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Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис - Страница 28


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— ?Que hay de nuevo? — pregunto Rumata.

— Hace dos horas — comunico diligentemente Don Ripat -, y por orden del Ministro de Seguridad de la Corona, Don Reba, he arrestado y conducido a Dona Okana a la Torre de la Alegria.

— ?Y? — inquirio Rumata.

— Dona Okana fue sometida a la prueba del fuego. No la pudo resistir. Hace una hora que ha muerto.

— ?Algo mas? — Se la acusaba de espionaje. Pero… — Don Ripat vacilo y bajo la vista -… creo que…

— Entiendo — dijo Rumata.

Don Ripat lo miro con ojos culpables.

— No pude hacer… — empezo a decir.

— Eso no es cosa vuestra — interrumpio Rumata con voz ronca.

Los ojos de Don Ripat volvieron a empanarse. Rumata se despidio de el y volvio a la mesa. El baron estaba dando fin al primer plato de sepia rellena.

— ?Estoria! — pidio Rumata -. ?Traed mas estoria! ?Vamos a divertirnos, diablos! ?Vamos a…!

Cuando Rumata volvio en si estaba tirado en medio de un gran solar baldio. Despuntaba una manana gris. A lo lejos cantaban unos gallos. Una bandada de cornejas volaba describiendo circulos y graznando sobre un monton de desperdicios. Olia a humedad y a carrona. El embotamiento de la cabeza se le iba pasando rapidamente, y entraba en un estado de percepcion clara y precisa que le era bien conocido. Sentia desvanecerse en su lengua un agradable amargor de menta. Los dedos de la mano derecha le escocian enormemente. Rumata levanto el puno y vio que tenia la piel de los nudillos desollada, y en la mano un frasco vacio de kasparamida. El especifico era un poderoso antidoto contra las intoxicaciones alcoholicas con el que la Tierra proveia a sus exploradores destacados en los planetas atrasados. Por lo visto, cuando llego hasta aquel solar y antes de convertirse completamente en un cerdo, se metio en la boca de un modo inconsciente y casi instintivo todo el contenido del frasco.

El lugar no le era desconocido. A lo lejos y delante de el destacaban las negras ruinas de la incendiada torre del observatorio, y — un poco mas a la izquierda se vislumbraban las torres de vigilancia, esbeltas como minaretes, del palacio real. Rumata aspiro profundamente el aire fresco y humedo de la manana, se levanto y se dirigio hacia su casa.

El baron de Pampa se habia expansionado de lo lindo aquella noche. Acompanado por los nobles arruinados, que iban perdiendo rapidamente su fisonomia humana, realizo una memorable gira por todas las tabernas de Arkanar. Se gasto todo lo que llevaba, e incluso empeno su magnifico cinturon. Consumio una cantidad inconcebible de bebidas alcoholicas y de comida, y por el camino organizo como minimo ocho rinas. En cualquier caso, Rumata recordaba perfectamente al menos ocho rinas, en las cuales el habia intervenido procurando separar a los contendientes y evitar victimas. Pero podian haber sido mas. Luego, sus recuerdos se perdian entre la niebla. De esta niebla emergian ocasionalmente rostros feroces con cuchillos entre los dientes, o el rostro inexpresivo y avinagrado del ultimo de los nobles, al que el baron de Pampa intento vender como esclavo en el puerto, y otras un irukano narigudo que, enfurecido, exigia malevolamente que los nobles Dones le devolvieran los caballos.

Al principio, Rumata se comporto como un buen explorador. Bebia, al igual que el baron, vinos irukanos, estorianos, soanos y arkarenos, pero antes de cambiar de vino se colocaba disimuladamente una pastillita de kasparamida bajo la lengua. Asi conservaba la cabeza despejada y se iba dando cuenta, como de costumbre, de la concentracion de patrullas Grises en los cruces de las calles y en los puentes, y del grupo de barbaros de caballeria apostado en la carretera de Soan, donde era casi seguro que hubieran asaetado al baron a no ser por el, que conocia el dialecto de aquellos barbaros. Rumata recordaba perfectamente como le habia llamado la atencion el ver alineados ante la Escuela Patriotica unos extranos soldados, con largas capas negras y capuchones. Resulto ser la milicia monastica. ?Que tenia que ver alli la iglesia?, penso en aquel momento. ?Desde cuando, en Arkanar, se mezcla la iglesia en las cuestiones civiles?

Los efectos que el vino causaba en Rumata eran lentos, pero llego un momento en que la borrachera llego de golpe. Y cuando en un minuto de lucidez vio ante si una mesa de roble partida por la mitad, en una habitacion desconocida para el, y que tenia en la mano la espada desenvainada, y que los nobles arruinados le aplaudian, penso que ya era tiempo de marcharse a casa. Pero era demasiado tarde. Una ola de rabia y de indecente alegria al sentirse libre de todo lo humano se habia aduenado de el. Aun seguia sintiendose terrestre, explorador, descendiente de los hombres del fuego y del acero que, en aras de un gran ideal, ni tenian piedad de si mismos ni daban cuartel a nadie. Seguia sin poderse identificar con el Rumata de Estoria, sangre de la sangre de veinte generaciones de antepasados guerreros, famosos por sus saqueos y sus borracheras. Pero tampoco era ya el miembro del Instituto. Habia dejado de sentirse responsable del experimento. Lo unico que le preocupaba eran sus obligaciones para consigo mismo. Ya no tenia la menor duda. Todo estaba absolutamente claro. Sabia perfectamente quien era el culpable de todo y lo que tenia que hacer: cortar de un reves, quemar, lanzar desde lo alto de las escaleras de palacio sobre la punta de las picas y las horcas de la muchedumbre rugiente a la… Rumata se estremecio y desenvaino su espada. El acero, aunque mellado, estaba limpio. Luego recordo que se habia batido con alguien, pero no sabia con quien ni como habia terminado aquello.

Para seguir la juerga tuvieron que vender los caballos. Los nobles arruinados desaparecieron sin saber por donde. Rumata recordaba tambien como habia llevado a su casa, medio a rastras, al baron. Cuando llegaron, Pampa, el senor de Bau, estaba muy animado, su cabeza funcionaba bastante bien, y estaba dispuesto a seguir divirtiendose. Pero sus piernas se negaban a continuar sosteniendole. Ademas, se le metio en la cabeza que acababa de despedirse de su querida baronesa, y que ahora se hallaba en campana contra su eterno enemigo, el baron de Kasko, que habia perdido completamente la verguenza. («Haceos cargo, amigo mio. Este miserable ha parido a un nino de seis dedos por la cadera, y ha tenido la ocurrencia de llamarle Pampa»). El sol se esta poniendo, dijo el baron, contemplando un tapiz que representaba un amanecer. Podriamos divertirnos toda la noche, nobles Dones, pero las hazanas militares exigen dormir. Y durante la campana, ?ni una sola gota de vino! De lo contrario, la baronesa se enfadara.

?Que? ?Una cama? ?Que cama puede haber al cielo raso? ?Nuestra cama es la manta del caballo! Y diciendo esto arranco un tapiz de la pared, se arrebujo en el hasta la cabeza, y se desplomo en un rincon, debajo de un candil. Rumata le ordeno a Uno que pusiera junto al baron un balde con salmuera y una tinaja con escabeche. El muchacho tenia cara de sueno y de disgusto. ?Como se ha puesto!, refunfuno. Sus ojos miran cada uno por su lado. Calla, imbecil, le dijo Rumata. Y luego ocurrio algo. Algo muy desagradable que le persiguio por toda la ciudad, hasta llegar a aquel solar baldio. Algo horrible, imperdonable, vergonzoso.

Recordo lo que habia ocurrido cuando estaba llegando a su casa. Recordo, y se detuvo.

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