Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис - Страница 25
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Rumata abrio una ventana y salto por ella al jardin. Se detuvo bajo un arbol y respiro profundamente durante unos minutos. Luego recordo la maldita pluma blanca, se la arranco, la estrujo y la tiro. Pashka tampoco hubiera podido hacer nada, penso. Ninguno de nosotros. «?Estas seguro?». «Si, seguro». «Entonces, todos juntos no servis para nada». «?Pero esto da nauseas!». «?Y que tiene que ver el experimento con tus escrupulos? Si no sirves, ?para que te metes?». «Pero yo no soy un animal». «Si el experimento lo requiere, hay que ser un animal». «El experimento no puede exigir esto de nosotros». «Te equivocas, si puede». «Entonces…». «?Que ocurre con entonces?». Rumata no sabia que contestarse a si mismo. «Entonces… entonces… Bueno, admitamos que soy un mal sociologo», penso, encogiendose de hombros. «Procurare enmendarme. Aprenderemos a convertirnos en cerdos».
Era cerca de la medianoche cuando Rumata regreso a su casa. Se solto las hebillas y, sin desnudarse, se echo en el divan que habia en el gabinete y se quedo dormido en el acto.
No tardaron en despertarlo los indignados gritos de Uno y un rugido bajo y cordial que exclamaba:
— ?Quita de ahi, lobezno, o te aplastare una oreja!
— ?Os digo que esta durmiendo!
— ?Largo, no te me pongas delante!
— ?Tengo ordenes de no dejar entrar a nadie!
Por fin se abrio la puerta y el enorme baron de Pampa, senor de Bau, irrumpio en el gabinete, con sus mofletes colorados, sus dientes blancos, su enhiesto bigote, el birrete de terciopelo ladeado y una riquisima capa de color frambuesa ocultando la coraza de cobre. Tras el entro Uno, aferrado a la pernera derecha de los calzones del baron.
— ?Baron! — exclamo Rumata, saltando del divan -. ?Como estais en la ciudad? ?Uno, deja tranquilo al baron!
— ?Que muchacho mas pegajoso! — bramo el baron, yendo al encuentro de Rumata con los brazos abiertos -. Promete mucho. ?Cuanto quereis por el? Bueno, ya hablaremos luego de esto. ?Dejadme que os abrace!
Se abrazaron. El baron olia reconfortantemente a polvo de la carretera, a sudor de caballo y a todo un bouquet de vinos surtidos.
— Por lo que veo, querido amigo, tambien vos teneis la cabeza despejada — dijo el baron con desanimo -. Claro que vos nunca estais borracho. ?Siempre sois feliz!
— Sentaos, amigo — dijo Rumata -. ?Uno, trae vino de Estoria!
El baron levanto una manaza.
— ?No probare ni gota!
— ?No quereis vino de Estoria? ?Uno, no lo traigas de Estoria, traelo de Irukan!
— ?No quiero ninguna clase de vino! — dijo amargadamente el baron -. No bebo.
Rumata lo miro con honda sorpresa.
— ?Que os pasa? — pregunto preocupado -. ?Estais enfermo?
— Estoy sano como un toro. Pero esas malditas discusiones familiares… Bueno, la verdad es que me he peleado con la baronesa, y aqui estoy.
— ?Que os habeis peleado con la baronesa? ?Eso si que es una buena broma, baron!
— Si, yo tambien pienso que ha de ser una broma. ?He galopado doscientos kilometros como entre nubes!
— Amigo mio — dijo Rumata -, ahora mismo tomamos los caballos y nos vamos a Bau.
— Imposible. Mi jaca esta agotada. Ademas, esta vez estoy dispuesto a castigarla.
— ?A quien?
— ?A la baronesa, diablos! ?Para algo soy un hombre! ?Que os parece? A ella no le gusta que Pampa este borracho. ?Muy bien, pues que me vea despejado! Prefiero pudrirme aqui bebiendo agua que volver al castillo.
Uno se acerco a Rumata y murmuro:
— Decidle que no me tire de las orejas.
— ?Largo de aqui, lobezno! — rugio el baron bonachonamente -. ?Y trae cerveza! He sudado infernalmente, y necesito reponer los humores perdidos.
El baron compenso los humores perdidos durante media hora, y se achispo un poco. En los intervalos que hizo entre los tragos fue informando a Rumata de sus desdichas. La culpa de todo lo tenian «esos malditos vecinos borrachines que se meten en el castillo. Llegan por la manana diciendo que van a cazar, y en un abrir y cerrar de ojos ya estan borrachos perdidos rompiendo todos los muebles. Andan por todo el castillo, lo ensucian todo, ofenden a la servidumbre, maltratan a los perros, y son un detestable ejemplo para el baroncito. Luego cada cual se va a su casa, y yo me quedo con una curda que no me deja dar un paso y a solas con la baronesa».
Cuando termino su narracion, el baron estaba tan apesadumbrado que incluso pidio un poco de estoria. Pero despues lo reconsidero y exclamo:
— ?Rumata, Vamonos de aqui! ?Vuestra bodega esta demasiado bien surtida! ?Vamos a otro lado!
— ?Adonde?
— ?Y que mas da! Aunque sea a La Alegria Gris.
— Hum — refunfuno Rumata -. ?Y que vamos a hacer en La Alegria Gris?
El baron permanecio un rato en silencio, tirandose del bigote, y finalmente dijo:
— ?Que que vamos a hacer? Simplemente, nos sentaremos y charlaremos un rato.
— ?En La Alegria Gris? — volvio a preguntar Rumata.
— ?Por supuesto que si! — respondio el Baron -. Os comprendo, aquello es horroroso, pero a pesar de todo iremos. Porque si no lo hacemos asi, mientras este aqui sentire deseos de beber estoria. ?Comprendeis?
— ?Mi caballo! — ordeno Rumata a Uno, y fue al gabinete a buscar su transmisor. Al cabo de unos minutos ambos hombres iban a caballo por una calle estrecha y completamente a oscuras. El baron, que se habia despejado un poco, iba hablando en voz alta, contando que anteayer habia cazado un jabali con los perros, alabando las buenas cualidades del baroncito, relatando el milagro del monasterio de San Tuki, donde el padre rector habia parido por la cadera un nino con seis dedos… todo ello sin olvidarse de aullar de tanto en tanto como un lobo, ululando y dando fustazos a los cerrados postigos de las ventanas.
Cuando llegaron a La Alegria Gris, el baron freno su corcel y se quedo pensativo. Rumata aguardo. Por las sucias ventanas de la taberna salia mucha luz. Atados a un poste habia varios caballos. Unas jovenes pintarrajeadas, sentadas en un banco situado bajo las ventanas, discutian entre si perezosamente. Dos mozos rodaron dificultosamente un enorme barril y lo metieron por la puerta.
— Solo — murmuro tristemente el baron -. ?Toda la noche solo! Y ella alli…
— No os pongais asi, amigo mio — dijo Rumata -. Al fin y al cabo, ella esta con el baroncito, y vos estais conmigo.
— Es distinto — dijo el baron -. Vos no me comprendeis. Todavia sois demasiado joven y despreocupado. Incluso quiza os resulte agradable contemplar a esas busconas.
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