Scaramouche - Sabatini Rafael - Страница 28
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El ?xito de Scaramouche no se limit? al p?blico. Al final de la funci?n, sus compa?eros le recibieron con una ovaci?n en el gran vest?bulo del teatro. Su talento, sus recursos y energ?as hab?an convertido aquella troupe de saltimbanquis vagabundos en una respetable compa??a de actores de primera clase. As? lo reconocieron generosamente todos en un discurso que ley? Polichinela, quien expres?, como prueba de su confianza Scaramouche, que del mismo modo que hab?an conquistado Nantes, tambi?n conquistar?an el mundo bajo su gu?a.
En su entusiasmo olvidaron mencionar al se?or Binet, quien ya estaba bastante enojado por la conciencia de su inferioridad con respecto a Scaramouche. Y aunque hab?a visto que el gradual proceso de usurpaci?n de su autoridad ten?a sus compensaciones, en el fondo de su coraz?n, el resentimiento apagaba cualquier chispa de la gratitud debida a su socio. Aquella noche estaba nervioso, tenso, y sufr?a un sinf?n de temores. Y de todo ello culpaba a Scaramouche tan amargamente que ni siquiera el reciente ?xito -casi milagroso- salvaba a su socio ante sus ojos.
Y ahora, para colmo de males, los de su compa??a lo ignoraban ol?mpicamente, los mismos actores que con tanto esfuerzo ?l hab?a seleccionado entre los artistas que encontraba aqu? y all?, en la hez de los pueblos. Esto acab? de enfurecerlo, despertando sus peores instintos que tan s?lo estaban dormidos. Pero por profunda que fuera su rabia, no le ceg? hasta el punto de traicionarse. Sin embargo, concibi? la idea de reaccionar en su momento, antes de convertirse en un cero a la izquierda en su propia compa??a, en aquel elenco que ?l dominaba hasta que aquel entrometido lleg? para destruir su autoridad.
El se?or Binet tom? la palabra cuando Polichinela termin? su discurso. La m?scara de pintura que cubr?a su rostro le ayudo a disimular sus verdaderos sentimientos, y fingi? sumarse a los elogios en honor de Scaramouche. Desde luego, dio a entender que todo lo que Scaramouche hab?a logrado, era gracias a ?l, pues era su mano la que lo guiaba. Seg?n expres?, quer?a dar las gracias a Scaramouche, pero lo hizo m?s bien en forma en que un se?or agradece a su lacayo el escrupuloso cumplimiento de las ?rdenes recibidas.
A pesar de sus palabras, no pudo embaucar a la compa??a, tampoco desahogarse. Consciente del gesto burl?n con que todos le miraban, s?lo consigui? incrementar su amargura. Pero al menos hab?a salvado su dignidad dejando claro que ?l era el jefe de todos.
Tal vez ser?a exagerado decir que no consigui? enga?arlos. Pues en lo que a sus verdaderos sentimientos se refer?a, s? lo consigui?. Descontando las insinuaciones en las que se atribu?a el m?rito, todos creyeron que su coraz?n estaba lleno de gratitud como el de ellos. Tambi?n lo crey? Andr?-Louis, quien en su breve respuesta fue muy generoso con Binet, m?s de lo que ?ste hab?a sido con ?l.
Acto seguido, Scaramouche anunci? que el ?xito en Nantes era a?n m?s dulce, pues hac?a posible la casi inmediata realizaci?n de su deseo m?s ardiente: convertir a Clim?ne en su esposa. Una felicidad de la que era indigno, como fue el primero en reconocer. Esta dicha estrechar?a m?s su relaci?n con su buen amigo Binet, a quien deb?a cuanto hab?a logrado para s? y los dem?s. El anuncio nupcial caus? gran alegr?a, pues en el mundo del teatro no hay nada tan importante como el amor. Todos aclamaron a la feliz pareja, a excepci?n del pobre L?andre, cuyos ojos expresaban m?s melancol?a que nunca.
Aquella noche, en la habitaci?n del primer piso de la posada del muelle La Fosse -la misma de la que Andr?-Louis hab?a salido algunos meses antes para representar un papel muy diferente ante el pueblo de Nantes-, la compa??a fue una gran familia feliz. En realidad, ?era tan diferente?, se preguntaba Andr?-Louis. ?Acaso no se hab?a comportado como una especie de Scaramouche, un intrigante, elocuente pero insincero, c?nicamente disfrazado, que hab?a expuesto opiniones que realmente no eran suyas? ?Qu? ten?a de sorprendente su ?xito tan fulgurante como actor? ?No era realmente algo para lo cual desde siempre la Naturaleza lo hab?a designado?
La noche siguiente, representaron El enamorado t?mido con el teatro lleno, pues el eco de su exitoso debut de la primera noche se hab?a divulgado y el lunes la cosecha de aplausos fue mayor. El mi?rcoles pusieron en escena F?garo Scaramouche, y el jueves por la ma?ana el Courrier Nantais public? un art?culo elogiando a los brillantes improvisadores, cuyo talento empeque?ec?a al de los meros recitadores de libretos memorizados.
Cuando Andr?-Louis ley? el peri?dico durante el desayuno, se ri? para s?, pues no se enga?aba acerca de la falsedad de aquella afirmaci?n. La novedad de su anterior art?culo, y la presuntuosidad que entra?aba, hab?a conseguido enga?arlos lindamente. Se volvi? para saludar a Binet y a Clim?ne que entraban en aquel momento, y les agit? el peri?dico por encima de su cabeza.
– La cosa marcha bien -anunci?-. Permaneceremos en Nantes hasta Pascua Florida.
– ?De veras? -dijo Binet secamente-. Para ti todo marcha siempre muy bien.
– Puedes leerlo t? mismo -dijo Scaramouche tendi?ndole el peri?dico.
El se?or Binet ley? el art?culo con el ce?o fruncido y lo dej? en silencio para dedicarse a su desayuno.
– ?Ten?a raz?n, s? o no? -pregunt? Andr?-Louis, quien sospech? algo extra?o en la conducta de Binet.
– ?En qu??
– En querer venir a Nantes.
– Si no lo hubiera cre?do as?, no estar?amos aqu? -dijo Binet.
At?nito, Andr?-Louis dej? el tema.
Despu?s del desayuno, Scaramouche y Clim?ne salieron a tomar el aire por los muelles. Era un d?a soleado, menos fr?o que los anteriores. Colombina se uni? a ellos, aunque su indiscreci?n qued? atenuada por la presencia de Arlequ?n, quien corri? hasta alcanzarla.
Andr?-Louis iba delante con Clim?ne, hablando de algo que empezaba a preocuparle.
– ?ltimamente tu padre se comporta conmigo de un modo muy raro -dijo-. Casi como si s?bitamente me odiara.
– Son imaginaciones tuyas -repuso ella-. Mi padre, al igual que todos, te est? muy agradecido.
– Lo que demuestra es cualquier cosa menos agradecimiento. Est? furioso conmigo, y creo que s? cu?l es el motivo. ?T? no? ?Puedes adivinarlo?
– No puedo.
– Si fueras mi hija, Clim?ne, y gracias a Dios que no lo eres, detestar?a al hombre que te separase de m?. ?Pobre Pantalone! Cuando le dije que quer?a casarme contigo, me llam? «bandido».
– Y ten?a raz?n. Scaramouche siempre ha sido un mentiroso y un bandido.
– Forma parte de la naturaleza de mi personaje -dijo ?l-. Tu padre siempre ha querido que actuemos seg?n nuestro propio temperamento.
– S?. Por eso t?, al igual que Scaramouche, tomas cuanto deseas -dijo ella con una expresi?n a medias cari?osa y a medias t?mida.
– Es posible -dijo ?l-. Es verdad que le arranqu? a la fuerza el consentimiento para nuestro matrimonio. No quise esperar a que me lo diera. De hecho, cuando se neg?, se lo arrebat?, y si ahora quiere quit?rmelo, lo desafiar?. Me parece que esto es lo que m?s le duele.
Clim?ne se ech? a re?r y empez? a responderle animadamente. Pero ?l no pudo o?r ni una sola palabra de lo que dec?a. A trav?s de los coches que iban y ven?an por los muelles, un carruaje, cuyo techo era casi todo de cristal, se acercaba a ellos. Dos magn?ficos caballos tiraban de ?l y el cochero iba elegantemente vestido.
En el coche iba sola una joven esbelta con un abrigo de pieles, y su rostro era de una delicada belleza. La joven se asom? a la ventanilla, boquiabierta y con los ojos clavados en Scaramouche, quien se qued? mudo, inm?vil.
Clim?ne, a mitad de su frase, tambi?n se detuvo tirando de la manga de su prometido.
– ?Qu? sucede, Scaramouche?
Pero ?l no contest?. Y en ese momento, el cochero, a quien la joven hab?a avisado, detuvo el carruaje junto a ellos. Al ver el espl?ndido coche, las blasonadas portezuelas, el majestuoso cochero y el lacayo de blancas medias de seda que inmediatamente salt? al detenerse el veh?culo, su refinada ocupante le pareci? a Clim?ne una princesa de cuento de hadas. Ahora aquella princesa, inclin?ndose, con los ojos resplandecientes y las mejillas ruborizadas, le tend?a a Scaramouche una mano exquisitamente enguantada.
– ?Andr?-Louis! -le llam?.
Scaramouche tom? la mano de aquella egregia criatura del mismo modo que hubiera tomado la de Clim?ne, con unos ojos radiantes que reflejaban la alegr?a de la dama del coche y una voz que hac?a eco a la alborozada sorpresa que tintineaba en la de aquella joven, ?l la llam? familiarmente por su nombre, como ella hab?a hecho con ?l:
– ?Aline!
CAP?TULO VIII El sue?o
– ?Abrid la puerta! -orden? Aline a su lacayo. Y despu?s, a Andr?-Louis-: ?Sube, si?ntate a mi lado! -Un momento, Aline.
Scaramouche se volvi? a su novia, que no sal?a de su estupor, lo mismo que Arlequ?n y Colombina, que ven?an atr?s y en ese momento llegaban junto al carruaje.
– ?Me permites, Clim?ne? -dijo ?l m?s como orden que como ruego-. Afortunadamente no est?s sola, Arlequ?n y Colombina te har?n compa??a. ?Hasta la vista, esp?rame para comer! Y sin esperar respuesta, subi? al coche. El lacayo cerr? la portezuela, el cochero hizo restallar el l?tigo, y el carruaje parti? a lo largo del muelle, dejando atr?s a los tres c?micos boquiabiertos. Entonces, Arlequ?n solt? una carcajada. -Nuestro Scaramouche es un pr?ncipe disfrazado -dijo. Colombina aplaudi? mientras dec?a risue?amente: -?Esto es como una novela para ti, Clim?ne! ?Qu? maravilloso!
Clim?ne depuso el ce?o y su resentimiento devino turbaci?n.
– Pero ?qui?n es ella?
– Por supuesto, su hermana -dijo Arlequ?n de lo m?s seguro.
– ?Su hermana? ?Y t? c?mo lo sabes?
– Yo s? lo que ?l te dir? cuando vuelva.
– Pero ?por qu??
– Porque no le creer?as si te dijera que esa dama es su madre.
Mientras ve?an alejarse el lujoso carruaje, caminaron en la misma direcci?n. Dentro del coche Aline miraba a Andr?-Louis muy seria, con la boca ligeramente crispada y frunciendo las cejas.
– Te codeas con gente muy exc?ntrica -fue lo primero que dijo-. Si no me equivoco, la que te acompa?aba era la se?orita Binet del Teatro Feydau.
– No te equivocas. Pero no sab?a que la se?orita Binet fuera ya tan famosa.
– ?Oh! ?Y eso qu? importa?… -Aline se encogi? de hombros, y con tono desde?oso, explic?-: Lo que pasa es que anoche estuve en la funci?n. Por eso la he reconocido. -?Estuviste anoche en el Teatro Feydau? ?No te vi!
– ?T? tambi?n estabas all??
– ?Que si estaba? -grit? ?l para luego cambiar abruptamente de tono-: S?, estaba all?.
En cierto modo le repugnaba confesar que hab?a descendido a lo que ella considerar?a poco menos que los bajos fondos, pero al mismo tiempo estaba satisfecho de comprobar que su disfraz y su voz le hac?an irreconocible incluso para alguien como Aline, que lo conoc?a desde ni?o.
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