Samarcanda - Maalouf Amin - Страница 36
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El desafio me estimulaba y me divertia, me deleitaba descubrir las afinidades con mi propia lengua, como con diversas lenguas latinas. Padre, madre, hermano, hija, «father», «mother», «brother», «daughther», se dice «pedar», «madar», «baradar», «dojtar»; el parentesco indoeuropeo dificilmente puede ilustrarse mejor. Incluso para nombrar a Dios, los musulmanes de Persia dicen «Joda», termino mucho mas cercano del ingles God o del aleman Gott que de Ala. A pesar de este ejemplo, la influencia predominante sigue siendo la del arabe, que se ejerce de forma curiosa: muchas palabras persas pueden sustituirse arbitrariamente por su equivalente en arabe, y es incluso una forma de esnobismo cultural, muy apreciado por los letrados, llenar sus conversaciones de terminos o de frases enteras en arabe. Yamaleddin, en particular, se complacia en esta practica.
Me prometi estudiar arabe mas tarde. Por el momento estaba muy ocupado en recordar los textos de Nicolas que me procuraban, ademas del conocimiento del persa, informaciones utiles sobre el pais. Se podian encontrar este tipo de dialogos:
«-?Cuales son los productos que se podria exportar de Persia?
– Los chales de Kirman, las perlas finas, las turquesas, las alfombras, el tabaco de Shiraz, las sedas de Mazanderan, las sanguijuelas y los tubos de pipa de madera de cerezo.
– Cuando se viaja ?se debe llevar un cocinero?
– Si. En Persia no se puede dar un paso sin el cocinero, la cama, las alfombras y los criados propios.
– ?Cuales son las monedas extranjeras que circulan en Persia?
– Los imperiales rusos, los carbovanes y los ducados de Holanda. Las monedas francesas e inglesas son muy escasas.
– ?Como se llama el rey actual?
– Nassereddin Shah.
– Se dice que es un excelente rey.
– Si, es excesivamente benevolente con los extranjeros y muy generoso. Es muy instruido, sabe mucho de historia, de geografia, de dibujo; habla frances y domina las lenguas orientales: el arabe, el turco y el persa.»
Una vez llegado a Trebisonda, me instale en el Hotel de Italia, el unico de la ciudad, confortable si se podian olvidar las nubes de moscas que transformaban cada comida en una exasperante gesticulacion ininterrumpida. Me resigne, pues, a imitar a los otros visitantes y contrate por un poco de calderilla a un joven adolescente que se ocupara de abanicarme y espantar a los insectos. Lo mas dificil fue convencerle de que los alejara de mi mesa sin intentar aplastarlos ante mis ojos entre dolmas y kebabs. Durante un rato me obedecia, pero en el momento en que venia una mosca al alcance de su temible instrumento, la tentacion era demasiado fuerte y golpeaba.
El cuarto dia encontre sitio a bordo de un buque del Servicio de Transporte Maritimo que hacia la ruta Marsella-Constantinopla-Trebisonda hasta Batumi, el puerto ruso situado al este del mar Negro, donde tome el ferrocarril transcaucasico para Baku, en el Caspio. El recibimiento del consul de Persia fue tan amable que dude en ensenarle la carta de Yamaleddin. ?No valdria mas seguir siendo un viajero anonimo para no despertar sospechas? Pero senti algunos escrupulos. Quiza hubiera en la carta un mensaje distinto del que se referia a mi y no tenia derecho a no entregarlo. Bruscamente, me decidi a decir con un enigmatico tono:
– Quiza tengamos un amigo comun. Y saque el sobre. Inmediatamente y con mucho cuidado, el consul lo abrio; habia cogido de su escritorio unas gafas con montura de plata y estaba leyendo cuando, subitamente, vi que sus dedos temblaban. Se levanto, fue a cerrar con llave la puerta de la habitacion, poso los labios sobre el papel y permanecio asi algunos segundos, como recogido. Luego vino hacia mi y me estrecho entre sus brazos como si fuera un hermano superviviente de un naufragio.
Sin embargo, cuando consiguio que en su rostro no se traslucieran sus emociones, llamo a sus sirvientes, les ordeno que llevaran mi maleta a su casa, que me instalaran en la mejor habitacion y que prepararan un festin para esa noche. Asi me retuvo en su casa dos dias, descuidando cualquier trabajo para permanecer conmigo e interrogarme sin descanso sobre el maestro, su salud, su humor y, sobre todo, sobre lo que decia de la situacion de Persia. Cuando llego el momento de partir, alquilo para mi un camarote en un buque ruso de las Lineas Caucaso y Mercurio. Luego me confio a su cochero, a quien encargo la mision de acompanarme hasta Qazvin y permanecer a mi lado mientras yo necesitara sus servicios.
El cochero se revelo inmediatamente como un hombre desenvuelto, a menudo incluso insustituible. Yo no habria sabido deslizar algunas monedas en la mano de ese aduanero de altivo bigote para que se dignara soltar un instante la boquilla de su ka1yan y viniera a poner el visado sobre mi voluminosa Welseley. Y fue el tambien quien negocio en la Administracion del muelle la obtencion inmediata de un carruaje de cuatro caballos, a pesar de que el funcionario nos invitaba con tono imperioso a volver al dia siguiente y de que un sordido tabernero, visiblemente su complice, nos proponia ya sus servicios.
Me console de todas esas dificultades del trayecto pensando en el calvario de los viajeros que me habian precedido. Trece anos antes solo se podia llegar a Persia por la ruta de los camelleros que desde Trebisonda llevaba a Tabriz por Erzurum, unas cuarenta etapas, seis agotadoras y costosas semanas, a veces incluso peligrosas a causa de las incesantes guerras tribales. El transcaucasico revoluciono este orden de cosas y abrio Persia al mundo; desde entonces se puede llegar a ese Imperio sin grandes riesgos ni molestias, en barco desde Baku al puerto de Enzeli y luego, en una semana, por una carretera abierta al transito rodado, hasta Teheran.
En Occidente, el canon es un instrumento de guerra o de desfile militar; en Persia es tambien instrumento de suplicio. Lo digo porque al llegar a la muralla circular de Teheran, me vi confrontado con el espectaculo de esa pieza de artilleria que servia para el mas atroz de los usos: en el ancho canon habian metido a un hombre atado del que solo sobresalia la cabeza rapada. Debia permanecer ahi, bajo el sol, sin alimentos ni agua, hasta que le sobreviniera la muerte; e incluso despues, me explicaron, se acostumbraba a dejar el cuerpo expuesto durante largo tiempo, de manera que el castigo fuera ejemplar e inspirara silencio y terror a todos aquellos que cruzaran las puertas de la ciudad.
?Fue a causa de esa primera imagen por lo que la capital de Persia ejercio tan poca magia sobre mi? En las ciudades de Oriente se buscan los colores del presente y las sombras del pasado. En Teheran yo no encontre nada de eso. ?Que fue lo que vi alli? Unas avenidas demasiado anchas para unir a los ricos de los barrios del norte con los pobres de los barrios del sur; un bazar que, ciertamente, rebosaba de camellos, mulas y telas abigarradas, pero que no tenia comparacion con los zocos de El Cairo, de Constantinopla, de Ispahan o de Tabriz. Y por donde se posara la mirada, innumerables construcciones grises.
?Demasiado nueva Teheran, demasiado poca historia! Durante mucho tiempo no fue mas que una oscura dependencia de Rayy, la prestigiosa ciudad de los sabios destruida en la epoca de los mogoles. Hasta que a finales del siglo XVIII, una tribu turcomana, la de los Kayar, se apodero de aquella localidad. Despues de haber logrado someter por la espada a toda Persia, la dinastia elevo su modesta guarida al rango de capital. Hasta entonces, el centro politico del pais se encontraba mas al sur, en Ispahan, Kirman o Shiraz. Ni que decir tiene que los habitantes de esas ciudades echan pestes de los «zafios nortenos» que los gobiernan y que ignoran hasta su lengua. El shah reinante, en el momento de su ascension al poder, necesito un traductor para dirigirse a sus subditos. Sin embargo, parecia que desde entonces habia adquirido mayor conocimiento del persa.
Hay que reconocer que tiempo no le habla faltado. A mi llegada a Teheran, en abril de 1896, ese monarca se disponia a celebrar su jubileo, su quincuagesimo ano en el poder. Con ese motivo, la ciudad estaba engalanada con el emblema nacional que lleva el signo del leon y del sol; los notables habian venido de todas las provincias, numerosas delegaciones extranjeras se habian desplazado hasta alli y aunque la mayoria de los invitados oficiales estaban alojados en villas, los dos hoteles para europeos, el Albert y el Prevost, estaban desusadamente llenos. Fue en este ultimo donde finalmente encontre una habitacion.
Habia pensado ir directamente a casa de Fazel, entregarle la carta y preguntarle como podria reunirme con Mitza Reza, pero supe reprimir mi impaciencia. No ignoraba las costumbres de los orientales y sabia que el discipulo de Yamaleddin me invitaria a alojarme en su casa; no queria ofenderle con una negativa ni arriesgarme a verme mezclado en su actividad politica, y aun menos en la de su maestro.
Por lo tanto, me instale en el Hotel Prevost, dirigido por un ginebrino. Por la manana alquile una vieja yegua para ir, util cortesia, a la Legacion americana, situada en el bulevar de los embajadores, y luego a casa del discipulo preferido de Yamaleddin. Bigotillo fino, larga tunica blanca, porte majestuoso, una pizca de frialdad, Fazel correspondia, en conjunto, a la imagen que me habia descrito el exiliado de Constantinopla.
Ibamos a convertirnos en los mejores amigos del mundo, pero el primer contacto fue distante, su lenguaje directo me molesto y me inquieto. Como cuando hablamos de Mirza Reza.
– Hare lo que pueda por ayudarle, pero no quiero tener nada que ver con ese loco. Es un martir viviente, me dijo el Maestro y yo respondi: ?Mas le hubiera valido morir! No me mire usted asi, no soy un monstruo, pero ese hombre ha sufrido tanto que tiene la mente completamente trastornada: cada vez que abre la boca perjudica a nuestra causa.
– ?Donde se encuentra ahora?
– Desde hace semanas vive en el mausoleo de Shah Abdol-Azim, vagando por los jardines y los pasillos, entre los edificios, hablando con las personas del arresto de Yamaleddin, exhortandolas a derrocar al monarca, contando sus propios sufrimientos, gritando y gesticulando. No cesa de repetir que Sayyid Yamaleddin es el iman del Tiempo, aunque el interesado le haya prohibido ya proferir tan insensatas palabras. Realmente, no me interesa que me vean en su compania.
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