Anaconda - Quiroga Horacio - Страница 6
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XI
No singulares, sino viboras, que ante un inmenso peligro sumaban la inteligencia reunida de la especie, era el enemigo que habia asaltado el Instituto Seroterapico.
La subita oscuridad que siguiera al farol roto habia advertido a las combatientes el peligro de mayor luz y mayor resistencia. Ademas, comenzaban a sentir ya en la humedad de la atmosfera la inminencia del dia.
– Si nos quedamos un momento mas exclamo Cruzada-, nos cortan la retirada. ?Atras!
– ?Atras, atras! -gritaron todas. Y atropellandose, pasandose las unas sobre las otras, se lanzaron al campo. Marchaban en tropel, espantadas, derrotadas, viendo con consternacion que el dia comenzaba a romper a lo lejos.
Llevaban ya veinte minutos de fuga, cuando un ladrido claro y agudo, pero distante aun detuvo a la columna jadeante.
– ?Un instante! -grito Urutu Dorado- Veamos cuantas somos, y que podemos hacer.
A la luz aun incierta de la madrugada examinaron sus fuerzas. Entre las patas de los caballos habian quedado dieciocho serpientes muertas, entre ellas las dos culebras de coral. Atroz habia sido partida en dos por Fragoso, y Drimobia yacia alla con el craneo roto, mientras estrangulaba al perro. Faltaban ademas Coatiarita, Radinea y Boipeva. En total, veintitres combatientes aniquilados. Pero las restantes, sin excepcion de una sola, estaban todas magulladas, pisadas, pateadas, llenas de polvo y sangre entre las escamas rotas.
– He aqui el exito de nuestra campana -dijo amargamente Nacani-na, deteniendose un instante a restregar contra una piedra su cabeza- ?Te felicito, Hamadrias!
Pero para si sola se guardaba lo que habia oido tras la puerta cerrada de la caballeriza, pues habia salido la ultima. ?En vez de matar, habian salvado la vida a los caballos, que se extenuaban precisamente por falta de veneno!
Sabido es que para un caballo que se esta inmunizando, el veneno le es tan indispensable para su vida diaria como el agua misma y muere si le llega a faltar.
Un segundo ladrido de perro sobre el rastro sono tras ellas.
?Estamos en inminente peligro! -grito Terrifica-. ?Que hacemos?
– ?A la gruta! -clamaron todas, deslizandose a toda velocidad. -?Pero estan locas! -grito la Nacanina, mientras corria-. ?Las van
a aplastar a todas! ?Van a la muerte! Oiganme: ?desbandemonos!
Las fugitivas se detuvieron, irresolutas. A pesar de su panico, algo les decia que el desbande era la unica medida salvadora, y miraron alocadas a todas partes. Una sola voz de apoyo, una sola, y se decidian.
Pero la cobra real, humillada, vencida en su segundo esfuerzo de dominacion, repleta de odio para un pais que en adelante debia serle eminentemente hostil, prefirio hundirse del todo, arrastrando con ella a las demas especies.
– ?Esta loca Nacanina! -exclamo-. Separandonos nos mataran una a una sin que podamos defendernos… Alla es distinto. ?A la caverna!
– ?Si, a la caverna! -respondio la columna despavorida, huyendo-. ?A la caverna!
La Nacanina vio aquello y comprendio que iban a la muerte. Pero viles, derrotadas, locas de panico, las viboras iban a sacrificarse, a pesar de todo. Y con una altiva sacudida de lengua, ella, que podia ponerse impunemente a salvo por su velocidad, se dirigio como las otras directamente a la muerte.
Sintio asi un cuerpo a su lado, y se alegro al reconocer a Anaconda.
– Ya ves -le dijo con una sonrisa- a lo que nos ha traido la asiatica.
– Si, es un mal bicho… -murmuro Anaconda, mientras corrian una junto a otra.
– ?Y ahora las lleva a hacerse masacrar todas juntas…!
– Ella, por lo menos -advirtio Anaconda con voz sombria-, no va a tener ese gusto…
Y ambas, con un esfuerzo de velocidad, alcanzaron a la columna. Ya habian llegado.
– ?Un momento! -se adelanto Anaconda, cuyos ojos brillaban-. Ustedes lo ignoran, pero yo lo se con certeza, que dentro de diez minutos no va a quedar viva una de nosotras. El Congreso y sus leyes estan, pues, ya concluidos. ?No es eso, Terrifica?
Se hizo un largo silencio.
– Si -murmuro abrumada Terrifica-. Esta concluido…
– Entonces -prosiguio Anaconda volviendo la cabeza a todos lados-, antes de morir quisiera… ?Ah, mejor asi! -concluyo satisfecha al ver a la cobra real que avanzaba lentamente hacia ella.
No era aquel probablemente el momento ideal para un combate. Pero desde que el mundo es mundo, nada, ni la presencia del Hombre sobre ellas, podra evitar que una Venenosa y una Cazadora solucionen sus asuntos particulares.
El primer choque fue favorable a la cobra real: sus colmillos se hundieron hasta la encia en el cuello de Anaconda. Esta, con la maravillosa maniobra de las boas de devolver en ataque una cogida casi mortal, lanzo su cuerpo adelante como un latigo y envolvio en el a la Hamadrias, que en un instante se sintio ahogada. La boa, concentrando toda su vida en aquel abrazo, cerraba progresivamente sus anillos de acero, pero la cobra real no soltaba presa. Hubo aun un instante en que Anaconda sintio crujir su cabeza entre los dientes de la Hamadrias. Pero logro hacer un supremo esfuerzo, y este postrer relampago de voluntad decidio la balanza a su favor. La boca de la cobra semiasfixiada se desprendio babeando, mientras la cabeza libre de Anaconda hacia presa en el cuerpo de la Hamadrias.
Poco a poco, segura del terrible abrazo con que inmovilizaba a su rival, su boca fue subiendo a lo largo del cuello, con cortas y bruscas dentelladas, en tanto que la cobra sacudia desesperada la cabeza. Los noventa y seis agudos dientes de Anaconda subian siempre, llegaron al capuchon, treparon, alcanzaron la garganta, subieron aun, hasta que se clavaron por fin en la cabeza de su enemiga, con un sordo y larguisimo crujido de huesos masticados.
Ya estaba concluido. La boa abrio sus anillos, y el macizo cuerpo de la cobra real se escurrio pesadamente a tierra, muerta.
– Por lo menos estoy contenta… -murmuro Anaconda, cayendo a su vez exanime sobre el cuerpo de la asiatica.
Fue en ese instante cuando las viboras oyeron a menos de cien metros el ladrido agudo del perro.
Y ellas, que diez minutos antes atropellaban aterradas la entrada de la caverna, sintieron subir a sus ojos la llamarada salvaje de la lucha a muerte por la selva entera.
– ?Entremos! -agregaron, sin embargo, algunas.
– ?No, aqui! ?Muramos aqui! -ahogaron todas con sus silbidos. Y contra el murallon de piedra que les cortaba toda retirada, el cuello y la cabeza erguidos sobre el cuerpo arrollado, los ojos hechos ascua, esperaron.
No fue larga su espera. En el dia aun livido y contra el fondo negro del monte, vieron surgir ante ellas las dos altas siluetas del nuevo director y de Fragoso, reteniendo en trailla al perro, que, loco de rabia, se abalanzaba adelante.
– ?Se acabo! ?Y esta vez definitivamente! -murmuro Nacanina, despidiendose con esas seis palabras de una vida bastante feliz, cuyo sacrificio acababa de decidir. Y con un violento empuje se lanzo al encuentro del perro, que, suelto y con la boca blanca de espuma, llegaba sobre ellas. El animal esquivo el golpe y cayo furioso sobre Terrifica, que hundio los colmillos en el hocico del perro. Daboy agito furiosamente la cabeza, sacudiendo en el aire a la de cascabel; pero esta no soltaba.
Neuwied aprovecho el instante para hundir los colmillos en el vientre del animal; mas tambien en ese momento llegaban los hombres. En un segundo, Terrifica y Neuwied cayeron muertas, con los rinones quebrados.
Urutu Dorado fue partida en dos, y lo mismo Cipo. Lanceolada logro hacer presa en la lengua del perro; pero dos segundos despues caia tronchada en tres pedazos por el doble golpe de vara, al lado de Esculapia.
El combate, o mas bien exterminio, continuaba furioso, entre silbidos y roncos ladridos de Daboy, que estaba en todas partes. Cayeron una tras otra, sin perdon -que tampoco pedian-, con el craneo triturado entre las mandibulas del perro o aplastadas por los hombres. Fueron quedando masacradas frente a la caverna de su ultimo Congreso. Y de las ultimas, cayeron Cruzada y Nacanina.
No quedaba una ya. Los hombres se sentaron, mirando aquella total masacre de las especies, triunfantes un dia. Daboy, jadeando a sus pies, acusaba algunos sintomas de envenenamiento, a pesar de estar poderosamente inmunizado. Habia sido mordido sesenta y cuatro veces.
Cuando los hombres se levantaban para irse se fijaron por primera vez en Anaconda, que comenzaba a revivir.
– ?Que hace esta boa por aqui? -dijo el nuevo director-. No es este su pais… A lo que parece, ha trabado relacion con la cobra real…, y nos ha vengado a su manera. Si logramos salvarla haremos una gran cosa, porque parece terriblemente envenenada. Llevemosla. Acaso un dia nos salve a nosotros de toda esta chusma venenosa.
Y se fueron, llevando de un palo que cargaban en los hombros, a Anaconda, que herida y exhausta de fuerzas, iba pensando en Nacanina, cuyo destino, con un poco menos de altivez, podia haber sido semejante al suyo.
Anaconda no murio. Vivio un ano con los hombres, curioseando y observandolo todo, hasta que una noche se fue. Pero la historia de este viaje remontando por largos meses el Parana hasta mas alla del Guayra, mas alla todavia del golfo letal donde el Parana toma el nombre de rio Muerto; la vida extrana que llevo Anaconda y el segundo viaje que emprendio por fin con sus hermanos sobre las aguas sucias de una gran inundacion -toda esta historia de rebelion y asalto de camalotes, pertenece a otro relato.
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