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Gaspar, Melchor y Baltasar - Tournier Michel - Страница 9


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Baltasar, rey de Nippur

Nada podria alegrarme mas que el hecho de haber coincidido en Hebron con la caravana del rey Gaspar de Meroe. Lamento no haber explorado mejor el Africa negra y sus civilizaciones, que deben de ocultar inmensas riquezas. ?Se debio a mi ignorancia, a falta de tiempo, a mi interes demasiado exclusivo por Grecia? Dudo que Riera solamente eso. El hombre negro me repugnaba, porque lo cierto era que me formulaba una pregunta a la cual yo era incapaz de responder, a la que tampoco queria esforzarme por responder. Porque habia que recorrer un largo trecho antes no encontrarse a mi hermano africano. Este camino tuve que andarlo sin darme cuenta, envejeciendo y reflexionando, y empezo por llevarme al borde de aquel campo vallado y cultivado que habia en el Hebron, y donde la leyenda supone que Yahve modelo al primer hombre… y donde me esperaba Gaspar, rey de Meroe. El mito de Adan, autorretrato del Creador, siempre me ha preocupado, pues hace ya tiempo que pienso que contiene verdades importantes en las que nadie ha reparado aun. En presencia de Gaspar, me permiti divagar en voz alta oponiendo esas dos palabras, imagen y semejanza -en las que hasta ahora todo el mundo ha visto una redundancia retorica-, como una palanca sobre un punto de apoyo para fracturar esa historia demasiado conocida, y arrancarle su secreto. Fue entonces cuando mi buen negro me hizo observar hasta que punto el color de la tierra de Hebron se parecia al de su propio rostro, de tal manera que todo llevaba a creer que Adan fue hermano de color de nuestros amigos africanos. En seguida probe esa nueva llave -un Adan negro- con los problemas de la imagen y del retrato, que son mis problemas de siempre. El resultado fue sorprendente, prometedor.

Porque es evidente que el negro posee mas afinidades que el blanco con la imagen. Basta ver como lleva mejor que el blanco adornos, ropas de colores vivos, y sobre todo joyas, piedras y metales preciosos. El negro es mas naturalmente idolo que el blanco, idolo, es decir, imagen.

Tuve ocasion de observar como se manifestaba esta vocacion en los companeros del rey Gaspar, que ofrecian una hermosa exhibicion de gemas y de alhajas, y, mejor aun, de esas gemas y alhajas encarnadas que son los tatuajes y las escarificaciones. Hable de eso con Gaspar, quien me sorprendio trasladando inmediatamente el asunto al dominio moral con una simple frase:

– Tengo en cuenta esas cosas cuando elijo a mis hombres -me dijo-. Jamas me ha traicionado alguien que lleva tatuajes.

?Extrana metafora que identifica el tatuaje y la fidelidad!

?Que es un tatuaje? Un amuleto permanente, una joya viva que nadie puede quitarnos porque es consustancial al cuerpo. Es el cuerpo convertido en joya, y compartiendo la inalterable juventud de la joya. Me ensenaron, en la parte interior de los muslos de una nina, finas cicatrices en forma de rombos superpuestos: son «herrajes» destinados a proteger su virginidad. El tatuaje monta guardia en el umbral de su sexo. El cuerpo tatuado es mas puro y esta mejor defendido que el cuerpo sin tatuar. En cuanto al alma del tatuado, participa del caracter indeleble del tatuaje, que traduce a su propio lenguaje para convertirlo en virtud de fidelidad. Si un tatuado no traiciona es porque su cuerpo se lo prohibe. Pertenece indefectiblemente al espiritu de los signos, senales y senas. Su piel es logos. El escriba y el orador poseen un cuerpo blanco y virgen como una hoja inmaculada. Con la mano y con la boca proyectan signos -escritura y palabra- en el espacio y en el tiempo. Por el contrario, el tatuado no habla ni escribe: el mismo es escritura y palabra. Y mas aun si es negro. Esta disposicion de los africanos para encarnar el signo en su propio cuerpo alcanza su paroxismo con las escarificaciones en relieve. He observado el cuerpo de ciertos companeros de Gaspar: el signo inscrito en su carne ha conquistado la tercera dimension. La pintura se ha convertido en bajorrelieve, en escultura. En su piel, particularmente espesa y granosa, practican incisiones profundas, impiden artificialmente que los labios de la herida se cierren, y provocan la formacion de ampollas corneas que luego trabajan con fuego o cuchilla, con agujas y colorantes: ocre amarillo, alhena, laterita, zumo de sandia o cebada verde, blanco de kaolin. A veces incluso meten en la herida una bola o una lamina de arcilla empapada en aceite, que permanecera alli definitivamente despues de la cicatrizacion. Pero me parece mas elegante la tecnica que consiste en sacar tiras de piel, entrelazarlas y por fin insertar esa trenza en una escarificacion central, en la que quedara injertada.

La afinidad adanica y paradisiaca de esas artes corporales es evidente. La carne no se rebaja a ser una simple herramienta -una herramienta para pintar o esculpir-, sino que se santifica en la obra en la que se convierte. Si, no me sorprenderia que el cuerpo pintado y esculpido de los companeros de Gaspar se pareciera al de Adan en su inocencia original y en su relacion intima con el Verbo de Dios. Mientras que nuestros cuerpos lisos, blancos y necesitados corresponden a la carne castigada, humillada y desterrada lejos de Dios, que es la nuestra desde la caida del hombre…

Estuvimos tres dias en Hebron. Necesitamos tres mas para llegar a las puertas de Jerusalen.

A padres avaros, hijo Mecenas. Debido a que mi abuelo Belsusar, y luego mi padre Balsarar, explotaron con un encarnizamiento codicioso los escasos recursos del pequeno principado de Nippur -astilla brillante, pero ligera, del reino de Babilonia cuya descomposicion se precipito con la muerte de Alejandro-, debido a que durante sesenta y cinco anos de reinado evitaron toda ocasion de gastar -guerra, expediciones, grandes obras publicas-, yo Baltasar IV, su nieto e hijo, al subir al trono me encontre dueno de un tesoro que podia satisfacer las mayores ambiciones. Las mias no aspiraban ni a las conquistas ni al fasto. Solo la pasion de la pura y sencilla belleza inflamaba mi juventud, de lo que pretendia extraer -lo quiero aun- el sentido de la justicia y el instinto politico necesarios y suficientes para gobernar a un pueblo.

La avaricia de mis padres… No veo en ella la negacion de mis aficiones artisticas, del mismo modo que estas no deben reducirse a una forma de prodigalidad. En mi siempre ha habido un ferviente coleccionista. Ahora bien, el avaro y el coleccionista constituyen una pareja que no es en modo alguno antagonica, sino que, por el contrario, esta llena de afinidades, y cuya eventual concurrencia se resuelve casi siempre sin grandes conflictos. A veces, de nino, acompanaba a mi abuelo a la camara de seguridad que habia hecho construir en el corazon de su palacio, para que alli durmieran, en medio de una calma sepulcral, los tesoros del reino. Un estrecho pasillo, cortado por escalerillas empinadas y angulosas, desembocaba en un bloque de granito grande como una casa, que solo podia moverse gracias a un sistema de cadenas y de cabrestantes situado en una estancia alejada. Era una pequena expedicion que preparaba el acceso al sanctasanctorum. Una estrecha aspillera dejaba pasar un rayo de sol que hendia la penumbra como una espada de luz. Belsusar, curvando su delgado espinazo, cuando se trataba de mover los cofres demostraba un vigor sorprendente a su edad.

Yo le veia inclinarse sobre montones de turquesas, de amatistas, de hidrofanas y de calcedonias, o hacer rodar en la palma de su mano diamantes en bruto, cuando no levantaba hacia la luz rubies para apreciar sus aguas, o perlas para exaltar su oriente. Necesite anos de reflexion para comprender que el impulso que entonces me acercaba a el se fundaba en un equivoco, pues si la hermosura de aquellas gemas y de aquellos nacares me llenaba de entusiasmo, el no veia en todo aquello mas de cierta cantidad de riqueza, simbolo abstracto, y en consecuencia polivalente, que podia materializarse en una tierra, un navio o una docena de esclavos. En resumen, mientras yo me sumia en la contemplacion de un objeto precioso, mi abuelo lo tomaba como punto de arranque de un proceso ascendente de sublimacion que terminaba en una pura cifra.

Mi padre termino con la ambiguedad, que puede hacer que un enamorado del arte se confunda con el avaro que se inclina sobre un cofre de pedreria, deshaciendose, apenas subio al trono, del tesoro de la camara de seguridad. Al principio solo conservo monedas de oro acunadas con efigies, procedentes de la cuenca mediterranea, del continente africano o de los confines asiaticos. Alimente una ultima ilusion al enamorarme de esas monedas que halagaban mi aficion por el arte del retrato, y en general la representacion de un vivo o un muerto. Por el hecho de estar grabado en oro o plata, el rostro de un soberano desaparecido o contemporaneo revestia a mis ojos una dimension divina. Pero la ilusion se desvanecio cuando esas monedas desaparecieron para ser sustituidas por abacos y por los juegos de escritura de los banqueros caldeos, con los que el rey y su ministro de Finanzas se entrevistaban regularmente. Por una irritante paradoja, la creciente avaricia y la exorbitante riqueza que esta produce, tienen algo que ver con el desprendimiento progresivo que permite la ascesis del mistico poseido por Dios. En el avaro, como en el mistico, las apariencias de la pobreza disimulan una riquezas inmensa e invisible, pero, desde luego, de naturaleza muy distinta en ambos casos.

Mi ardiente vocacion se situaba en el extremo opuesto de esa pobreza y de esa riqueza. A mi me gustan los tapices, las pinturas, los dibujos, las estatuas. Me gusta todo lo que embellece y ennoblece nuestra existencia, y en primer lugar la representacion de la vida que nos invita a levantarnos por encima de nosotros mismos. No me gustan demasiado los motivos geometricos de las alfombras de Esmirna o de las lozas babilonicas, y la misma arquitectura me abruma con las lecciones de grandeza y de orgullosa eternidad que siempre parece estar queriendo dispensarnos. Yo necesito seres de carne y hueso, exaltados por la mano del artista.

Por otra parte, no tarde en descubrir un aspecto de mi vocacion de esteta -el viaje- que aun me distinguia mas de mis padres, condenados a la vida sedentaria por su tacaneria. Pero, desde luego, no fue ni una guerra de Troya ni una conquista de Asia lo que me hizo salir de mi palacio natal. Me rio al escribir estas lineas, hasta tal punto se empapan, sin yo quererlo, de ironia provocadora. Si, lo confieso, no fue con la espada en la mano, sino empunando un cazamariposas como me eche a recorrer los caminos del mundo. El palacio de Nippur no se caracteriza, ay, por sus rosales y sus vergeles. No es mas que luz, cayendo en oleadas deslumbrantes, sobre blancas terrazas; en resumidas cuentas, las bodas triunfales de la piedra y del sol. Por ello no dejaba de ser delicioso descubrir en algunos amaneceres, en la balaustrada de mis aposentos, una bella mariposa irisada que se enjugaba con grandes estremecimientos el rocio nocturno. Luego la veia emprender el vuelo, navegar en la indecision y alejarse -siempre hacia el oeste- con el aire fantastico y anguloso de un ser que tiene las alas demasiado grandes para volar bien.

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