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Samarcanda - Maalouf Amin - Страница 8


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Se calla un instante, pero prosigue inmediatamente.

– Me he paseado por los alrededores de Samarcanda y he visto ruinas con inscripciones que nadie sabe ya descifrar, y me he preguntado: ?Que queda de la ciudad que antano se elevaba aqui? No hablemos de los hombres, son las mas efimeras de las criaturas, pero ?que queda de su civilizacion? ?Que reino ha subsistido, que ciencia, que ley, que verdad? Nada. Por mas que he rebuscado en esas ruinas, no he podido descubrir mas que un rostro grabado en un cascote de ceramica y un fragmento de pintura en una pared. Eso es lo que seran mis miserables poemas dentro de mil anos, cascotes, fragmentos, ruinas de un mundo enterrado para siempre. Lo que queda de una ciudad es la mirada indiferente que habra posado sobre ella un poeta medio borracho.

– Comprendo tus palabras -balbucea Abu Taher un poco desconcertado-. Sin embargo, ?no querras dedicar a un cadi chafeita unos poemas que huelan a vino!

De hecho, Omar sabra mostrarse conciliador y, lleno de gratitud, aguara su vino, por decirlo asi. Durante los meses siguientes comienza la redaccion de un libro muy importante consagrado a las ecuaciones cubicas. Para presentar la incognita en ese tratado de algebra, Jayyam utiliza el termino arabe shay , que significa «cosa»; esta palabra, escrita xay en las obras cientificas espanolas, ha sido reemplazada progresivamente por su primera letra, «x», que se ha convertido en el simbolo universal de la incognita.

Terminado en Samarcanda, el libro de Jayyam esta dedicado a su protector: «Somos victimas de una epoca en la que los hombres de ciencia estan desacreditados y muy pocos entre ellos tienen la posibilidad de consagrarse a una verdadera investigacion… Los escasos conocimientos que tienen los sabios de hoy estan dedicados a la persecucion de fines materiales… Por lo tanto habia perdido la esperanza de encontrar en este mundo a un hombre que estuviera interesado tanto por la ciencia como por las cosas del mundo y que se preocupara sinceramente por el destino del genero humano, hasta que Dios me concedio la gracia de conocer al gran cadi, el iman Abu Taher. Sus favores me han permitido consagrarme a estos trabajos.»

Cuando esa noche vuelve al pabellon que le servira de ahi en adelante de casa, Jayyam renuncia a llevarse una lampara, pensando que es demasiado tarde para leer o escribir. Sin embargo, su camino esta apenas iluminado por la luna, mortecina luz de cuarto creciente en ese fin del mes de xawwal . En cuanto se aleja de la villa del cadi, avanza a tientas, tropieza mas de una vez, se agarra a los arbustos y recibe en plena cara la aspera caricia de un sauce lloron.

Apenas llega a su habitacion, una voz, un dulce reproche:

– Te esperaba mas temprano.

?Es por haber pensado tanto en esa mujer por lo que ahora cree oirla? De pie, ante la puerta que cierra lentamente, busca con los ojos una silueta. En vano. Solo la voz le llega de nuevo, audible pero como entre brumas:

– Guardas silencio, te niegas a creer que una mujer haya osado violar asi tu habitacion. En palacio nuestras miradas se cruzaron, un fulgor las unio, pero el kan estaba alli, y el cadi y toda la corte, y tu mirada huyo. Como tantos hombres, escogiste no detenerte. ?Para que desafiar al destino, para que granjearte la ira del principe por una simple mujer, una viuda que solo te aportaria como dote una lengua acerada y una dudosa reputacion?

Omar se siente encadenado por alguna fuerza misteriosa y no consigue moverse ni despegar los labios.

– No dices nada -comprueba Yahan, ironica pero enternecida-. Mala suerte, continuare hablando sola; por otra parte he sido yo la que hasta ahora ha hecho todo. Cuando abandonaste la corte hice algunas preguntas con respecto a ti, me entere de donde vivias y dije que iba a alojarme en casa de una prima casada con un rico negociante de Samarcanda. Por lo general, cuando me desplazo con la corte suelo dormir con el haren; tengo alli algunas amigas que aprecian mi compania y estan avidas de las historias que les cuento. No ven en mi a una rival, saben que no aspiro a convertirme en la mujer del kan. Habria podido seducirlo, pero he tratado demasiado a las esposas de los reyes para que me tiente semejante destino. ?Para mi la vida es tanto mas importante que los hombres! Ahora bien, mientras sea la mujer de otro o de nadie, el soberano consiente en que me exhiba en su divan con mis versos y mis risas. Si alguna vez pensara en casarse conmigo, empezaria por encerrarme.

Emergiendo con dificultad de su torpor, Omar no capta nada del discurso de Yahan y cuando se decide a pronunciar sus primeras palabras se dirige menos a ella que a si mismo o a una sombra:

– Cuantas veces, adolescente, y mas tarde, despues de la adolescencia, me he cruzado con una mirada, con una sonrisa; por la noche sonaba que esa mirada se convertia en presencia, se hacia carne, mujer, deslumbramiento en la oscuridad. Y de pronto, entre las sombras de esta noche, en este pabellon irreal, en esta ciudad irreal, estan aqui, mujer, bella, poetisa por anadidura, ofreciendote a mi.

Ella rie.

– ?Ofreciendome? ?Tu que sabes! No me has rozado, no me has visto y sin duda no me veras, puesto que partire mucho antes de que el sol me expulse.

En la densa oscuridad un largo y confuso frufru de seda, un perfume. Omar contiene la respiracion, su piel esta alerta; no puede contener una pregunta con la ingenuidad de un colegial:

– ?Llevas aun tu velo?

– No llevo mas velo que la noche.

VI

U na mujer, un hombre, el pintor anonimo los ha imaginado de perfil, tendidos, abrazados; ha borrado las paredes del pabellon para prepararles un lecho de hierbas bordeado de rosas y que a sus pies corriera un riachuelo plateado. A Yahan la ha representado con los senos bien perfilados de una divinidad hindu. Omar le acaricia el cabello y con la otra mano sostiene una copa.

Todos los dias, en palacio, se cruzan y evitan mirarse por temor a traicionarse. Cada noche Jayyam se apresura hacia el pabellon para esperar a su amada. ?Cuantas noches les otorgara el destino? Todo depende del soberano. Cuando se marche, Yahan lo seguira. Pero el principe no anuncia nada de antemano. Una manana saltara sobre su caballo de batalla, nomada e hijo de nomada, y tomara el camino de Bujara, de Kix o de Penyikent; la corte perdera la cabeza por alcanzarlo. Omar y Yahan temen ese momento, cada beso tiene el sabor del adios, cada abrazo es una huida sin aliento.

Una noche entre otras, aunque una de las mas sofocantes del verano, Jayyam sale a la terraza del pabellon a esperar a Yahan; muy cerca de el le parece oir las risas de los guardias del cadi y se preocupa, aunque sin motivo, puesto que Yahan llega y le tranquiliza; nadie se ha dado cuenta de su presencia. Se besan primero furtivamente, luego con mas insistencia, es su manera de terminar el dia de los demas y de comenzar su noche.

– ?Cuantos amantes crees que habra en esta ciudad que en este instante se encuentran como nosotros?

Es Yahan la que cuchichea con picardia. Omar se ajusta con aire docto su gorro de noche, hincha las mejillas y ahueca la voz:

– Veamos el asunto detenidamente: si excluimos a las esposas que se aburren, a las esclavas que obedecen, a las prostitutas que se venden o se alquilan, a las virgenes que suspiran, ?cuantas mujeres quedan, cuantas amantes iran esta noche al encuentro del hombre que han elegido? Igualmente ?cuantos hombres duermen junto a la mujer que aman, una mujer sobre todo que se entregue a ellos por otra razon que no sea la de no poder evitarlo? Quien sabe… quiza no haya esta noche en Samarcanda mas que una amante, quiza solo haya un amante. Diras, ?por que tu?, ?por que yo? Porque Dios nos ha hecho amantes como ha hecho venenosas a algunas flores.

El rie, y ella deja correr las lagrimas.

– Entremos y cerremos la puerta, podrian oir nuestra felicidad.

Muchas caricias despues, Yahan se incorpora, se cubre a medias y separa dulcemente a su amante.

– Tengo que confesarte un secreto. Me lo ha dicho la esposa de mayor edad del kan. ?Sabes por que esta en Samarcanda?

Omar la interrumpe. Piensa que es algun cotilleo de haren.

– Los secretos de los principes no me interesan, queman los oidos de los que los oyen.

– Escuchame primero, ese secreto tambien nos pertenece puesto que puede cambiar completamente nuestra vida. Nasr Kan ha venido a inspeccionar las fortificaciones. Al final del verano, cuando la canicula haya pasado, espera un ataque del ejercito selyuqui.

Jayyam conoce a los selyuquies, pueblan sus primeros recuerdos de la infancia. Mucho antes de convertirse en los amos del Asia musulmana se habian aduenado de su ciudad natal, dejando por generaciones el recuerdo de un Gran Miedo.

Esto sucedia diez anos antes de su nacimiento. Los habitantes de Nisapur se habian despertado una manana con su ciudad totalmente rodeada por los guerreros turcos. A la cabeza de ellos dos hermanos, Togrul Beg «el Halcon» y Xagri Beg «el Gavilan», hijos de Mikael, hijo de Selyuq, por aquel entonces oscuros jefes de clan, nomadas recientemente convertidos al Islam. Los dignatarios de la ciudad recibieron este mensaje. «Se dice que vuestros hombres son altivos y que el agua fresca corre en vuestra ciudad por canales subterraneos. Si intentais resistiros, vuestros canales pronto estaran a cielo abierto y vuestros hombres estaran bajo tierra.»

Fanfarronadas, frecuentes en el momento de los asedios. Sin embargo, los dignatarios de Nisapur se apresuraron a capitular a cambio de la promesa de que los habitantes salvarian la vida, sus bienes, sus casas y sus huertos, y sus canales serian respetados. Pero ?que valen las promesas de un vencedor? En cuanto la tropa entro en la ciudad, Xagri quiso soltar a sus hombres por las calles y en el bazar. Togrul se opuso alegando que estaban en el mes del ramadan y no se podia saquear una ciudad del Islam durante el periodo de ayuno. El argumento surtio efecto, pero Xagri no depuso las armas. Unicamente se resigno a esperar que la poblacion no estuviera ya en estado de gracia.

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