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Gaspar, Melchor y Baltasar - Tournier Michel - Страница 31


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»La caida del hombre ha roto la verdad en dos pedazos: una palabra vacia, hueca, mentirosa, sin valor nutritivo. Y un alimento compacto, pesado, opaco y graso, que oscurece la mente y se transforma en mofletes y en panzas.

»?Que hacer? Nosotros, nomadas del desierto, hemos elegido la mas extremada frugalidad, unida a la mas espiritual de las actividades fisicas: andar. Comemos pan, higos, datiles, productos de nuestros rebanos, leche, manteca clarificada, quesos en muy raras ocasiones, carne aun mas raramente. Y andamos. Pensamos con nuestras piernas. El ritmo de nuestros pasos impulsa nuestra meditacion. Nuestros pies imitan el avance de una mente en busca de la verdad, una verdad desde luego modesta, tan frugal como nuestra alimentacion. Remediamos la fractura entre alimento y conocimiento esforzandonos por mantener uno y otro en su simplicidad mas extremada, convencidos de que elaborandolos a los dos no se hace mas que agravar su divorcio. Claro esta que no esperamos reconciliarlos con nuestras unicas fuerzas. No. Para esta regeneracion se necesitaria un poder mas que humano, en verdad divino. Pero precisamente esperamos esta revolucion, y con nuestra frugalidad y nuestras caminatas a traves del desierto, nos ponemos, o asi nos lo parece, en la disposicion mas adecuada para comprenderla, para acogerla y hacerla nuestra, si se produce manana o dentro de veinte siglos.

Taor no comprendio todo aquel discurso, ni mucho menos. Para el era como un amontonamiento de nubes negras, amenazadoras e impenetrables, pero surcadas por relampagos que durante breves instantes permitian ver fragmentos de paisajes, perspectivas abisales. No comprendio lo esencial de aquel discurso, pero lo conservo entero en su corazon, sospechando que adquiriria para el un sentido profetico a medida que se desarrollara su viaje. En cualquier caso ya no podia dudar de que la receta del Rahat-lukum con pistacho -por la cual en principio habia abandonado su palacio de Mangalore- se difuminaba, adquiria el aire de un engano -que le habia sacado de su paraiso pueril- o se convertia en una especie de simbolo cuyo significado aun estaba por descifrar.

Por su parte, el ambicioso Siri Akbar, completamente ajeno a las preocupaciones alimenticias de su amo, de su encuentro con el rabi Rizza solo habia sacado una leccion, pero esta hacia que se tambalease todo su edificio mental. Habia descubierto la posibilidad de reunir la movilidad -con la ligereza y la desnudez que exige- y una encarnizada voluntad de poder y de predacion. Desde luego, Rizza no habia dicho ni una palabra de aquel asunto. Pero Siri habia escrutado apasionadamente el rigor ascetico de su cara, el aspecto feroz de sus companeros, la delgadez de sus cuerpos -que se adivinaban infatigables y capaces de soportar cualquier sufrimiento-, habia entrevisto en la oscuridad de las tiendas la silueta velada de las mujeres y el brillo apagado de las armas. Todo aqui hablaba de fuerza, de velocidad, de una avidez tanto mas temible cuando que iba acompanada por un absoluto desden por las riquezas y sus comodidades.

Asi, Taor y Siri se sorprendieron cuando al intercambiar sus reflexiones a bordo del Yasmina, se dieron cuenta de que se llevaban de la isla de Dioscorides -en la que no se habian separado ni un instante-, ideas, imagenes e impresiones muy diferentes. Haciendo aparentemente el mismo viaje, cada dia se iban apartando mas el uno del otro.

Naturalmente, la observacion aun era mas cierta por lo que se referia a Yasmina , la elefantita albina de ojos azules. Encerrada durante cuarenta dias en la movediza cala del navio que llevaba su nombre, habia creido estar a punto de morir mas de una vez, sobre todo cuando estallo la gran tempestad. Luego sintio bajo sus patas la pasarela que le permitia salir, y se vio, llena de estupor, al lado de Jina y de Asura , sus companeros de siempre. Pero, ?donde estaban los otros dos, Bohdi y Vahana ? ?Y que extrana, reseca, arenosa, escarpada, era aquella tierra, que tenia ademas una escasa vegetacion espinosa! Mas raros aun eran los habitantes con los que se habia tropezado, no solo por sus ropas, su cuerpo o su cara, sino tambien por la mirada sorprendida, temerosa, admirativa que dirigian a los elefantes, animales desconocidos en la isla de Dioscorides. Los tres paquidermos habian causado sensacion en todos los pueblos que habian atravesado. Las mujeres habian huido precipitadamente y se habian atrancado en sus casas con los ninos. Los hombres habian permanecido impasibles. Pero una escolta de adolescentes habia acompanado aquel pesado cortejo, en ocasiones con instrumentos de musica. Y como era listisima, Yasmina no habia dejado de observar que, aun siendo mas pequena que sus companeros, no suscitaba menos curiosidad que ellos, e incluso una curiosidad mas respetuosa, mas espiritual, provocada por la blancura nivea de su pelaje, conmovida por el iris azulado de sus ojos, profundizada por el rubi ardiente de su pupila. Menos maciza, mas ligera, pero blanca, azul y roja, recibia el homenaje de una clientela selecta. Entonces nacio en su ingenuo corazon un sentimiento nuevo y embriagador, el orgullo, que debia llevarla lejos, muy lejos, mas lejos de lo que era razonable.

La travesia duro veintinueve dias, y ningun hecho notable turbo el lento desfilar de las costas ocres e inmoviles bajo un sol torrido que se veia de vez en cuando -a estribor Arabia, a babor Africa-, y que animaban alturas volcanicas, bahias profundas o la desembocadura de rios secos.

Se acercaron por fin a Elat, puerto idumeo situado en el fondo del golfo de Akaba, donde les esperaba una sorpresa verdaderamente sensacional. Fue el grumete de Jina, encaramado en la cofa del palo mayor, quien creyo ser el primero en reconocer una silueta familiar entre los navios andados en el puerto. Se agolparon en grupos febriles en la proa de los tres barcos. Poco a poco la evidencia disipo todas las dudas: era sin duda el Vahana, que habian perdido de vista durante la gran tempestad, y que esperaba alli, intacto y juicioso, la llegada de sus companeros. El reencuentro fue jubiloso. Los hombres del Vahana, convencidos de que el resto de la flota!es precedia, habian navegado lo mas rapidamente posible para tratar de alcanzarlos. En realidad eran ellos los que se habian adelantado; hacia tres dias que esperaban en Elat, y empezaban a preguntarse si por desgracia los otros cuatro navios no habian sucumbido a la tempestad.

Hubo que poner termino a los abrazos y a los relatos para desembarcar los elefantes y las mercancias. De nuevo aquel cortejo tan poco habitual provoco una gran aglomeracion de mirones, y fue tambien Yasmina -reservada, pero secretamente radiante- la que tuvo los mejores elogios. Se establecio un campamento a las puertas de la ciudad para pasar alli el tiempo necesario de un indispensable reposo. En el curso de esa breve estancia, una primera diferencia entre el principe Taor y Siri Akbar mostro al principe hasta que punto su esclavo -pero, ?acaso no habia que decir ya: su antiguo esclavo?- habia cambiado desde que salieron de Mangalore. Sin duda las urgencias de la navegacion y la dispersion de los barcos habian justificado ciertas libertades que se tomo, y que cada dia hubiese dado ordenes sin consultar, ni siquiera informar, a Taor. Pero una vez reunidos en tierra, los hombres y los animales, para formar una caravana y dirigirse hacia el norte -habia que contar veinte dias hasta Belen, el pueblo mencionado por los profetas del desierto-, estaba claro que toda la autoridad tenia que corresponder a una sola persona, evidentemente al principe Taor. Esto era lo que pensaba todo el mundo, y Siri Akbar el primero, pero sin duda tal cosa le contrariaba mucho. Por eso se presento ante Taor a los dos dias de su llegada, y le hizo una proposicion que sumio al principe en abismos de perplejidad. Los cuatro navios tenian que esperar varias semanas -si no eran varios meses- a que volviese la caravana. Su importancia era vital para garantizar el retorno de la expedicion a Mangalore apenas empezase a soplar el monzon de verano.

Era preciso que un pequeno grupo se quedase a bordo para custodiarlos. Hasta ahi Taor no oia nada que no supiese y que el mismo no hubiera previsto. Pero se sobresalto cuando Siri le propuso que fuera el quien tomase el mando de aquellos hombres, y que por lo tanto se quedara en Elat. Se trataba de una mision de confianza, desde luego, pero que no exigia ninguna iniciativa, ninguna cualidad especial de autoridad o de inteligencia, una simple mision de vigilancia. Mientras que el viaje hacia el norte estaria necesariamente jalonado de riesgos y sorpresas. ?Como era posible que Siri, el fiel servidor siempre pendiente de la persona de su principe, pudiese concebir la idea de no acompanarle?

La sorpresa y la pena de Taor fueron tan evidentes que Siri tuvo que batirse en retirada. Alego debilmente que el peor de todos los riesgos seria para el principe y sus companeros no encontrar a su regreso aquellos navios esperandoles en Elat, que todas las precauciones eran pocas para evitar este peligro. Taor le hizo ver que la fidelidad y el valor de la guardia que dejaria en el puerto bastarian para que no hubiese nada que temer, y que nunca aceptaria que Siri se separase de el.

Cuando su esclavo se alejo, la contrariedad era tan visible en su rostro que llegaba hasta desfigurarlo.

Este incidente hizo reflexionar a Taor, quien decididamente desde que salio de la corte se apartaba cada vez mas de su candidez. Dia a dia se ejercitaba en una operacion en la que nunca se le hubiera ocurrido pensar en Mangalore, y que por otra parte es completamente ajena a los grandes de este mundo: ponerse en lugar de los demas, y adivinar asi lo que sienten, piensan y proyectan. Ahora bien, ello aplicado al caso de Siri habia revelado abismos a los ojos de Taor. Se habia dado cuenta de que la abnegacion y la fidelidad absolutas de Siri para con el no eran necesariamente una consecuencia de su naturaleza -como lo habia admitido, al menos implicitamente, hasta entonces-, sino que tambien podia haber en el calculo, titubeos, incluso traicion. Al expresar su proyecto de quedarse en Elat con los navios, Siri acabo de despabilar a su amo. Taor, ya desconfiado e imaginativo, se pregunto si Siri no queria quedarse como dueno y senor de los navios para rearmarlos por cuenta propia, y explotarlos como barcos de cabotaje en espera del regreso de la caravana. Tal vez incluso pensaba en dedicarse a la pirateria, extraordinariamente fructifera en el mar Rojo. ?Y quien podia asegurar que Taor, a su regreso de Belen, iba a encontrar su hermosa flotilla fielmente amarrada en el puerto de Elat?

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