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La Casa De Citas - Robbe-grillet Alain - Страница 10


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– Ralph Johnson es un nombre muy raro para un portugues de Macao… Hay un Ralph Johnson que vive en los Nuevos Territorios, pero es americano… Ha plantado canamo indico y adormideras blancas…, pequenas extensiones… ?Nunca ha oido hablar de el?

– No, nunca -dice el americano.

– Mejor para usted. Ultimamente ha estado mezclado en un asunto feo de trata de menores. Y es un agente comunista… Deberia pedir que le pusieran en el pasaporte una foto que se le pareciese mas…

Despues, cambiando bruscamente de tono, pregunta de sopeton, fijando los ojos en su interlocutor:

– ?A que hora ha llegado esta noche a casa de la que usted llama Lady Ava?

Sin hacer hincapie en el hecho de que Lady Bergmann todavia no ha sido designada con este nombre durante todo el dialogo, Johnson, que ha tenido tiempo de prepararse para esta pregunta, empieza enseguida el relato de su velada:

– Llegue a la Villa Azul a eso de las nueve y diez, en taxi. Un parque de vegetacion tupida rodea por todas partes la inmensa mansion de estuco, cuya arquitectura recargada, asi como la repeticion exagerada de motivos ornamentales no funcionales, la yuxtaposicion de elementos heteroclitos y su color insolito sorprenden siempre, cuando aparece, a la vuelta de una avenida, enmarcada de palmeras reales. Como tenia la impresion de llegar algo temprano, es decir, de ser uno de los primeros invitados en franquear la puerta, si no el primero, ya que no veia a nadie mas, preferi no entrar enseguida y torci hacia la izquierda para dar unos pasos por aquella parte del jardin, la mas agradable. Solo los alrededores inmediatos de la casa estan alumbrados, incluso en dias de recepcion; enseguida unos espesos macizos vienen a obstruir la luz de los faroles, y hasta el resplandor azul reflejado por las paredes de estuco. Pronto no se distingue mas que la forma general de los…, etc.

Paso asimismo por alto el ruido de los insectos, ya indicado, y la descripcion de las estatuas. Llego enseguida a la escena de la ruptura entre Lauren y su prometido. Y, como el teniente me pregunta el nombre de este personaje, que aun no ha sido mencionado, contesto por si acaso que se llama Georges.

– ?Georges que mas? -pregunta.

– Georges Marchat.

– ?Y a que se dedica?

– Es negociante.

– ?Es frances?

– No, holandes, creo.

Esta sentado, solo, en un banco de marmol blanco, bajo unas ravenalas, cuyas hojas en forma de anchas hojas en forma de anchas manos caen como un abanico en torno a el. Se inclina hacia adelante. Parece observar sus zapatos de charol, un poco mas oscuros sobre el fondo de arena clara. Sus dos manos estan apoyadas en el borde de la piedra, a cada lado del cuerpo. Al acercarme mas, mientras sigo mi camino a lo largo de la avenida, veo que el joven tiene una pistola en la mano derecha, con el indice apoyado ya en el gatillo, pero dirigiendo el canon hacia el suelo. Esta arma, por cierto, le traera muchos problemas, un poco mas tarde, cuando la policia lleve a cabo un registro general de los invitados.

Despues no sucedio nada notable hasta el momento en que la senora de la casa me anuncia -o, mejor dicho, cree anunciarme- que Manneret acaba de ser asesinado. Me pregunta que pienso hacer. Le digo que la noticia me coge desprevenido, pero que, muy probablemente, tendre que dejar el territorio ingles de Hong Kong y regresar a Macao por bastante tiempo, quiza incluso definitivamente. La velada, con todo, se desarrolla tal como estaba previsto. La gente habla de cualquier cosa, baila, bebe champan, rompe copas y come pastelitos. A las once y cuarto sube el telon en el escenario del teatrito. En la sala casi todas las butacas de peluche rojo estan ocupadas -por hombres principalmente-, unas treinta personas en total, cuidadosamente elegidas sin duda, ya que se trata hoy de un espectaculo para iniciados. (La mayor parte de invitados a la recepcion se ha ido, sin saber siquiera que habra algo en el sotano.) La funcion empieza con un numero de desnudo a la moda del Seu Chuan. La actriz es una joven japonesa que los espectadores habituales no conocen todavia, por lo que despierta la curiosidad del publico. Ademas, es excelente desde todos los puntos de vista, y el numero, aunque tradicional, obtiene un exito considerable; nadie perturba la ceremonia, como ocurre tan a menudo, con idas y venidas molestas o conversaciones intempestivas.

El programa comprende despues un entremes al estilo del Grand-Guignol, que se titula «Crimenes rituales» y recurre profusamente a los consabidos trucos: instrumentos de hoja cortante articulada, tinta roja derramada sobre la carne blanca, gritos y contorsiones de las victimas, etc. El decorado utilizado es el mismo del primer cuadro (una amplia mazmorra abovedada a la que se baja por una escalera de piedra); solo requiere algunos accesorios complementarios, como ruedas, cruces o potros; los perros, en cambio, no tienen ningun papel. Pero la mayor atraccion de la velada es sin discusion un largo monologo, representado por la propia Lady Ava, sola en escena desde el comienzo hasta el final del acto. El termino monologo no es, por lo demas, del todo acertado, ya que en el transcurso de esta obrita dramatica se dicen pocas palabras. Nuestra anfitriona desempena en ella su propio papel. Con el traje con que acabamos de verla durante la recepcion sale ahora a escena, por la gran puerta del fondo (una puerta de dos hojas), en medio de un decorado extraordinariamente realista que reproduce de manera perfecta su propio dormitorio, situado como el resto de sus aposentos particulares en la tercera y ultima planta de la inmensa mansion. Saludada con insistentes aplausos, Lady Ava se inclina brevemente frente a las candilejas. Luego se vuelve hacia la puerta, cuyo pomo no habia soltado aun, la cierra, y se queda un instante escuchando algun ruido exterior (imperceptible para los espectadores), acercando el oido al panel con molduras, pero sin aplicar la mejilla a la madera. No ha oido nada inquietante, sin duda, ya que abandona pronto esta actitud para aproximarse al publico, al que naturalmente ya no ve a partir de ahora. Da luego unos cuantos pasos hacia la izquierda, pero unos pasos cada vez mas indecisos, parece recapacitar, cambia de parecer, vuelve a la derecha, se dirige en diagonal hacia el fondo de la estancia, para regresar casi al instante hacia la parte que da a la sala. Esta visiblemente descompuesta, tiene el rostro cansado, consumido, avejentado, desaparecida de golpe toda la tension mundana de la recepcion. Deteniendose junto a una mesita redonda, cubierta con un tapete de pano verde que cuelga hasta el suelo, empieza a quitarse maquinalmente las joyas: un grueso collar de oro, una pulsera que hace juego con el, una voluminosa sortija con brillante, unos pendientes, que va dejando una tras otra en una copa de cristal. Y se queda alli, de pie a pesar del cansancio, con una mano abandonada al borde de la mesa y el otro brazo pegado al cuerpo. Una de las jovenes criadas eurasiaticas entra entonces sigilosamente por el lado izquierdo y se detiene a cierta distancia de su senora, a la que mira en silencio; lleva un pijama de dormir de seda parda con reflejos dorados, cuya forma es mas ajustada de lo usual en este tipo de prendas. Lady Ava vuelve la cara hacia la muchacha, una cara tragica con los ojos tan agotados que parecen posarse en las cosas sin verlas. No dicen nada ni una ni otra. Las facciones de Kim son lisas e indescifrables, las de Lady A va parecen tan rendidas que ya no expresan nada. Quiza haya algo de odio en una y otra, o algo de terror, o de envidia y compasion, o algo de imploracion y desprecio, o cualquier otra cosa.

Y ahora la criada -sin que se haya producido nada entretanto- se retira como ha venido, bella y muda, flexible, sigilosa. La senora no ha hecho ningun ademan, como si ni siquiera la hubiera visto salir. Y hasta pasado un buen rato no reanuda sus idas y venidas por la estancia, errando de un mueble a otro sin decidirse a hacer nada. En el tablero abierto de su secreter, en medio de cuartillas blancas manuscritas, esta el abultado sobre de papel pardo, repleto como de arena, que le han entregado esta noche; lo sopesa, pero vuelve a dejarlo casi de inmediato. Por ultimo va a sentarse en un pequeno asiento redondo, sin brazos ni respaldo, parecido a un taburete de piano, delante del tocador con espejo. Se observa en este ultimo con atencion lenta -de cara, por el lado derecho, por el lado izquierdo, otra vez de cara- y luego empieza a quitarse meticulosamente el maquillaje, de espaldas a la sala.

Cuando ha terminado y descubre de nuevo su cara, esta metamorfoseada: de mujer sin edad y demasiado pintada se ha convertido en anciana. Pero, en cambio, se diria menos extenuada, menos ausente, casi sosegada. Con paso mas firme vuelve hasta el secreter, y abre con la hoja de un cortaplumas el grueso sobre pardo, que vacia sobre las cuartillas esparcidas: una gran cantidad de bolsitas blancas, todas iguales, caen en desorden; empieza a contarlas rapidamente; hay cuarenta y ocho. Coge una de ellas al azar, rasga un angulo y, sin abrirla mas, hace caer por el orificio practicado un poco de su contenido sobre una de las cuartillas manuscritas, que sostiene con la otra mano. Es un polvo blanco, fino y brillante, que observa con cuidado poniendoselo ante los ojos, pero echando al mismo tiempo la cabeza un poco atras. Satisfecha de su examen, vuelve a introducir las particulas de polvo en la bolsita, por su estrecha abertura, manteniendo la hoja de papel curvada en forma de embudo rudimentario. Para cerrar luego la bolsita blanca, dobla varias veces el angulo rasgado. Guarda esta bolsita en uno de los pequenos cajones interiores del secreter. Vuelve a poner las otras en el sobre pardo, contandolas otra vez, y lo deja de nuevo en el tablero del secreter, alli donde lo ha encontrado. El papel que acaba de utilizar ha quedado un poco deformado por la operacion. Lady Ava lo enrolla en sentido contrario con objeto de devolverle su lisura primitiva; le llama entonces la atencion lo que esta escrito en la pagina y lee unas cuantas lineas.

Con la cuartilla en la mano, y mientras prosigue su lectura, se dirige hacia la cama, una gran cama cuadrada de dosel, que esta situada en una alcoba al otro extremo de la estancia, y toca el timbre para llamar a la criada. Esta reaparece, exactamente con la misma indumentaria que la primera vez, tan sigilosamente como antes y quedandose parada en el mismo sitio. Lady Ava, que se ha sentado en el borde de la cama, la examina detalladamente de arriba abajo, deteniendose en el pecho, la cintura, las caderas, moldeadas por la seda floja y flexible, para subir luego hasta la cara dorada, nitida como la porcelana, con su boquita barnizada, sus ojos rasgados de esmalte azul, su cabello muy negro alisado en las sienes para descubrir las finas orejas y formar en la nuca una gruesa trenza corta, brillante, poco apretada para que se deshaga en la cama en cuanto se tire del lacito que anuda su extremo. Si la mirada de la senora se ha hecho mas precisa, y hasta insistente, la de la criada no ha cambiado; sigue siendo tan impersonal y vacia como antes.

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