Scaramouche - Sabatini Rafael - Страница 52
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– No, amigo; yo soy Scaramouche: el sutil y peligroso Scaramouche, que consigue sus prop?sitos tortuosamente. -Y entonces, ya en voz alta, continu?-: El se?or presidente habr? advertido que algunos de los aqu? presentes no comprenden el prop?sito por el que nos hemos reunido, que es el de hacer leyes para que Francia pueda gobernarse equitativamente, para que pueda salir de la bancarrota, donde corre peligro de hundirse para siempre. Pero, seg?n parece, hay algunos que en vez de leyes quieren sangre, y yo solemnemente les advierto que esa sangre acabar? por ahogarles, si no aprenden a tiempo a renunciar a la fuerza para que prevalezca la raz?n.
De nuevo hubo algo en aquella frase que le result? familiar al se?or de La Tour d'Azyr. En el guirigay que sigui?, el ex marqu?s se volvi? al caballero de Chabrillanne, que estaba sentado a su lado, y le dijo:
– Es un canalla muy osado ese bastardo de Gavrillac.
Chabrillanne le mir? con los ojos llameantes y el rostro l?vido de ira.
– Dejadle que hable. No creo que volvamos a o?rle nunca m?s. Dej?dmelo a m?.
Despu?s de o?r aquellas palabras, y sin saber a ciencia cierta la causa, el se?or de La Tour d'Azyr se sinti? m?s aliviado. Antes hab?a pensado que ten?a que hacer algo, que aqu?l era un desaf?o que hab?a que aceptar. Pero a pesar de su rabia, se sent?a extra?amente desganado. Supon?a que esa sensaci?n se deb?a a que Andr?-Louis le hac?a recordar el desagradable episodio del joven que hab?a matado cerca de la posada El Bret?n Armado, en Gavrillac. No era que se reprochara haber matado a Philippe de Vilmorin, pues el otrora marqu?s cre?a plenamente justificada su acci?n. Era que en su memoria reviv?a un espect?culo desagradable: el de aquel muchacho desconsolado, arrodillado junto al cad?ver del amigo a quien tanto hab?a amado, suplic?ndole que lo matara tambi?n a ?l y grit?ndole, para incitarle, «asesino» y «cobarde».
Mientras tanto, apart?ndose ahora del tema de la muerte de Lagron, el diputado suplente se hab?a concentrado en la cuesti?n que se debat?a. Lo que dijo no aport? nada nuevo; su discurso fue insignificante. No era el verdadero motivo que le hab?a impulsado a subir a la tribuna, era s?lo el pretexto.
M?s tarde, cuando Andr?-Louis sal?a del vest?bulo, acompa?ado por Le Chapelier, se encontr? de pronto rodeado por un grupo de diputados que le serv?a de guardia de honor. La mayor?a eran bretones que intentaban protegerle de las provocaciones que sus audaces palabras en la Asamblea pod?an acarrearle. En eso, el macizo Mirabeau apareci? a su lado.
– Le felicito, Moreau -dijo el insigne hombre-. Lo ha hecho muy bien. Evidentemente ahora querr?n su sangre. Pero sea discreto y no se deje arrastrar por falsos sentimientos quijotescos. Ignore sus provocaciones, como hago yo. Cada vez que un espadach?n me desaf?a, lo anoto en una lista. Ya son alrededor de cincuenta, y ah? se quedar?n. Ni?gueles ese placer que ellos llaman una satisfacci?n, y todo ir? bien.
Andr?-Louis sonri? suspirando.
– Se necesita valor para eso -dijo hip?critamente.
– Por supuesto. Pero, seg?n parece, a usted le sobra valor.
– No lo suficiente, quiz?s. Pero har? lo que pueda.
Atravesaron el vest?bulo, y aunque all? estaban los arist?cratas aguardando enfurecidos al joven que les hab?a insultado flagrantemente desde la tribuna, la escolta que acompa?aba a Andr?-Louis evit? que se le acercaran.
Sin embargo, cuando salieron al aire libre, bajo la marquesina de la puerta cochera, sus improvisados guardaespaldas se dispersaron. Afuera llov?a a c?ntaros. El suelo estaba lleno de barro, y por un momento, Andr?-Louis, que segu?a acompa?ado por Le Chapelier, vacil? antes de salir bajo aquel diluvio.
El vigilante Chabrillanne crey? que hab?a llegado la ocasi?n que estaba esperando y, exponi?ndose a mojarse con la lluvia, fue a situarse frente al osado bret?n. Ruda, violentamente, empuj? a Andr?-Louis, como para hacerse sitio bajo la marquesina.
Andr?-Louis supo al instante cu?l era el prop?sito deliberado de aquel hombre. Todos los que estaban a su alrededor tambi?n lo comprendieron y trataron de rodearlo en vano. Andr?-Louis experiment? una profunda desilusi?n: no era a Chabrillanne a quien ?l quer?a. Al reflejarse en su rostro esa frustraci?n, el otro la interpret? equivocadamente. Pero en fin, si Chabrillanne era el designado para luchar con ?l, procurar?a hacerlo lo mejor posible.
– No me empuj?is, caballero -dijo cort?smente, apartando al reci?n llegado y procurando conservar su sitio debajo de la marquesina.
– ?Tengo que resguardarme de la lluvia! -vocifer? el otro. -Para hacerlo, no es necesario que me pis?is. No me gusta que me pisen. Tengo los pies muy delicados. Os ruego que no hablemos m?s.
– ?Por qu?, si todav?a no he hablado yo, insolente? -clam? el caballero en tono descompuesto. -?Ah, no? Yo pensaba que ibais a disculparos. -?Disculparme! -grit? Chabrillanne y se ech? a re?r-. ?Disculparme con vos? ?Sois muy chistoso! -y sin dejar de re?rse, intent? meterse de nuevo bajo la marquesina, empujando a Andr?-Louis m?s violentamente.
– ?Ay! -grit? Andr?-Louis haciendo una mueca de dolor-. Me hab?is pisado otra vez. Ya os he dicho que no me empuj?is. Hab?a levantado la voz para que todos le oyeran, y de nuevo apart? a Chabrillanne envi?ndolo bajo la lluvia. A pesar de su delgadez, el constante ejercicio de la esgrima le hab?a dado a Andr?-Louis un brazo con m?sculos de hierro. As? que el otro sali? disparado hacia atr?s, trastabill?, tropez? con una viga de madera dejada all? por los trabajadores aquella ma?ana, y cay? de nalgas en el lodo.
Un coro de risas salud? la espectacular ca?da del caballero, que se levant? todo embarrado y embisti? furiosamente a Andr?-Louis. Le hab?a puesto en rid?culo, y eso era imperdonable.
– ?sta me la pagar?is -balbuce?-. Os matar?.
Su cara enrojecida estaba casi pegada a la de Andr?-Louis, quien se ech? a re?r. En medio del silencio, todos pudieron o?r su risa y sus palabras:
– ?Era eso lo que estabais buscando? ?Por qu? no lo dijisteis antes? Me hubierais ahorrado el trabajo de lanzaros al suelo. Yo cre?a que los caballeros de vuestra clase siempre se comportaban en estos lances con decoro y con cierta gracia. De haberlo hecho as?, os hubierais ahorrado unos calzones.
– ?Cu?ndo podremos concertar el duelo? -dijo Chabrillanne, l?vido de furor.
– Cuando os plazca, se?or. A vos os corresponde decidir cu?ndo os conviene matarme, pues tal es vuestra intenci?n, como hab?is anunciado, ?verdad?
– Ma?ana por la ma?ana en el Bois 1 . Supongo que traer?is a un amigo.
– En efecto. Ma?ana por la ma?ana, pues. Espero que tengamos buen tiempo. Detesto la lluvia.
Chabrillanne le mir? bastante asombrado. Andr?-Louis sonre?a serenamente.
– No os robar? m?s tiempo, se?or. Todo ha quedado claro entre nosotros. Ma?ana por la ma?ana estar? en el Bois a las nueve en punto.
– Es demasiado tarde para m?, se?or.
– Otra hora ser?a para m? demasiado temprano -explic? Andr?-Louis- No me gusta cambiar mis horarios. A las nueve en punto, o a ninguna hora.
– Pero yo debo estar en la Asamblea a las nueve para la sesi?n de la ma?ana.
– Mucho me temo que antes tendr?is que matarme, y por una especie de superstici?n, no me gusta morir antes de las nueve de la ma?ana.
Aquello trastornaba los procedimientos habituales del se?or de Chabrillanne y no pod?a aguantarlo. All? estaba aquel r?stico diputado adoptando precisamente el tono de siniestra burla con que ?l y los de su clase sol?an tratar a sus v?ctimas del Tercer Estado. Y para irritarlo m?s todav?a, Andr?-Louis, siempre en su papel de Scaramouche, sac? su caja de rap? y la alarg? con pulso firme a Le Chapelier antes de servirse ?l.
Todo parec?a indicar que Chabrillanne, despu?s de lo que hab?a tenido que sufrir, no iba a tener ni siquiera una salida airosa.
– De acuerdo, se?or -dijo-, a las nueve en punto. Ya veremos si luego habl?is con tanta petulancia.
Y acto seguido se escabull? entre las befas de los diputados bretones. Para colmo, tambi?n los rapazuelos que se encontr? al bajar por la rue Dauphine se burlaron de ?l, ri?ndose del barro que manchaba sus fondillos de raso y los faldones de su elegante casaca.
Pero, aunque exteriormente se mofaban de Chabrillanne, en el fondo los miembros del Tercer Estado temblaban de miedo e indignaci?n. Aquello era demasiado. Lagron hab?a muerto a manos de uno de aquellos espadachines, y ahora su sucesor tambi?n era desafiado, y morir?a un d?a despu?s de ocupar el puesto del muerto. Varios diputados le pidieron a Andr?-Louis que no fuera al Bois al d?a siguiente, que ignorara el desaf?o y todo aquel asunto, pues no era m?s que un deliberado intento de asesinarlo. El joven escuch? seriamente, sacudi? la cabeza y prometi? que lo pensar?a.
En la sesi?n de la tarde estaba otra vez en su esca?o de la Asamblea, sereno, como si nada le preocupara.
Pero al otro d?a por la ma?ana, cuando la Asamblea se reuni?, su asiento y el del se?or de Chabrillanne estaban vac?os. El temor y la angustia reinaban entre los miembros del Tercer Estado, y sus debates ten?an un tono ?spero que no era habitual. Unos desaprobaban la falta de circunspecci?n del reci?n reclutado diputado, otros criticaban su temeridad, y s?lo unos pocos -los pertenecientes al grupito de Le Chapelier- ten?an esperanzas de volverlo a ver.
De modo que muchos se sorprendieron aliviados cuando, unos minutos despu?s de las diez, lo vieron entrar, tranquilo y sereno, y dirigirse a su asiento. El orador que ocupaba la tribuna en aquel momento, un miembro del partido de los privilegiados, se interrumpi? y le mir? boquiabierto, entre incr?dulo y desalentado. Hab?a algo incomprensible en todo aquello. Entonces, como queriendo conciliar el asombro de ambos bandos de la Asamblea, alguien explic? desde?osamente lo que hab?a pasado:
– No ha habido duelo. ?ste se acobard? en el ?ltimo momento.
As? deb?a de ser, pensaron todos. Ces? la expectaci?n y todos volvieron a arrellanarse en sus asientos. Cuando Andr?-Louis oy? aquella voz explicando el caso para satisfacci?n de todos, se detuvo un momento antes de sentarse. Pens? que deb?a esclarecer los hechos, y dijo:
– Se?or presidente, presento mis excusas por haber llegado tarde.
Desde luego, Andr?-Louis no ten?a que dar ninguna explicaci?n. Aquello no era m?s que un golpe de efecto teatral, tan en consonancia con el temperamento de Scaramouche, que no pod?a renunciar a ?l. Por eso continu?:
– Me he retrasado un poco debido a un compromiso impostergable. Tambi?n os presento excusas en nombre del caballero de Chabrillanne quien, desgraciadamente, en lo sucesivo estar? permanentemente ausente de su puesto de la Asamblea.
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