Scaramouche - Sabatini Rafael - Страница 59
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La condesa levant? los ojos y vio pasar de largo a Andr?-Louis. El rostro de ella se ilumin?, y ?l casi crey? que iba a llamarle, pero para evitarle la dificultad que entra?aba la presencia all? de su adversario, ?l se apresur? a saludarla fr?amente recost?ndose de nuevo en su asiento y mirando deliberadamente a otra parte.
Despu?s de lo que hab?a visto, no necesitaba m?s pruebas para reafirmarse en su convicci?n de que Aline lo hab?a visitado aquella ma?ana s?lo para interceder por el se?or de La Tour d'Azyr. Con sus propios ojos la hab?a visto desmadejada, emocionada al ver la sangre de su querido amigo, quien la consolaba asegur?ndole que su herida no era mortal. Mucho despu?s Andr?-Louis se reprochar?a aquella perversa estupidez. Incluso lleg? a ser demasiado severo en su flagelaci?n. Pues ?c?mo hubiera podido interpretar de otro modo aquella escena, despu?s de las ideas preconcebidas que ten?a?
Lo que antes hab?a sospechado, ahora quedaba confirmado. Aline no le hab?a dicho con franqueza lo que sent?a por el se?or de La Tour d'Azyr. Pero supon?a que en estos asuntos las mujeres suelen ser reservadas, y ?l no deb?a culparla. Tampoco pod?a culparla por haber sucumbido ante el singular encanto de un hombre como el marqu?s, pues ni siquiera su hostilidad pod?a cegarlo hasta el punto de no reconocer los atractivos del se?or de La Tour d'Azyr. Que estaba enamorada de ?l era evidente, y por eso desfallec?a ante el espect?culo de su herida.
– ?Dios m?o! -exclam? en voz alta-. ?Cu?nto habr?a sufrido si hubiera llegado a matarle como era mi prop?sito!
De haber sido un poco m?s franca con ?l, le hubiera sido m?s f?cil acceder a lo que le ped?a. De haberle confesado lo que ahora ?l hab?a visto, que amaba al se?or de La Tour d'Azyr, en vez de dejarle suponer que su ?nico inter?s por el marqu?s nac?a de una ambici?n indigna, entonces ?l hubiera cedido a su ruego inmediatamente.
Andr?-Louis lanz? un suspiro y rez? pidi?ndole perd?n a la sombra de Vilmorin.
– A lo mejor fue una suerte que desviara mi estocada -dijo.
– ?Qu? quieres decir? -pregunt? Le Chapelier.
– Que en este asunto debo abandonar toda esperanza de volver a empezar.
CAP?TULO XIII Hacia la culminaci?n
Al se?or de La Tour d'Azyr no se le volvi? a ver en la sala del Man?ge, ni siquiera en Par?s, durante los meses que siguieron mientras la Asamblea Nacional continuaba sus sesiones para dotar a Francia de una Constituci?n. Aunque su herida en el brazo hab?a sido relativamente leve, la que hab?a recibido su orgullo era realmente mortal.
Corr?an rumores de que hab?a emigrado. Pero era una verdad a medias. Lo cierto era que se hab?a unido a aquel grupo de nobles que iban y ven?an entre las Tuller?as y el Cuartel General de los emigrados, en Coblenza. En pocas palabras, se convirti? en miembro del servicio secreto realista que dar?a al traste con la monarqu?a.
Pero ese momento a?n no hab?a llegado. Por ahora, los mon?rquicos segu?an viendo a los innovadores como unos tipos m?s o menos raros, y no dejaban de burlarse de ellos en Actes des Apotres, el peri?dico sat?rico que editaban en el Palais Royal.
El se?or de La Tour d'Azyr hab?a hecho una visita a Meudon. Y fue bien recibido por el se?or de Kercadiou, quien despu?s de todo no hab?a re?ido con ?l. Pero Aline no sali? de su aposento, firme en su resoluci?n de no volver a verle. De ninguna manera modific? su actitud la circunstancia de que Andr?-Louis hubiera salido ileso del duelo. A un cierto precio, impl?citamente, se hab?a ofrecido al marqu?s y ?l la rechaz?. S?lo la humillaci?n que eso supon?a descartaba la posibilidad de que Aline volviera a recibir al se?or de La Tour d'Azyr.
El se?or de Kercadiou le transmiti? al marqu?s, lo m?s delicadamente que pudo, esa resoluci?n inquebrantable. Comprendiendo, desde su punto de vista, la enormidad de la ofensa infligida a la joven, el marqu?s se despidi? desesperanzado, y no volvi? m?s.
En cuanto a Andr?- Louis, sabedor de que el se?or de Kercadiou no faltar?a a su palabra, se resign? a acatar una decisi?n que supon?a irrevocable. No volvi? por casa de su padrino. Pero dos veces en el transcurso de aquel invierno vio al se?or de Kercadiou y a Aline: una vez fue en la Gal?rie de Bois, en el Palais Royal, donde se saludaron de lejos, y en otra ocasi?n les vio en un palco del Th??tre Francais, pero ellos no le vieron. A Aline volvi? a verla en una tercera ocasi?n, tambi?n en el palco de un teatro, y esta vez con la se?ora de Plougastel. Ella tampoco le vio en esta ocasi?n.
Mientras tanto, Andr?-Louis cumpl?a sus deberes en la Asamblea con todo el celo que le era posible, y se ocupaba tambi?n de la direcci?n de la academia de esgrima, que continuaba prosperando sobremanera, pues hab?a recibido un enorme impulso a ra?z del duelo de su director en el Bois durante aquella memorable semana de septiembre. Limit?ndose a vivir casi ?nicamente de los dieciocho francos diarios de su salario como diputado, sus ya considerables ahorros aumentaron. Pens? que ser?a prudente invertir aquel dinero en Alemania. Ten?a ya bastantes acciones colocadas en la Compa??a del Agua y en la deuda p?blica, y lo hizo a trav?s de un banquero alem?n en la rue Dauphine. Y compr? una importante propiedad en las afueras de Dresde. Hubiera preferido comprarla en su tierra natal. Pero la propiedad de las tierras en Francia le parec?a, y con raz?n, insegura. Tal como estaban las cosas, hoy un grupo de franceses pod?a desposeer a otro, ma?ana otro grupo podr?a desposeer a aquellos que hab?an comprado apresuradamente las propiedades de los antiguos despose?dos.
Esta parte de las Confesiones de Andr?-Louis es muy interesante, pues lo autobiogr?fico se mezcla con la historia dej?ndonos un panorama de la ?poca. All? describe la activa vida de Par?s, tal como ?l la ve?a, y los principales acontecimientos de la Asamblea. Habla del completo restablecimiento del orden y de la paz, del resurgimiento impetuoso de la industria, de la abundancia de trabajo para todos, y de la prosperidad econ?mica que parec?a haberse instalado en Francia. «La obra de la Revoluci?n est? cumplida», dice citando una frase de Dupont en la Asamblea. Y as? era, siempre que la Corona aceptara de buena fe el trabajo realizado, content?ndose con gobernar constitucionalmente, circunscribiendo su poder y subordin?ndose a la voluntad de la naci?n y al bienestar general.
Pero ?aceptar?a todo esto la Corona? ?sa era la pregunta que todos se hac?an, y que en cierta medida quedaba en el aire. Los que miraban al pasado, recordaban la primera reuni?n de los Estados Generales en la Salle des Menus Plaisirs, en Versalles, hac?a dos a?os, y recordaban cuan a menudo las promesas reales se romp?an. Por lo tanto, desconfiaban con raz?n, pues ahora pod?a ocurrir tambi?n. Debido a estas dudas y recelos, provocados especialmente por la reina y sus allegados, persist?a la incertidumbre. Hab?a una sensaci?n, casi una intuici?n, de que quedaba mucho por hacer antes de que Francia pudiera disfrutar con entera seguridad de la igualdad legal que tan laboriosamente hab?a creado para sus hijos. ?Cu?ntos obst?culos hab?a a?n que vencer, cu?ntos horrores tendr?an que vivir todav?a! Tantos que nadie, en aquella primavera de 1791 -ni siquiera los extremistas de los Cordeliers y otros clubes parecidos-, pod?a sospechar ni remotamente.
Aquella ?poca de aparente prosperidad y falsa paz dur? hasta que tuvo lugar la fuga del rey a Varennes, al siguiente mes de junio. Fruto de todas aquellas idas y venidas secretas entre Par?s y Coblenza, esa fuga destruy? la ?ltima ilusi?n, poniendo fin a la paz e iniciando el reinado de la turbulencia. El ignominioso retorno de Su Majestad, custodiado como un colegial que vuelve a su casa para ser castigado, y los ulteriores sucesos de aquel a?o hasta la disoluci?n de la Asamblea Cons tituyente, est?n tan minuciosamente descritos en otros libros, que no es preciso repetirlos, como no sea desde el punto de vista de Andr?-Louis.
La disoluci?n de la Asamblea fue en septiembre. Su trabajo hab?a terminado. El rey acudi? al sal?n Man?ge para declarar que aceptaba la Constituci?n. La Revoluci?n estaba consumada. Luego sigui? la elecci?n de una Asamblea Legislativa, en la que Andr?-Louis represent? una vez m?s a Ancenis. Como en la Asamblea Constituyente no hab?a sido m?s que diputado suplente, no le afectaba la moci?n de Robespierre, seg?n la cual ning?n miembro de la Constituyente podr?a ser miembro de la Legislativa. De haber observado sus propios deseos tan bien como la letra de la ley, se hubiera abstenido de aquella reelecci?n. Pero Andr?-Louis era tan querido en Ancenis, y Le Chapelier insisti? tanto, que no pudo por menos de someterse. Sus proezas como palad?n del Tercer Estado le hab?an hecho popular en todos los partidos, aun entre los miembros de la antigua ala derecha, y entre los jacobinos, en cuyo club hab?a hablado cordialmente una o dos veces. En aquel entonces se esperaba de ?l que hiciera grandes cosas. ?l mismo lo esperaba, pues en aquel momento compart?a la err?nea y extendida opini?n de que la Revoluci?n hab?a concluido. Francia ahora s?lo ten?a que gobernarse dentro de las leyes de la Cons tituci?n que ya ten?a.
Como todos los que pensaban as?, Andr?-Louis no tomaba en cuenta dos importantes factores: el hecho de que la corte no aceptar?a que se alterara el estado de cosas y que la nueva Asamblea no ten?a la experiencia necesaria para dominar las intrigas y las facciones dentro de la corte. La Legislativa era una Asamblea integrada por j?venes, siendo muy pocos los que pasaban de los veinticinco a?os. Predominaban los abogados y, entre ellos, el grupo de abogados de La Gironde, inspirados por un sublime republicanismo. Pero ninguno ten?a experiencia pol?tica; y, durante los cr?ticos primeros d?as, estaban desorientados, y eso, sumado a la consiguiente debilidad, alent? al partido de la corte a presentarles batalla otra vez.
Al principio s?lo fue una batalla de palabras, y una guerra period?stica que tuvo lugar entre publicaciones como L 'Ami du Roy y L'Ami du Peuple, que acababa de aparecer furiosamente editado por el fil?ntropo Marat.
El malestar p?blico empez? a manifestarse de nuevo, y la perpetua tensi?n entre la revoluci?n y la contrarrevoluci?n volvi? a proyectar la sombra de la crisis sobre el amenazado pa?s. Ahora media Europa se armaba para arremeter contra Francia, y su guerra con Francia era la guerra del rey franc?s. ?ste era el horror que estaba en el origen de todos los horrores que vendr?an despu?s. Esto era lo que serv?a de pretexto a gente como Marat, Danton, H?bert y otros extremistas para fomentar la ira del populacho.
Y mientras la corte prosegu?a sus intrigas, mientras los jacobinos, dirigidos por Robespierre, le declaraban la guerra a los girondinos, bajo la jefatura de Vergniaud y Brisset; mientras los feuillants 1 los combat?an a ambos; y mientras la antorcha de la invasi?n extranjera se encend?a en la frontera y la de la guerra civil ya se inflamaba dentro de la naci?n, Andr?-Louis se alej? del centro del polvor?n.
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