Viernes o Los limbos del Pac?fico - Tournier Michel - Страница 14
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Estaban tambien aquellas dunas de arena gruesa en el nordeste de donde parecia brotar, cuando el se aventuraba a aproximarse, una especie de mugido profundo, abisal y como telurico que le dejaba helado por el horror, aunque no fuera mas que por la imposibilidad de determinar de donde provenia. El, claro esta, habia oido hablar en Chile de una colina a la que llamaban El Bramador porque de la arena removida por los pasos de un caminante emana una especie de grunido cavernoso.
?Pero se acordaba realmente de esa anecdota o la habia inventado inconscientemente con la unica finalidad de calmar su angustia? No podria decirlo, y con una obstinacion de maniaco caminaba a traves de las dunas, con la boca bien abierta para escuchar mejor, segun un dicho marinero.
Log-book .- Las tres de la manana. Luminoso insomnio. Deambulo por las humedas galerias de la gruta. De nino me habria desvanecido de horror al ver estas sombras, esas fugas de perspectivas abovedadas, esperando el ruido de una gota de agua que se aplasta sobre las losas. La soledad es un vino fuerte. Insoportable para el nino, embriaga con una alegria acida al hombre que ha sabido dominar, cuando se entrega a ella, los latidos de su traicionero corazon. ?No sera que Speranza viene a ser la culminacion de un destino que se dibujaba desde mis primeros anos? La soledad y yo nos encontramos ya entonces en mis largos paseos meditabundos a lo largo del Ouse y tambien cuando me encerraba cuidadosamente en la biblioteca de mi padre, con una provision de velas para pasar alli la noche, o cuando en Londres me negaba a utilizar cartas de recomendacion que me habrian introducido en casas de amigos de mi familia. Y yo entre en soledad, como se entra naturalmente en religion tras una infancia demasiado devota, la noche en que el Virginia concluyo su carrera entre los arrecifes de Speranza. Ella, la soledad, me esperaba desde el origen de los tiempos en estas orillas, con su acompanante obligado: el silencio…
Aqui me he convertido en algo asi como un especialista del silencio; de los silencios, deberia decir. Con todo mi ser tenso como una gran oreja, aprecio la cualidad particular del silencio que me anega. Hay silencios aereos y perfumados como en las noches de junio en Inglaterra, otros tienen la consistencia glauca de la cienaga y otros incluso son duros y sonoros como el ebano. Llego incluso a sondear la profundidad sepulcral del silencio nocturno de la gruta con una voluptuosidad ligeramente envuelta en nauseas que me inspira cierta inquietud. Durante el dia no tengo para aferrarme a la vida ni una mujer, ni hijos, ni amigos, ni servidores, ni clientes que vengan a ser como anclas fijadas en tierra. ?Por que es necesario que en el corazon de la noche me permita para colmo avanzar tanto, tan profundamente en lo negro? Podria ocurrir perfectamente que cualquier dia yo desapareciera sin rastro, como aspirado por la nada que yo mismo habria hecho nacer en torno mio.
Los silos de grano que se multiplicaban de ano en ano plantearon en seguida graves problemas de proteccion contra las ratas. Los roedores parecian proliferar en proporcion exacta a los cereales almacenados y Robinson no dejaba de admirar aquella adaptacion de una especie animal a las riquezas del medio, frente a la especie humana que crece, por el contrario, a medida que los recursos de los que dispone son mas pobres. Pero ya que trataba de no dejar de almacenar cosecha tras cosecha durante tanto tiempo como fuerzas tuviera, era preciso exterminar a los parasitos.
Unos hongos blancos con lunares rojos debian ser venenosos, porque varias cabras habian muerto tras haber mordisqueado algunos pedazos mezclados con la hierba. Robinson hizo con ellos una pocima en la que empapo granos de trigo. Luego esparcio sus granos envenenados en los caminos habituales de las ratas. Las ratas se atiborraron de ellos impunemente. Construyo entonces jaulas en las que caia el bicho mediante una trampa. ?Pero habrian hecho falta millares!, y ademas, ?que asco experimentaba al sentirse traspasado por los ojillos inteligentes y llenos de odio de aquellas bestias ¦ cuando sumergia su jaula en el rio! La soledad le habia hecho infinitamente vulnerable ante todo lo que pudiera semejarse a la manifestacion de un sentimiento hostil hacia su persona, aunque proviniera de la mas despreciable de las bestias. La armadura de indiferencia y de ignorancia reciprocas con que se protegen los hombres unos de otros en sus relaciones habia desaparecido, como un callo se desvanece poco a poco en una mano que se hace ociosa.
Un dia asistio al duelo furioso librado entre dos ratas. Ciegos y sordos a todo lo que les rodeaba, los dos bichos enlazados rodaban por el suelo con chillidos rabiosos. Al final se dieron muerte al tiempo y murieron sin aflojar su abrazo. Al comparar los dos cadaveres, Robinson se dio cuenta de que pertenecian a dos variedades muy diferentes: el uno muy negro, rechoncho y pelado, se parecia en todo a las que el estaba acostumbrado a cazar en todos los navios en que se habia encontrado. El otro gris, mas alargado y de pelo mas tupido, especie de raton de campo, solia verse en una parte de la pradera que habia colonizado. No cabia duda de que esta segunda especie era indigena mientras que la primera, proveniente de los restos del Virginia , habia crecido y se habia multiplicado gracias a las cosechas de cereales. Ambas especies parecian tener sus recursos y sus dominios respectivos. Robinson lo confirmo dejando una tarde en la pradera una rata negra que habia capturado en la gruta. Durante largo rato las hierbas, agitandose, fueron las unicas en delatar una carrera invisible y numerosa. Luego la caza se circunscribio y la arena volo al pie de una duna. Cuando Robinson llego alli no quedaba de su antigua prisionera mas que manojos de pelos negros y miembros desgarrados. Entonces esparcio dos sacos de grano en la pradera tras haber sembrado un estrecho reguero desde la gruta hasta aquel lugar. Corria el riesgo de que aquel gravoso sacrificio resultara inutil. No lo fue. Desde el anochecer las negras acudieron en tropel para recuperar lo que quiza consideraban como bien propio. La batalla estallo. En varios acres de pradera una tempestad parecia levantar innumerables y minusculos geiseres de arena. Las parejas de combatientes rodaban cual bolas vivas, mientras que un chillido innumerable ascendia del suelo, como de un patio de recreo infernal. Bajo la livida luz de la luna, la llanura parecia hervir, exhalando llantos de nino.
El resultado del combate era previsible. Un animal que se bate en el territorio de su adversario siempre tiene desventaja. Aquel dia perecieron las ratas negras.
Log-book .- Esta. noche, mi brazo derecho tendido fuera de mi cama se emboto, «muerto». Lo agarro entre el indice y el pulgar de mi mano izquierda y levanto esa cosa extrana, esa masa de carne enorme y pesada, ese miembro amazacotado y grueso de otro, soldado a mi cuerpo por error. Sueno con que asi podre manipular mi cadaver completo, maravillarme ante su peso muerto, abismarme ante esta paradoja: una cosa que es yo . ?Pero es realmente yo? Siento que se remueve en mi una vieja emocion que, de nino, me producia una vidriera de nuestra iglesia en donde estaba representado el martirio de San Dionisio: decapitado sobre las gradas de un templo, el cuerpo se inclina y agarra su propia cabeza entre sus dos manos enormes, la recoge… Pero lo que yo admiraba no era precisamente aquella prueba de prodigiosa vitalidad. En mi piedad infantil, aquella maravilla me parecia la cosa menos importante y ademas yo habla visto patos que volaban sin cabeza. No: el verdadero milagro era que San Dionisio, habiendo sido desposeido de su cabeza, iba a buscarla al arroyo a donde habia rodado y la recogia con tanta atencion, tanta ternura, tan afectuosa solicitud. ?Ah, por ejemplo, si me hubieran decapitado a mi, no habria sido yo quien corriera tras esa cabeza con su pelo rojo y toda salpicada de pecas que me hacia tan desdichado! ?Con que pasion rechazaba yo aquella cabeza llameante, aquellos largos brazos delgados, aquellas piernas de ciguena y aquel cuerpo blanco como de oca emplumada, cubierto aqui y alla de una pelusilla rosacea! Aquella antipatia vigorosa me ha preparado para una vision de mi mismo que se ha explayado del todo en Speranza. Desde hace algun tiempo, en efecto, me ejercito en esta operacion, que consiste en arrancar uno tras otro todos mis atributos -digo bien todos - como si fueran las briznas sucesivas de una cebolla. Al hacer esto, construyo lejos de mi un individuo que tiene por nombre Robinson, por apellido Crusoe, que mide seis pies, etc. Lo contemplo vivir y desenvolverse en la isla sin disfrutar ya de sus buenos momentos, ni sufrir sus desdichas. ?Que Yo? La pregunta no es ociosa. Ni tampoco insoluble. Porque si no es el, es, por tanto, Speranza - Hay un yo volandero que va a posarse tanto en el hombre como en la isla y que hace de mi alternativamente el uno o la otra.
Lo que yo acabo de escribir ?no es lo que se llama «filosofia»? ?Hasta que punto sera extrana la metamorfosis que estoy sufriendo que hace que yo, el mas positivo de los hombres, no solo llegue a plantearme tal tipo de problemas, sino que ademas pueda incluso llegar a resolverlos! Tendre que volver sobre esto.
Esa antipatia hacia su propio rostro y tambien una educacion hostil ante cualquier complacencia le habian mantenido alejado durante mucho tiempo del espejo que habia recogido en el Virginia y que habia colgado en el muro exterior menos accesible de la residencia. La atencion vigilante que ahora prestaba a su propia evolucion le hizo acudir a el una manana. Incluso lo arranco de su sitio habitual para poder escrutar a placer el unico rostro humano que le era dado ver.
Ningun cambio notable habia alterado sus rasgos, y sin embargo apenas pudo reconocerse. Una sola palabra se presento a su animo: desfigurado . «Estoy desfigurado», pronuncio en voz alta, mientras que la desesperacion le oprimia el corazon. Era vano que buscara en la bajeza de la boca, la opacidad de la mirada o la aridez de la frente -esos defectos que conocia desde siempre- la explicacion del horror tenebroso de la mascara que le miraba fijamente a traves de las manchas humedas del espejo. Era a la vez mas general y mas profundo: una cierta dureza, algo como de muerte que el habia observado, hacia ya tiempo, en el rostro de un prisionero liberado tras muchos anos de prision sin luz. Se hubiera dicho que un invierno de un implacable rigor habia pasado sobre aquella cara familiar borrando todos sus matices, petrificando sus emociones, simplificando su expresion hasta la groseria. ?Ah! Desde luego aquella barba recortada que le enmarcaba de oreja a oreja no tenia nada de la dulzura delicada y sedosa de un Nazareno… Era mas bien al Antiguo Testamento, y a su justicia somera a lo que evocaba, lo mismo que aquella mirada demasiado franca asustaba por su violencia mosaica.
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