entrar, sin que lo advirtiera el mismo, ya que por lo general trabajaba en un despacho situado al otro extremo del pasillo. Sin duda alguna, el asesino conocia muy bien la casa, puesto que incluso sabia donde se hallaba el armario secreto y como funcionaba… Interrumpo a Lady Ava para preguntarle quien era exactamente ese Manneret del que ya me ha hablado varias veces. Me contesta que era el presunto padre de las dos mellizas -cuya madre era una prostituta china- que tiene ahora a su servicio, aparentemente como criadas, pero que en realidad considera mas bien como hijas adoptivas. Para bromear un poco, sin dejar de dar la impresion de interesarme por sus historias, le comunico las relaciones algo diferentes que la voz publica ha establecido entre las criadas y la senora. Pero ella protesta con mas energia de la que parece venir al caso. «La gente no sabe que inventarse», dice al fin, con una voz llena de amargura. Luego, pasando sin transicion de una cosa a otra, agrega:
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