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Gaspar, Melchor y Baltasar - Tournier Michel - Страница 39


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Taor y Draoma se acercaron al tribunal que iba a juzgar al caravanero. A los soldados y al demandante se habian unido unos cuantos curiosos, pero tambien una mujer con la cara devastada por la pena, que apretaba contra su pecho a cuatro ninos de corta edad. La gente senalaba tambien a tres personajes vestidos de cuero rojo que custodiaban unas herramientas inquietantes; tenian un aire bonachon, pero eso quedaba desmentido por sus evidentes funciones de verdugo.

El juicio fue muy rapido, ya que el juez y los acusadores apenas escuchaban las respuestas y las declaraciones del acusado.

– Si me encarcelais no podre seguir ejerciendo mi oficio, y entonces ?como voy a ganar el dinero necesario para pagar mis deudas? -argumentaba.

– Te daremos otra ciase de trabajo -ironizo el acusador.

La condena no ofrecia ninguna duda, los gritos de la mujer y de los ninos redoblaron. Entonces Taor se adelanto hacia el tribunal y pidio permiso para tomar brevemente la palabra.

– Este hombre tiene mujer y cuatro hijos pequenos que sufriran dura y muy injustamente si le condenais -dijo-. ?Quieren los jueces y el demandante permitir a un rico viajero que esta de paso en Sodoma que satisfaga las sumas que debe el acusado?

El ofrecimiento era insolito, y la muchedumbre empezo a apinarse en torno al tribunal. El presidente hizo una senal al mercader para que se acercara, y ambos conversaron en voz baja durante unos momentos. Luego dio una palmada sobre su pupitre y pidio silencio. A continuacion declaro que se aceptaba el ofrecimiento del extranjero, a condicion de que la suma se pagara inmediatamente y en una moneda que fuese indiscutible.

– ?De que suma se trata? -pregunto Taor.

Un murmullo de asombro admirativo recorrio a los asistentes: ?aquel generoso extranjero ni siquiera sabia que cantidad se comprometia a pagar!

El mercader se apresuro a contestar a Taor:

– Renuncio a los intereses debidos al retraso, asi como a los gastos de justicia que ya he tenido que hacer. Redondeo la suma por debajo. En resumen, me considerare pagado si se me abonan treinta y tres talentos.

?Treinta y tres talentos? Taor no tenia ni la menor idea del valor de un talento, como tampoco de cualquier otra moneda, pero la cifra treinta y tres le parecio modesta, y por lo tanto tranquilizadora, y con la mayor serenidad se volvio hacia Draoma y le ordeno: «?Paga!». Toda la curiosidad de la muchedumbre se concentro entonces en el contable. ?Iba verdaderamente a hacer el magico ademan que liberaria al deudor insolvente? La bolsa que saco de su manto parecio de un tamano irrisorio, aunque menos decepcionante que las palabras que pronuncio:

– Principe Taor -dijo-, no me has dado tiempo para darte cuenta de nuestros gastos y de nuestras perdidas. Desde que salimos de Mangalore han sido enormes. Asi, cuando el Bodhi fue abandonado a los quebrantahuesos…

– Ahorrame el relato de todo nuestro viaje -le interrumpio Taor-, y dime sin mas rodeos cuanto te queda.

– Me quedan dos talentos, veinte minas, siete dracmas, cinco sidos de plata y cuatro obolos -recito el contable de un tiron.

La muchedumbre estallo en una carcajada. ?O sea que aquel viajero tan seguro de si mismo, y con aires de gran senor, no era mas que un impostor! Taor enrojecio de colera, pero aun mas contra si mismo que contra aquel gentio burlon. ?Como era posible? Hacia menos de una hora gozaba de su pobreza como de una inesperada juventud ofrecida por el destino, se embriagaba con su falta de medios y su disponibilidad como un vino nuevo que probaba por primera vez, y ante aquella prueba -un hombre acribillado de deudas, una mujer con varios hijos a su cargo-, se comportaba como un principe que poseia mucho oro, y que suprimia todos los obstaculos haciendo un solo gesto para senalar a su tesorero mayor. Levanto la mano para pedir de nuevo la palabra.

– Senores jueces -dijo-, os debo una disculpa, y en primer lugar por no haberme presentado mejor. Soy Taor Malek, principe de Mangalore, hijo del maharaja Taor Malar y de la maharani Taor Mamore. La escenita, bastante ridicula -convengo en ello-, a la que acabais de asistir no se explica de otro modo: en mi vida he tocado, ni siquiera visto, una moneda. Talento, mina, dracma, siclo, obolo, son otras tantas palabras de una lengua que no hablo ni entiendo. ?Treinta y tres talentos seria la suma necesaria para salvar a este hombre? ?Ni se me ha pasado por la cabeza que pudiese no tenerla! ?Que resulta que no la tengo? ?No importa! Tengo otra cosa que ofreceros. Soy joven, mi salud es excelente. ?Demasiado buena quiza, si juzgo por mi vientre! Sobre todo no tengo ni mujer ni hijos. Solemnemente, senores jueces y tu, mercader demandante, os pido que acepteis que yo ocupe el lugar del prisionero en vuestras prisiones. Trabajare en ellas hasta que haya ganado lo suficiente para pagar esa deuda de treinta tres talentos.

La muchedumbre habia dejado de reir. La enormidad del sacrificio imponia el silencio y el respeto.

– Principe Taor -dijo entonces el juez-, hace un momento no medias la importancia de la suma necesaria para rescatar al deudor. Ahora nos haces una proposicion incomparablemente mas grave, puesto que te ofreces a pagar con tu cuerpo y tu vida. ?Lo has pensado bien? ?No obras movido por un impulso de despecho, porque se acaban de reir de ti?

– Senor juez, el corazon del hombre es oscuro y turbio, y no podria jurar que es lo que se esconde en el, ni siquiera en el mio. En cuanto a los motivos que me empujan a obrar como lo hago, en mi cautiverio tendre mucho tiempo para aclararlos. Que te baste saber que son lucidos, firmes e irrevocables. Me ofrezco de nuevo para ocupar el lugar de este hombre durante el tiempo de cautiverio necesario para pagar su deuda.

– Sea -dijo el juez-, hagase segun tu voluntad. ?Que le encadenen!

Los verdugos se arrodillaron inmediatamente con sus herramientas a los pies de Taor. Draoma, que seguia con la bolsa en la mano, dirigia miradas de horror a derecha y a izquierda.

– Amigo mio -le dijo Taor-, guarda este dinero, te sera util para tu viaje. Anda, vuelve a Mangalore, donde tu familia te espera. Solo te pido dos cosas: la primera, que alli no digas ni una palabra de lo que acabas de ver, ni de la suerte que me esta reservada.

– Si, principe Taor, sabre callar. ?Y la otra cosa?

– Dame un abrazo, porque no se cuando volvere a ver a un hombre de mi pais.

Se abrazaron, y luego el contable se perdio entre la muchedumbre, tratando en vano de disimular su prisa. Los verdugos trabajaban afanosamente a los pies de Taor. El preso liberado se abandonaba a las efusiones de su familia. Ya iban a llevarse a Taor, cuando este se volvio por ultima vez hacia el juez.

– Se que debo trabajar por la suma de treinta y tres talentos -dijo-. Pero, ?cuanto tiempo necesita uno de vuestros presos para reunir esta suma?

La pregunta parecio sorprender al juez, que ya estaba estudiando el legajo de otro asunto.

– ?Que cuanto tiempo necesita un preso salinero para ganar treinta y tres talentos? ?Pues nada mas sencillo de calcular, treinta y tres anos!

Y se volvio encogiendose de hombros. ?Treinta y tres anos! Esta perspectiva de tiempo practicamente infinita dio vertigo a Taor. Se tambaleo, y se lo llevaron desvanecido a los subterraneos de las salinas.

Para todos los presos salineros el regimen de iniciacion era el mismo. El efecto del cambio de las condiciones de ambiente y de vida afectaba de un modo tan terrible a las constituciones, incluso las mas rudas, que ante todo habia que evitar un suicidio. E! recien llegado se veia, pues, encadenado en el fondo de una celda individual. Si era necesario, le alimentaban a la fuerza por medio de una canula. Una experiencia secular habia demostrado que la aclimatacion tenia mas posibilidades de realizarse si era radical. Una vez superada la gran crisis inicial de la desesperacion -que podia durar de seis dias a seis meses-, e! salinero no debia volver a ver la luz del sol antes de cinco anos. Durante este periodo solo iba a ver a hombres de la mina, sometidos a las mismas condiciones que el, y su alimentacion iba a ser a partir de ahora invariable: salazon de pescado y agua salobre. Y cae de su propio peso que en ese ultimo aspecto, Taor -el principe del azucar- fue donde tuvo que hacer la reforma mas penosa de sus gustos y de sus costumbres. Desde el primer dia tuvo la garganta inflamada por una sed ardiente, pero aun no era mas que una sed de garganta, localizada y superficial.

Poco a poco desaparecio, pero para ser sustituida por otra sed, menos dolorosa quiza, pero profunda, esencial. Ya no eran su boca y su garganta las que reclamaban agua dulce, era todo su organismo, cada una de sus celulas que sufrian una deshidratacion fundamental y se reunian en un clamor silencioso y unanime. Sabia bien que esa sed, cuando la oia rugir en su interior, iba a necesitar todo el resto de su vida para saciarse, si le ponian en libertad antes de su muerte.

Las salinas formaban una inmensa red de galerias, salas y canteras subterraneas enteramente talladas en la sal gema, verdadera ciudad enterrada, doblemente encerrada, puesto que se encontraba bajo las viviendas y los edificios publicos, igualmente inhumados, de Sodoma. El trabajo se repartia entre los tres estadios de la produccion salinera. Habia los cavadores, los canteros y los talladores. Estos ultimos convertian en placas blancuzcas los bloques arrancados del fondo por los canteros. Los cavadores realizaban un trabajo de excavacion y de exploracion que duraban desde hacia siglos, y que parecia que no se iba a acabar nunca. La dureza de la sal gema hacia inutil todo entibiamiento, pero eso no significaba que la labor careciese de sorpresas y peligros. A veces se veia aparecer en el espesor de una pared o un techo un fantasma oscuro de formas fantasticas, pulpo gigante, caballo enfermo de miembros hinchados, o pajaro de pesadilla. Se trataba de una bolsa de arcilla blanda, aprisionada en la gema como una burbuja gigantesca en la pureza de un cristal. La aparicion de un «fantasma» en el curso de los trabajos de excavacion obligaba a los cavadores a rodear el obstaculo, del que era imposible calcular la masa total. Las galerias se encontraban asi infestadas de monstruos inmoviles, agazapados en el vientre de la montana, y a veces uno de ellos, cansado de las manipulaciones y los alfilerazos de las hormigas humanas, estallaba con un ruido de trueno, e inundaba toda una mina bajo toneladas de arcilla liquida.

La explotacion se componia de noventa y siete minas, que proporcionaban su cargamento a las dos caravanas que cada semana salian de Sodoma. Aunque a la produccion de las losas de sal se anadia el importante anadido de los conos moldeados en formas de madera a partir de la sal marina recolectada en estanques que secaba el sol. Debido a que eso tenia lugar al aire libre, el trabajo de las salinas era codiciado por todos los salineros de las profundidades, que lo consideraban como un cierto retorno a las condiciones de la vida normal. Algunos obtenian a fuerza de servilismo que les destinaran alli. Pero la mina no deja facilmente a los que la sirven. El fuerte sol, al cual aquellos hombres ya no estaban acostumbrados, les quemaba la piel y los ojos, y tenian que volver a la penumbra subterranea con lesiones cutaneas o una oftalmia incurables. El colmo de la degeneracion era adaptarse a la degeneracion hasta el punto de que cualquier mejora resultaba imposible. Bajo la accion permanente de la humedad saturada de sodio, algunos mineros veian como su piel se desgastaba, se hacia mas delgada, hasta convertirse en completamente diafana -como la que recubre una herida recien cicatrizada-, y eso les hacia parecer despellejados. Les llamaban los hombres rojos, y uno de ellos era el que habia visto Taor la noche en que llego a Sodoma. Generalmente iban desnudos -porque no soportaban ninguna ropa, y menos aun las de la mina, que debido a la sal eran muy asperas-, y si se aventuraban a salir al exterior era en plena noche, por horror al sol. Sin duda debido a sus origenes indios, Taor no conocio esa excoriacion general, pero sus labios se apergaminaron, la boca se le reseco, los ojos se le llenaron de purulencias que no dejaban de supurar a lo largo de las mejillas. Al mismo tiempo veia desaparecer su vientre, y el cuerpo se le convirtio en el de un viejo encorvado y encogido.

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