Los Jardines De Luz - Maalouf Amin - Страница 33
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– Es inutil que me expongas tu doctrina en esa materia, ya que yo podria perfectamente ser de tu misma opinion. Soy el rey de reyes y no necesito invocar una casta o una raza, son ellas las que me invocan a mi. Pero si bien estamos luchando contra los magos, no podemos perder la adhesion de la casta de los guerreros al mismo tiempo. Los guerreros son todos los gobernadores de provincias, todos los comandantes del ejercito, todos los principes. Si toda esa gente se pusiera del lado de los magos, te aplastarian, tu esperanza seria barrida, y ni siquiera yo, Sapor, rey de reyes, senor del Imperio, podria hacer nada por ti. Quiza, incluso, fuera arrastrado en tu caida. Cada vez que hablas, ganas para tu causa a letrados, artesanos, burgueses, esclavos tambien, me han dicho, y muchas mujeres y muchos extranjeros. Pero esos adeptos no serviran de nada a la hora del gran enfrentamiento.
Luego prosiguio sin recuperar el aliento, pero con una voz subitamente sigilosa y ligeramente turbada.
– Esta manana he dado ordenes que te conciernen. En cada uno de mis palacios habra un puesto para ti. En la sala de audiencia y tambien en mi consejo privado. Alli donde yo vaya, tu me acompanaras.
– Tengo que dar un mensaje a las naciones…
– Tus discipulos lo haran en tu nombre. De ahora en adelante formas parte de mis allegados. Tu periplo sera una marcha triunfal, sin incidentes humillantes, sin provocaciones ni refriegas ni alborotos. Quiero que hombres de todas las castas y de todas las razas se reunan a tu alrededor, pero sobre todo, guerreros, principes, satrapas… quiero que ganes adeptos incluso entre los magos. Si lo consigues…
Sapor se interrumpio, parecio vacilar una ultima vez y luego, por una especie de pudor o algun sentimiento similar, bajo subitamente los ojos en el momento de concluir:
– Si lo consigues, se promulgara un edicto para anunciar que el rey de reyes ha decidido abrazar la religion de Mani.
De su primera visita al palacio, que le daba solamente el derecho a predicar, Mani habia salido con aire exultante y paso de conquistador. De su segunda entrevista, a pesar de que el rey de reyes le habia prometido convertirse y le habia pedido que reuniera a todos sus subditos en torno suyo y de su mensaje, salio abrumado, como si llevara a la vez la cruz de Cristo y la corona de los sasanidas.
?Que le sucedia? ?No se estaba acercando su mayor esperanza cien veces mas deprisa de lo esperado? Manana, el rey de reyes; pasado manana, el Imperio; pronto sus ideas animarian a la humanidad entera. Ya no era solamente un sueno solitario, una promesa de su «Gemelo» a la orilla de un canal del Tigris. El no era ya ese vagabundo mendicante, sembrador de palabras; el triunfo estaba al alcance de su mano.
Sin embargo, fue a encerrarse en la habitacion que aun ocupaba en casa de Maleo cada vez que pasaba por Ctesifonte. Aquel dia no volveria a salir de ella, como tampoco al dia siguiente; permanecia postrado en el ayuno y la contemplacion, sin dirigir una palabra tranquilizadora a la multitud de adeptos que poblaban cada rincon de la casa y del jardin. Solo Denagh se atrevio a entrar un momento para, sin el menor ruido, depositar un cantaro de agua en el alfeizar de la ventana cerrada.
Extrano, a decir verdad, y desconcertante, ese encuentro entre el, el nino cojo del palmeral y Sapor, al que las inscripciones llamaban «descendiente de los dioses, noble hermano del Sol y de la Luna, senor de los cuatro horizontes…». ?Que parentesco podia haber entre ellos, que connivencia, que intimidad, que pensamiento comun? Sin embargo, el monarca habia esbozado gestos de excusa; sin embargo, habia enrojecido y habia apartado los ojos y luego, para ocultar su timidez, habia huido en cuanto hubo confesado su deseo de abrazar su fe.
?Abrazar la fe de Mani? ?Convertirse? ?El, el rey de reyes, se pondria de rodillas y rogaria a Mani que le bendijera mediante la imposicion de manos? ?No seria aquello un enorme y cruel engano?
Una vez mas, la perplejidad del hijo de Babel desemboco en un dialogo con su «Gemelo» que le dijo con el mas firme de los tonos:
«?Sapor tiene mas ambiciones para ti que las que tu tienes para ti mismo! Hoy por hoy, es el hombre mas poderoso de la Tierra, sus ejercitos son capaces de vencer a los de Roma y a los de China; ya se da el titulo de soberano de Oriente y de Occidente y se considera sucesor de Alejandro. Y tu, Mani, has venido a anunciarle que ha comenzado una nueva era. ?Desearia tanto que fuera verdad! El hecho de que la Revelacion haya coincidido con el principio de su reinado, ?no es una senal del Cielo, dirigida a el, Sapor, para asegurarle que sus ambiciones son legitimas y conformes a los designios de la Providencia? Quiere creer en ti, quiere que seas el digno sucesor de los profetas mas santos, que seas igual que Zoroastro, e incluso mas grande que Zoroastro. ?Despues de todo, los principes que reinaban en tiempos de Zoroastro no eran mas grandes que Sapor!».
– ?Seria el adorno del reinado de Sapor!
«?Por que no podria ser el el instrumento de tu reinado? ?Y por que hablas de adorno? Este monarca quiere que le ayudes a reducir el poder de los magos, y te necesita para establecer la armonia entre las comunidades que gobierna. Cuando haya conquistado todas las tierras que codicia, cuando tenga bajo su autoridad tantos pueblos diferentes, ?como podra mantener la cohesion del Imperio? ?Imponiendo a todos la religion ancestral de los persas y construyendo por todas partes templos del fuego para que la arrogancia de los magos sea aun mas ostentosa? ?Dejando proliferar a los sectarios de los dioses unicos, todas esas religiones celosas y pendencieras que preparan para el Imperio y para todos los Imperios milenios de fuego y de sangre? Solo tu, Mani, puedes evitar ese extravio de los hombres.»
– Este rey quiere conquistar el mundo con las armas, ?y yo tengo que asociarme con el, yo que detesto herir la corteza de una higuera?
Cuando al cabo de tres dias salio al fin de su retiro, Mani no conservaba en sus palabras ni en su voz ningun rastro de las dudas que le habian asaltado. A los aun numerosos fieles que le esperaban les anuncio que el triunfo estaba proximo, que estaban en vias de ganar el Imperio y que, debido precisamente a esa esperanza, el mensaje debia llegar sin demora a los pueblos mas alejados. Pidio a sus mejores discipulos que se desperdigaran por las provincias de los cuatro imperios, desde China hasta Egipto y Axum, y desde Roma hasta Palmira. «Las antiguas religiones estaban destinadas a una sola region, a una sola lengua. Mi religion es de tal manera que debe manifestarse en todas las regiones y en todas las lenguas a la vez…»
El mismo, menos libre ahora para desplazarse, comenzo a escribir con frenesi cientos de epistolas, himnos, salmos, y libros que no se contentaba con caligrafiar de su propia mano, sino que adornaba, ilustraba y cubria de dorados, la unica circunstancia en la cual se dignaban sus dedos tocar el oro.
De este periodo data una de las obras mas asombrosas de todos los tiempos, un libro que Mani titulo simplemente «La imagen», y en el cual explicaba el conjunto de sus creencias mediante una sucesion de pinturas, sin recurrir a las palabras. ?Que mejor manera tenia de dirigirse a todos los hombres mas alla de las barreras del lenguaje?
Cinco
Desde ese momento, la silueta de Mani formo parte del paisaje de la corte. Si alguna vez desaparecia para celebrar una reunion con sus fieles, Sapor le mandaba llamar, hasta tres veces en el mismo dia, a fin de consultarle sobre todo lo que turbaba su espiritu de hombre y de soberano, ya se tratase de su salud, de los astros, del humor de su hermana y esposa Azur Anahit, de las perfidias cotidianas de los magos o de las relaciones entre el Imperio y las otras potencias, sometidas o adversarias.
A la cabeza de estas estaba Roma, eterna rival de los partos y luego de los sasanidas. Su historia no estaba hecha de impetus dinasticos, pero los mas grandes entre sus emperadores ambicionaban, como Sapor y antes que el su padre Artajerjes, reunir bajo sus aguilas de bronce las dos vertientes del mundo.
Romanos y persas, dos olas enemigas a las que una obsesion comun condenaba a rodar impetuosamente la una hacia la otra, a estrellarse la una contra la otra.
Los sasanidas, cuyas tierras se adentraban hasta muy lejos en las estepas de Asia, habian querido que una region ajena a su cultura y a sus cultos, esa Mesopotamia semita y ya parcialmente cristianizada; su sueno era desplegar sus estandartes sobre todas las tierras situadas entre el Tigris y el rio Strimon, cerca del cual nacio Alejandro, a fin de que un dia Ctesifonte no fuera ya una frontera del Imperio, sino su centro.
En esa misma epoca, Roma estaba totalmente vuelta hacia el Oriente, el Oriente que ella idolatraba, divinizaba, y del que esperaba gloria y salvacion. Por eso, elevaba al poder a los pretorianos que llegaban de Siria o de Arabia, sus escasos filosofos estaban formados en Egipto y aceptaba que se difundieran creencias tales como las de Adonis, de Hermes Trismegisto, de Mitra el indoiranio, del Sol Invencible de Emesa e incluso, la mas improbable de todas, la de un activista judio que antano se habia rebelado contra Roma. Por anadidura, se acariciaba la idea de construir, no lejos del Ponto Euxino, en la union de Europa y de Asia, en el emplazamiento de la antigua colonia griega de Bizancio, una segunda capital para el Imperio, una metropoli con porvenir que algunos se atrevian ya a llamar -?oh presuncion sacrilega!- la nueva Roma.
De las dos potencias que se disputaban el mundo, ?cual prevaleceria? La ola sasanida tenia sus oportunidades. Mientras la autoridad de la «divina dinastia» se afirmaba bajo la egida de los reyes fundadores, Roma se disolvia en la anarquia. Solo durante los reinados de Artajerjes y Sapor se habian sucedido veinticuatro cesares, como si a modo de cetro se transmitieran un mango de punal. Los ciudadanos llegaban a desconocer el nombre de su soberano del momento y las legiones no sabian a quien obedecer; en cuanto la Ciudad aclamaba a un nuevo emperador, otro militar, en las Galias, en Dacia o incluso en Italia, se habia rebelado ya. Hacia tiempo que las aguas del Rubicon habian perdido su virginidad.
Si unos barbaros tales como los hunos, los sarmatas o los alanos amenazaban alguna provincia sasanida, el rey de reyes enviaba contra ellos a un caballero de alto linaje, un valiente spahdar, quien, una vez terminada su mision, se apresuraba a ir a prosternarse con orgullo a los pies de su soberano para recibir algunas palabras de elogio y una tunica de honor. Por el contrario, cuando esos mismos barbaros o los persas asaltaban el limes del Imperio Romano, el emperador sentia que se resbalaba ya de su trono. No era dificil prever que cuando las legiones hubieran rechazado al enemigo, su comandante, aureolado por su reciente gloria, marcharia sobre Roma para apoderarse del poder. Y si no lo deseaba ni tenia la audacia para hacerlo, lo que constituia una excepcion, sus centuriones le proclamaban imperator a pesar suyo. La unica salida para todo sucesor sagaz de Augusto era ponerse en persona a la cabeza de sus tropas con la esperanza de recibir con sus propias manos los laureles del triunfo; pero apenas se hubiera alejado de la Ciudad, comenzarian las conspiraciones.
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