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Ruslán y Liudmila - Pushkin Alejandro Sergeevich - Страница 9


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¡Pero el engañado fui yo! El enano se levantó y se acercó a mí de puntillas sin hacer ruido. Brilló en lo alto la afilada espada y antes de que pudiera volverme, rodó mi cabeza, separada de mis hombros. Pero una fuerza mágica conservó la vida a mi cabeza.

El resto de mi cuerpo se quedó allí, entretejido con hierbas y olvidado del mundo, descomponiéndose tal vez sin recibir sepultura.

Mi cabeza fue trasladada por el enano a este país solitario, en el que, por designio del destino, debía yo guardar eternamente la espada que acabas de coger.

¡Oh, guerrero! ¡Que la suerte te proteja! ¡Guárdatela y que Dios te ayude! ¡Quién sabe si surgirá en tu camino el brujo enano!

Pero si te topas con él, no dejes de vengarme por la mala acción que cometió.

Entonces quedaré satisfecho, podré abandonar ya tranquilo este mundo y mi agradecimiento será tan grande que me hará olvidar tu bofetón.

CANTO CUARTO

Ruslán y Liudmila - _3.jpg

El joven Ratmir, que había puesto su caballo en dirección al sur, esperaba encontrar a la esposa de Ruslán antes de la caída del sol.

Pero era ya el atardecer, tornábase todo de un color rosado, y en vano los ojos del guerrero intentaban penetrar, a través de la bruma, la lejanía. Todo estaba tranquilo en las proximidades del río, y sobre el bosque dorado se apagaba el último rayo de sol.

Nuestro héroe cabalgaba con lentitud junto a las negras rocas, buscando entre los árboles dónde poder pasar la noche.

Penetra por fin en un valle y allá arriba, en la cima de un picacho, descubre un castillo rodeado de altos y almenados muros, en cuyos ángulos se levantan negros torreones. Y sobre uno de los muros pasea, como un cisne sobre el lago, una doncella, iluminada por la aurora.

La doncella canta, pero su voz apenas se oye en el silencio del profundo valle:

Cae sobre el campo la bruma nocturna.

Las olas despiden un viento frío.

¡Es tarde ya, joven viajero!

¡Ven aquí, a refugiarte en nuestro alegre castillo!

Aquí reina durante la noche el placer y el descanso.

Y durante el día se vive en continuo festín.

¡Oh, ven aquí, joven viajero!

¡Oh, ven aquí, al alegre festín!

Aquí, entre nosotras, encontrarás bellezas sin cuento.

Dulces palabras y canciones.

Obedece a mi invitación misteriosa.

¡Ven aquí, joven viajero!

Al rayar el alba te llenaremos,

para despedirte, una gran copa de vino.

Acude a mi llamamiento misterioso.

¡Ven aquí, joven viajero!

Cae sobre el campo la bruma nocturna.

Las olas despiden un viento frío.

¡Es tarde ya, joven viajero!

¡Ven aquí a refugiarte en nuestro alegre castillo!

La doncella canta y parece llamarle. Y el valeroso khan se encuentra ya frente a los muros. Ábrense las puertas y se ve al punto rodeado de hermosas doncellas, que le reciben con dulces palabras. Las miradas de sus hermosos ojos no se apartan de él. Dos de ellas se llevan el caballo.

El joven khan entra en el castillo, donde le sigue el grupo de las hermosas solitarias. Una de ellas le quita el casco adornado con plumas, otra la coraza, la tercera la espada, y la cuarta su adarga polvorienta. Y para substituir estos atributos guerreros le visten con ligeros ropajes, propios para el descanso.

Pero antes lo llevan a un soberbio estanque. Llénanse de agua tibia los cubos de plata y saltan los fríos surtidores; el khan se acuesta sobre una mullida alfombra y lo envuelven transparentes nubes de vapor. En torno a él, formando un animado grupo, se colocan las hermosas muchachas y, mostrando una atención silenciosa, bajan su mirada llena de dulzura. Una de ellas le abanica con ramas tiernas de abedul, que despiden un cálido aroma; otra refresca sus miembros fatigados con esencia de rosas primaverales, y hunde sus negros cabellos en líquidos perfumes.

El guerrero, embelesado, olvida los encantos de Liudmila, tan poco ha raptada.

Abandona finalmente el estanque. Ratmir, vestido de rico terciopelo y rodeado de encantadoras muchachas, se sienta a la mesa y da comienzo un gran festín.

*

Pero, amigos míos, dejemos al joven Ratmir. Debemos ocuparnos de Ruslán, guerrero incomparable, temple de héroe y amante fiel.

Fatigado por la dura lucha, duerme junto a la Cabeza gigante.

Mas el alba ilumina el horizonte. Todo se aclara; el rayo juguetón de la mañana dora la velluda frente de la Cabeza. Ruslán se levanta y el caballo vuela ya, veloz como la flecha, montado por el guerrero.

Pero también vuelan los días. Los trigales amarillean. Los árboles pierden sus hojas marchitas. Por el bosque sopla un viento otoñal, amortiguando con su silbido el canto de las aves. Una opaca y densa niebla envuelve las montañas peladas.

Comienza el invierno. Ruslán prosigue valientemente su camino siempre hacia el norte. Y cada día surgen nuevos obstáculos: aquí lucha con un guerrero, allá con un gigante; tropieza después con una bruja o se encuentra con unas ondinas que, balanceándose en las ramas, llaman silenciosamente con la mano al joven guerrero...

Pero, protegido por una fuerza misteriosa, el guerrero sale siempre adelante. Dominado siempre por un deseo único, de nada hace caso para pensar nuevamente en Liudmila.

*

¿Qué hace, mientras tanto, mi princesa, mi hermosa Liudmila, protegida contra toda agresión del hechicero por su mágico gorro? Se pasea sola por los jardines, siempre callada y triste. Piensa en su amado y suspira. O, dando rienda suelta a su imaginación, recuerda, olvidándose de todo, los campos natales de Kiev y se ve abrazando a su padre y a sus hermanos. Recuerda a sus amigas y a sus viejas damas, y así olvida por unos instantes su cautiverio y su separación. Pero al volver a la realidad y sentirse abandonada, vuelve a entristecerse.

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