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Los Jardines De Luz - Maalouf Amin - Страница 10


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Mani prosiguio su camino y Cloe se encogio de hombros. Maleo permanecio rezagado un momento y luego corrio para alcanzar a su amigo.

– No deberia haberle hablado de tu pierna. Disculpame. Le hablaba tanto de ti… y queria que te reconociera si algun dia te veia pasar.

– No tienes que disculparte por tan poco, jamas pense mantener mi defecto en secreto.

En lugar de parecer ofendido, Mani mostro, por el contrario, un semblante exageradamente regocijado, antes de decir:

– Asi que es ella la dama de la que tanto me has hablado. Supongo que si me la describiste tan fielmente fue para que yo tambien pudiera reconocerla si algun dia la veia pasar. ?Es ella la que comparabas con una estatua griega?

– ?Es ella! -fanfarroneo Maleo.

– Es verdad que hay estatuas de todas las dimensiones…

Pero al decir esto y como para atenuar el efecto de sus propias burlas, rodeo con un brazo amistoso los hombros del tirio. Este ultimo se enardecio:

– Admitamos que te he ocultado cosas, pero no he dicho ninguna mentira. Si yo viera en aquel ciruelo un brote florecido y dijera «alli hay una ciruela», ?estaria mintiendo? De ningun modo, simplemente me habria adelantado una estacion a la verdad.

Tres

La dama, esa nina que parecia un chico y que silbaba, se llamaba, pues, Cloe. Sin embargo, en su pueblo, aquel cuyas tierras lindaban con las del palmeral, a nadie se le habria ocurrido jamas llamarla asi. Ni a las mujeres, a las que ayudaba a abrir los higos para ponerlos a secar en los tejados, ni a los campesinos, que la dejaban coger de los arboles la fruta que queria comer. Entraba en todas partes sin llamar, mientras pudiera permitirselo, ya que aun no habia accedido a la molesta dignidad de nubil. Todos amaban a Cloe, ladrona y generosa, pero ladrona de manzanas y generosa en sonrisas. Para ellos, era y seria siempre «la hija del griego».

En efecto, la chiquilla pertenecia a una de aquellas familias de colonos, cuyos antepasados habian llegado antano a Oriente a guerrear en el ejercito de Alejandro, y luego, a la muerte del macedonio, habian elegido permanecer en tierra conquistada, por lo que habian comprado una hacienda y tomado mujer para tener descendencia. El padre de Cloe llevaba todavia con orgullo el nombre de su antepasado, Carias, y creia vivir aun, como el, tras las huellas de Alejandro. Los escasos momentos de pasion por los que a veces atravesaba se producian cuando conseguia un auditorio para narrar, una vez mas, la gran batalla de Arbelas, cuando el ejercito del Conquistador habia aniquilado a las tropas de Dario, cuando tantos valientes se habian reunido, los tracios, los odrisios, los jinetes peonios, los arqueros cretenses, los mercenarios de Andromaca, la Falange y los Companeros. Sobre todo, aquellos irreemplazables Companeros de los que el padre de Cloe hablaba con familiaridad, imitando a uno, sermoneando a otro, hasta ese instante crucial del relato en que hacia intervenir a su antepasado, diciendo «nosotros los Carias», y complaciendose entonces en la confusion que leia en los ojos de su oyente.

Es necesario recordar que la batalla de Arbelas habia tenido lugar veinte generaciones antes, pero eso no importaba, el tiempo no es mas que el tonel donde fermentan los mitos, el de Alejandro mas que cualquier otro, y sobre todo en Mesopotamia. Esa tierra le habia sepultado joven y joven le habia conservado, como un eterno novio sin arrugas, y el numero de sus anos, treinta y tres, habia permanecido como la edad de la inmortalidad. Era el, Alejandro, quien presidia el paso del tiempo. ?No habian elegido los astronomos de Babel la fecha de su muerte como comienzo de la nueva era? Desde entonces se habian sucedido muchos reyes, pero lo unico que hicieron fue reinar a la sombra del macedonio; los primeros fueron sus propios generales, a continuacion sus descendientes y luego, cuando el poder cayo en manos de los partos, sus soberanos tuvieron buen cuidado de anadir constantemente a sus nombres el titulo de «El heleno», «amigo de los griegos», para afirmarse, tambien ellos, como los legitimos guardianes de la noble herencia de Alejandro.

Si cinco siglos despues el rey de reyes en persona experimentaba la necesidad de invocar el recuerdo del Conquistador, ?como podia sorprender que el padre de Cloe cultivara su parcela de leyenda, el, que no poseia ya ni la menor apariencia de grandeza, ni tierras, ni oro, ni caballos, ni sirvientes? Era un fragil anciano de barba rojiza que vagaba por una casa inmensa, pero deteriorada; vivia solo con Cloe, que le habia nacido, en el ocaso de su vida, de una esclava ya difunta. Padre e hija no ocupaban mas que un ala, aun asi demasiado grande para ellos; el resto no era mas que tejados desplomados, paredes derruidas y puertas carcomidas por la corrosion y los gusanos.

La chiquilla vagaba por aquellas ruinas, escondrijos inagotables, monticulos de polvo y de piedra que pisaba sin nostalgia. Maleo habia ido a jugar alli a veces, cuando se fugaba, y un caluroso dia de tammuz habia persuadido a Mani de que le acompanara. Les tocaba trabajar en el mercado del pueblo y, nada mas llegar, un negociante de Nippur les habia comprado toda la carga, dandoles asi la ocasion de callejear. Esperaban encontrarse con Cloe, pero era su padre el que vagabundeaba pensativo, con un baston en la mano.

– ?De quien sois hijos, ninos?

– Hemos venido a ver a Cloe -prefirio decir Mani.

– ?A mi hija?

– Si, que Dios la bendiga.

– ?Que Dios la bendiga! ?Que Dios la bendiga! -repitio Carias con una jovialidad algo desdentada.

Y contemplaba de arriba abajo al extravagante granujilla que se expresaba asi.

– Acercate para que te vea, hijo mio. ?No seras uno de esos locos del palmeral?

Pero el griego vio en los rasgos del adolescente tal dulzura, tal inocencia y tanta melancolica gravedad que termino por tranquilizarse.

– No me pareceis muy temibles. Seguidme, mi hijita no debe estar lejos. Os dare jarabe de moras que os refrescara la cabeza.

Pasando por encima de ruinas y escombros, llegaron al ala habitada de la casa. Cloe no estaba alli, pero a su padre le importo poco, encantado como estaba de haber conseguido un nuevo y candido auditorio ante el cual podria contar una vez mas las hazanas del antepasado y la gloria de Alejandro. Hablaba gesticulando mucho, en el dialecto arameo de la region, debidamente salpicado de palabras griegas, sobre todo cuando se trataba de terminos militares. Maleo le escuchaba con fascinacion, al contrario que su joven amigo, quien, poco sensible a las proezas guerreras, se distraia mirando unas curiosas marcas en la pared.

Podrian ser solo manchas que un propietario mas adinerado habria ordenado tapar con cal, pero los ojos de Mani reconocian lineas y colores. Se acerco y se puso a raspar superficialmente con la una un polvo azulado que extendio sobre el dorso de la mano y luego fue trazando febrilmente con el indice los borrosos contornos. Carias, que hacia rato que le seguia con la mirada, interrumpio su relato para responder a sus preguntas sin formular:

– Fue un artesano de Dura-Europos quien pinto esa escena. Dicen que los colores eran brillantes y realzados con pan de oro. En esta casa patrimonial se alojaron muchos visitantes ilustres. Aqui mismo, en esta sala, celebraban sus festines, los mas alegres y los mejor regados de Mesopotamia, puedes creerme.

Transcurrieron varias semanas antes de que los dos muchachos tuvieran de nuevo la ocasion de volver a casa de Carias, donde se repitio la misma escena: en la vasta sala donde antano, segun afirmaba el griego, tenian lugar los fastuosos banquetes, Maleo escuchaba sin desagrado un episodio de la cabalgada macedonia, mientras Mani, a algunos pasos de alli, sentado con las piernas cruzadas frente a la pared y con la barbilla levantada, estaba ensimismado en la contemplacion de un fresco que solo el veia; Cloe iba de un rincon a otro segun le apetecia, escuchando un fragmento de epopeya o intentando en vano adivinar en los ojos maravillados de Mani la insondable vision que le deslumbraba.

Fue en el transcurso de esos largos ratos de silencio y de extasis cuando Mani sintio por primera vez que le invadia el irreprimible deseo de pintar. Extrano deseo para un Tunica Blanca, deseo impio, deseo culpable. En aquel medio refractario a toda belleza, a todo color, a toda elegancia de las formas, en aquella comunidad para la que el mas modesto icono revelaba un culto idolatra, ?que clase de milagro hizo posible que el talento y la obra de Mani surgieran? Mani, que con la perspectiva de los siglos esta considerado como el verdadero fundador de la pintura oriental y del que nacerian, por cada pincelada suya, mil vocaciones de artista, tanto en Persia como en India, en Asia Central, en China y en Tibet Hasta tal punto que, en algunas regiones, se dice aun «un Mani» cuando se quiere decir, con puntos de exclamacion, «un pintor, un verdadero pintor».

Ese dia, a la hora de despedirse, el chiquillo que aun vivia en el hizo un gesto curioso que habria parecido divertido si no hubiera estado impregnado de emocion. Inclinandose envarado ante el padre de Cloe, solicito de el permiso para restaurar la pintura mural. Carias se guardo bien de reirse, pues se dio cuenta de que el muchacho estaba a punto de llorar. Solo pudo balbucear con dificultad su consentimiento, al cual Mani respondio con un apreton de manos de adulto.

El griego, mientras le miraba alejarse cojeando, se sintio dividido entre la preocupacion por haber confiado semejante tarea a un nino y el sentimiento de que estaba tratando, a pesar de todo, con un ser muy particular que, por alguna razon, le turbaba a el, el viejo Carias, e incluso le intimidaba.

Durante las semanas siguientes, Mani se dedico a los preparativos. Primero los pinceles, hechos con sus propias manos con unas canas en cuya extremidad ato pelos de cabra, obtenidos en el pueblo, para que tuvieran un tacto suave, o pelos tupidos de liebre. Luego los colores, palidos o chillones, que descubria o componia el mismo con pasion e ingenio: de la arena, separaba los granos de color ocre o ladrillo; machacando cascaras de huevos, conseguia la tonalidad del marfil; con petalos, bayas o pistilos, completaba los reflejos y los matices; para fijarlos, los mezclaba con la resina que extraia de los troncos de los almendros.

Cuando se presento la ocasion para hacer una nueva visita a los griegos, Mani acudio con sus pertrechos que fue desembalando sin precipitacion. En aquel horno que era Mesopotamia en verano, pinturas y resinas exhalaban toda una paleta de fragancias. Carias y Maleo se fueron a la terraza para charlar como padre e hijo a la sombra de una palmera florecida mientras Cloe cortaba rajas de sandia para que todos saciaran su boca sedienta.

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