La batalla - Rambaud Patrick - Страница 13
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– ?Eh, los de ahi arriba! -grito una vez mas el general-. ?Bajad! ?Hay que visitar todas esas barracas y limpiar el pueblo!
– ?A vuestras ordenes, mi general!
– ?Y la muchacha? -pregunto Pacotte a Fayolle.
– La guardamos para luego.
Antes de regresar al batallon, Fayolle y el otro rasgaron a tiras el refajo azul y los encajes para atar a la campesina. Le metieron el gorro en la boca, anudandolo en la nuca con los tirantes de terciopelo quitados al muerto, y la arrojaron sobre un colchon relleno de crines. Antes de marcharse, Fayolle le dio un beso en la frente.
Se juiciosa, mi nina, y no te inquietes. Eres tan guapa que uno no puede olvidarte. ?Vaya! A nuestro botin de guerra le arde la frente…
– Debe de tener fiebre.
Los dos rompieron a reir y se reunieron con sus camaradas.
Vincent Paradis removia los lenos calcinados.
– Bastaria con soplar encima para que vuelva a encenderse el fuego, mi coronel.
– Nos han visto, se han largado…
– No lo creo. Solo somos dos. Ellos eran mas. Observad el monte bajo pisoteado por sus caballos.
Con su nuevo explorador, Lejeune habia examinado el terreno mucho mas alla de los pueblos, sospechando la presencia de espias en cualquier bosquecillo.
– Debian de ser los ulanos de hace un momento que se han ido a toda prisa -sugirio.
– O bien otros que no estan lejos. Por aqui es facil ocultarse. Un rumor de hojas les alerto y Lejeune amartillo su pistola. -No temais, mi coronel -dijo Paradis-. Era un animal que ha saltado a ese haya. Esta mas asustado que nosotros.
– ?Tienes miedo?
– Todavia no.
– Sin embargo, no pareces muy tranquilo.
– No me gusta destrozar los campos galopando por ellos.
A Lejeune le habian prestado un caballo de artilleria para que montara su protegido con uniforme de tirador. Le miro y dijo:
– Manana, en esta llanura verde, vamos a matarnos mutuamente a canonazos. Habra mucho rojo, y no seran precisamente flores. Cuando la guerra haya terminado…
– Habra otra, mi coronel. Con el emperador, la guerra no terminara jamas.
– Tienes razon.
Volvieron grupas hacia Essling, sin apresurarse pero ojo avizor. Lejeune se habria rezagado de buena gana, para dibujar en su cuaderno de croquis un paisaje dulce y sin seres humanos. Las tropas seguian afluyendo al pueblo. En la plaza, delante de la iglesia, Lejeune reconocio a Sainte-Croix y unos oficiales de Massena. El mariscal no debia de encontrarse lejos. En efecto, habia visitado el posito. Este granero, en el extremo de un paseo bordeado de robles, constaba de tres plantas de ladrillo y piedra tallada, y estaba unido a una granja de grandes dimensiones mediante un jardin rodeado por un muro. Tenia tragaluces en los tejados y aguilones con aberturas redondas y enrejadas donde podian emboscarse tiradores.
– He contado cuarenta y ocho ventanas -dijo Massena a Lejeune-. Los muros tienen mas de un metro de espesor, las puertas y los postigos estan revestidas de chapa y son solidos. Si es necesario, podremos parapetarnos ahi y resistir. Tomad, Lejeune, he pedido que anotaran las medidas exactas. Llevad estos datos al mayor general…
Massena puso el papel en la mano del coronel, el cual le echo un vistazo: el edificio tenia treinta y seis metros de largo por diez de ancho, y las ventanas de la planta baja se abrian a un metro sesenta y cinco por encima del suelo…
– ?Os quedais en Essling, senor duque?
– No tengo la menor idea -dijo Massena-, pero si, me quedare en esta orilla. ?Hasta donde habeis avanzado?
– Ese grupo de hayas que hay ahi abajo.
– ?Y bien? ?Habeis vuelto con las manos vacias?
– Hay rastros, pero no se ve a nadie.
– Ya, Lasalle dijo lo mismo, y Espagne tambien. Sus coraceros solo han matado a un malintencionado, pero ?por que se habia quedado ese imbecil? ?Huelo a los austriacos a nuestro alrededor, y tengo buen olfato!
Massena se acerco mas para murmurar al oido de Lejeune:
– ?Teneis mi informacion?
– ?Cual, senor duque?
– ?Sereis memo! ?Los millones de los genoveses, naturalmente!
– Daru afirma que no existen.
– ?Daru! ?Claro! ?Ese embustero se apodera de todo lo que brilla! ?Como una urraca! ?No teniais que preguntarle a Daru! Podeis retiraros.
Massena entro refunfunando en el posito.
En el patio principal de Schonbrunn, encaramado a un eje, Daru desato al azar uno de los sacos de la primera carreta del convoy y exclamo enfurecido:
– ?Cebada!
– No hay mas avena, senor conde -dijo un adjunto, en un tono de voz que revelaba su fastidio.
– ?Cebada! ?Imposible! ?La caballeria necesita avena!
– La nueva cosecha todavia no esta bastante alta, solo hemos encontrado cebada…
– ?Donde se ha quedado el senor Beyle? ?Esa era su mision, por todos los diablos!
– Yo le sustituyo, senor conde.
– ?Y ese perezoso?
– Sin duda esta en cama, senor conde.
– ?Con quien, quereis decirmelo por favor?
– Su fiebre habitual, senor conde. Tomad, tengo una nota que lo atestigua y que debia remitiros…
Daru le arrebato la nota, en la que leyo una baja por enfermedad en toda regla, firmada por Carino, un medico aleman, y refrendada por el cirujano jefe De la Garde. Como no podia criticarla, Daru fue incapaz de reprimirse y tomo un punado de cebada que arrojo al rostro del adjunto.
– ?Muy bien, nuestros caballos comeran cebada! ?Marchaos! E hizo una sena al convoy para que se pusiera en marcha hacia la isla Lobau.
Una vez mas, Henri sufria terribles jaquecas que trataba con belladona, pero mas bien padecia una afeccion venerea, pues no habia otra manera de nombrar esas enfermedades galantes, dolo rosas pero no demasiado graves, sobre las que uno sonreia entre amigos pero que le azoraban en compania de las damas. Esta desventaja, a la que habia terminado por acostumbrarse, no le impedia sin embargo librar por su cuenta otras batallas, pues no estaba en cama, a pesar de su autentica fatiga y de unos sudores desagradables: se encontraba en el fondo del Prater, en un pabellon de caza en ruinas, no lejos de unas extravagantes construcciones que imitaban el estilo gotico. Unos meses antes, en Paris, se habia prendado de una actriz facil, llamada Valentine, cuyo nombre civil era sencillamente Louise, y como tantas de sus congeneres habia seguido a las tropas hasta Viena. Henri le habia dado aquella cita para romper con ella, porque no hacia mas que sonar con Anna Krauss, y sus fiebres llevaban ese nuevo amor a la incandescencia. ?Como dejar de lado a Valentine? Esta se habia convertido en un obstaculo. Henri queria una libertad total. ?Como anunciar la ruptura? ?Con brutalidad? Henri no sabria desenvolverse de esa manera. ?Con un hastio fingido? ?Con frialdad? Sonrio para si mismo. ?Que celoso habia estado de Valentine! Se preguntaba como se habia arriesgado a batirse en duelo con el amante oficial de la actriz, un coriaceo capitan de artilleria a caballo. En ese caso sus jaquecas le habian librado de la herida o del ridiculo. Valentina se retrasaba. ?Tal vez se habia olvidado de la cita? Se habia fijado en ella aquel invierno en Paris, en el teatro Feydeau. La mujer cantaba en L'Auberge de Bagnieres una opera comica fresca y sin pretensiones de los senores Jalabert y Catel:
Habia tomado mi sombrerito, mi vestido de crepe amaranto, mi chal y mis zapatos punzo. Mi aspecto era encantador…
Ella llego en calesa, vestida casi como en su cancion, es decir, con la misma ligereza, pero su vestido de crepe era de color hortensia y llevaba botines de saten, una blusa muy bordada y un bonete de terciopelo negro con dos largas plumas. Su cabello moreno formaba tirabuzones en las sienes. Palida, como lo exigia la moda, pero metida en carnes, arrugaba la nariz, imprimia un movimiento de vaiven a sus caderas y reia ensenando ex profeso los dientes impecables.
– Amore mio! -exclamo en un italiano cruzado con el acento de los arrabales.
– Valentine…
– ?Ya esta! ?El teatro de la puerta de Carintia abrira de nuevo, y el de Viena tambien!
– Valentine…
– ?Voy a actuar ahi, Henri! ?Es un sueno! ?Yo en el escenario, aqui, en la capital del teatro! ?Te das cuenta, pichoncito mio?
Si, claro, el pichoncito se daba cuenta, pero no lograba articular una frase, apenas tenia el valor de disipar la exaltacion de la bonita comedianta.
– ?Hay cuatro filas de palcos! ?Y ademas los decorados cambian a la vista! ?Sobre el escenario hasta el Vesubio entrara en erupcion!
– ?Una opera sobre Pompeya?
– Nada de eso, es Don Juan.
– ?De Mozart?
– ?De Moliere, hombre!
– Pero, Valentine, tu eres ante todo una cantante.
– Es una obra cantada del principio al fin.
– ?Don juan? ?De Moliere?
– ?Asi es, gordisimo tonto de capirote!
Henri fruncio el ceno. No se creia nada tonto y detestaba las alusiones a su peso. Se salvo mediante una evasion, pensando que la huida es a veces la mas habil de las soluciones, por lo me nos en el amor. Le castaneteaban los dientes, tenia escalofrios a pesar de la suavidad de aquel mes de mayo y eso iba a serle util. Se enjugo la frente con el panuelo, apenas forzando su expresion doliente.
– Estoy enfermo, Valentine.
– ?Voy a cuidarte!
– No, no, tienes que repetir las canciones de Moliere.
– Ya me arreglare. ?Mira, me ayudaras a aprenderlas!
– No quiero que me lleves a cuestas como una cruz.
– No te preocupes, pichoncito mio, soy lo bastante animosa para simultanearlo todo, mi carrera y tu, ?quiero decir tu y tambien mi carrera!
– Estoy persuadido, Valentine…
– ?Aceptas?
– No.
– ?Debes abandonar Viena?
– Es probable.
– ?Entonces te seguire!
– Se razonable…
Que manera de meter la pata, penso Henri al pronunciar esas palabras, ?como podia uno apelar a la razon de Valentine? Ella lo tenia todo excepto eso. Se estaba embrollando. Cuanto mas lastimoso se mostraba, tanto mas atenta y carinosa se volvia ella. Sonaron las campanas de todas las iglesias.
– ?Ya son las cinco! -dijo Valentine.
– Las seis -mintio Henri-, las he contado…
– ?Oh, me estoy retrasando terriblemente!
– Anda, date prisa y ve a probarte tus vestidos y aprender tu papel.
– ?Te llevo en la calesa!
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