La batalla - Rambaud Patrick - Страница 48
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– En Viena se murmura que va a convertirse en un heroe.
– Por desgracia, eso no es imposible.
– Acusaran al emperador de dureza.
– Su vida estaba en juego y, por lo tanto, tambien las nuestras.
– ?Como se llamaba ese heroe vuestro que se creia Juana de Arco?
– Staps o Staps.
Henri se sobresalto al oir el nombre. Durante la cena, el fue el mas taciturno. Valentine divirtio a Louis-Francois, y decidieron volver a verse.
La isla Lobau estaba irreconocible. En unos pocos dias, el campamento fortificado que gobernaba Massena se habia convertido en una ciudad camuflada, salida de los matorrales y los carrizos, con calles bordeadas de reverberos, fortificaciones solidas, canales saneados para que llegaran por ellos embarcaciones cargadas de harina y municiones. Aqui, una manufactura; alla, hornos para cocer el pan. Mas alla, en un calvero vallado, habia rebanos de bueyes. En las abadias vecinas o en los sotanos de los paisanos vieneses, el ejercito habia hecho acopio de vino para alegrar a la tropa y los obreros, pues doce mil marinos y otros tantos soldados del cuerpo de ingenieros y carpinteros de armar trabajaban en la construccion de tres grandes puentes sobre pilotes, protegidos corriente arriba por una estacada de vigas que detendria los objetos flotantes. Los austriacos, a los que se divisaba en la ribera de Essling, no podian ver los canones de gran calibre que les apuntaban. Cada manana, el coronel Sainte-Croix, tras haber inspeccionado el estado de las obras, corria a Schonbrunn para dar cuenta de los progresos al emperador. Los centinelas y chambelanes habian aprendido a reconocerle, le respetaban, era familiar y entraba sin llamar en el salon de las Lacas.
El 30 de mayo, a las siete de la manana, cuando Sainte-Croix se presento al emperador, este tomaba su vaso de agua.
– ?Quereis? -le pregunto el emperador, mostrandole la jarra-. La fuente de Schonbrunn es fresca y muy deliciosa.
– Os creo, Majestad, pero prefiero el buen vino.
– D'accordo! ?Constant! Senor Constant, enviareis al coronel doscientas botellas de burdeos y otras tantas de champana. Entonces el emperador y su nuevo valido subieron a la berlina que les condujo a Ebersdorf, ante los puentes. En ese pueblo, Napoleon se detuvo unos instantes para visitar al mariscal Lannes, de quien sabia que su salud era muy precaria y su agonia se eternizaba. Aquella manana, Marbot habia abandonado la cabecera del moribundo. Esperaba delante de las cuadras, apoyado en un baston a causa del dolor en la pierna herida. El emperador lo vio al bajar de la berlina:
– ?Y el mariscal?
– Ha muerto esta manana, Sire, a las cinco, en mis brazos. Su cabeza cayo sobre mi hombro.
El emperador subio al piso y permanecio una hora junto al cuerpo, en la habitacion nauseabunda. Luego felicito a Marbot por su lealtad y le pidio que hiciera embalsamar al mariscal antes de repatriarlo a Francia. Pensativo, siguio a Sainte-Croix, que le mostraba las ultimas obras. Permanecio silencioso y no abrio la boca hasta que entro en la tienda de Massena. El duque de Rivoli tenia una pierna vendada, y le recibio sentado en un sillon.
– ?Como! ?Vos tambien? ?Que os ha pasado? ?La batalla ha terminado, que yo sepa!
– Me cai en un hoyo oculto por la maleza, y desde entonces cojeo. A mi edad los huesos son fragiles, Sire.
– Tomad las muletas y seguidme.
– Mi medico debe cambiarme el aposito a cada vayamos demasiado lejos.
Massena renqueo detras del emperador y cual le explicaba el funcionamiento de las lanch que habia empezado a construir.
– En cada embarcacion caben trescientos h proa, ?veis?, hay un mantelete para resguardo llegamos a la orilla se abate y sirve como tierra.
El emperador visito varios talleres y las fortificaciones, y entonces expreso su deseo de pasear por la ribera arenosa donde sus soldados solian banarse bajo las miradas regocijadas de los austria cos. Para evitar riesgos, Napoleon y el mariscal se pusieron capotes de sargento.
– Dentro de un mes atacaremos -dijo el emperador-. Tendremos ciento cincuenta mil hombres, veinte mil caballos y quinientos canones. Berthier me lo ha confirmado. ?Que es eso que hay alla, al fondo de la planicie?
– Las barracas del campamento del archiduque.
– ?Tan lejos?
El emperador, provisto de una ramita, dibujo un plano en la arena.
– En los primeros dias de julio, pasamos en masa. MacDonald y el ejercito de Italia, Marmont y el ejercito de Dalmacia, los bavaros de Lefebvre, los sajones de Bernadotte. Vuestras divisiones, Massena, se situan entre los pueblos… -Alzo la cabeza para observar la planicie-. ?Massena, y vos, Sainte-Croix, mirad lo que os digo, en el lugar donde el archiduque ha levantado sus barracas, ahi estara su tumba! ?Como se llama esa planicie en la que se respalda?
– Wagram, Sire.
Paris, 17 de marzo de 1997
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