La batalla - Rambaud Patrick - Страница 17
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Rosalie insistia:
– ?Ven!
Esta vez la obedecio.
Napoleon fue al encuentro de Massena, que vigilaba en el campanario de Aspern.
– Se aprestan, Sire -dijo el mariscal.
El emperador no respondio nada, tomo el anteojo de manos de Massena y miro, apoyado en la espalda de un dragon: los vivaques salpicaban el horizonte de puntos rojos y vacilantes. Imaginaba la batalla en los campos, oia los canonazos, los gritos, aquel estruendo que aterraba a Europa. «Una gran reputacion es un gran ruido -pensaba-. Cuanto mas ruido haces, mas lejos te lleva. Las leyes, las instituciones, los monumentos, las naciones, los hombres, todo desaparece, pero el ruido sigue resonando a lo largo de los siglos…» Napoleon sabia que en aquella planicie de Marchfeld que se extendia ante el, Marco Aurelio habia aplastado a los marcomanos del rey Vadomar como el iba a aplastar a los austriacos del archiduque. La evocacion le satisfacia. En la epoca de los romanos no habia trigales sino pantanos, canizares, garzas, taludes cubiertos de brezo. Las legiones bajaban de los bosques de Bohemia donde se habian abierto una via a hachazos, aniquilando de ordinario osos y bisontes. Ya no se trataba de aquel famoso ejercito de campesinos del Lacio, pesado, ordenado, sino de centurias heteroclitas que avanzaban detras de los hombres que tocaban trompas, con el torso semicubierto por pieles de fieras, jinetes marroquies, ballesteros galos, bretones, iberos dispuestos a elegir entre sus prisioneros a los que enviarian a cavar en sus minas de plata de Asturias, griegos, arabes, sirios malos como hienas, getas con grenas color de paja y llenas de piojos, tracios con faldas de canamo. Y Marco Aurelio en esa riada, sin armas, sin coraza, reconocible de lejos por su manto purpura…
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